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El protagonista es un maestro y entomólogo aficionado que se aventura en una zona costera, huyendo de la ciudad, de la burocracia y de sus fracasos personales. Sale a buscar bichos que viven en la arena y queda atrapado en una casa hundida entre las dunas. Buscaba un escarabajo y encuentra a una mujer. Pero esta es inclasificable. Pertenece a un universo para él desconocido: es una mujer de arena.
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Una vez atrapado, se verá obligado a seguir las normas. Se convierte en un esclavo, obligado a recolectar y transportar arena para sobrevivir. Ella está perfectamente integrada en este mundo. Vive enterrada entre las dunas, sin planearse la posibilidad de otro modo de vida. Ella misma parece estar constituida por la arena, con la que su cuerpo desnudo se confunde. Este es un universo opresivo, pero también inestable: la humedad y las termitas carcomen la madera, y la estructura amenaza con derrumbarse sobre sus cabezas. De ahí el trasiego constante de arena, la forma infeliz en la que ocupamos nuestro tiempo. La arena es el dinero y nosotros también hombres de arena. ¿Acaso él no estaba también preso en la ciudad, confundido en ese mundo de alumnos y de insectos? ¿Acaso no asumía las normas del lugar y obligaba a sus alumnos a asumirlas? ¿Quién no está atrapado? La idea de ser libre es una entelequia en nuestras sociedades de arena y de cemento.
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Al darse cuenta de que está atrapado, trata de escalar la arena. Cuando lo vemos mover sus brazos y sus piernas desesperadamente nos damos cuenta de que se ha convertido en el escarabajo que buscaba. Se ha encontrado a sí mismo, en cierto modo. De este modo la película nos hace saber donde nos encontramos: cuál es tu sueño, tu horizonte vital, tus trampas preferidas. No se trata de nuestras aspiraciones –la libertad, la felicidad, la sabiduría…– sino de aquello a lo que realmente dedicamos nuestro tiempo y en lo que tratamos de evadirnos del tedio que nos constituye. Pues el tiempo se precipita constantemente, como un reloj de arena, y amenaza con acabar con nuestras vidas. Debemos vaciarlo a cada instante, poniendo todo nuestro esfuerzo en la supervivencia y en la continuidad de las ficciones. De ahí la pregunta: “¿No se siente vacía haciendo esto? ¿Quita arena para vivir o vive para quitar arena?”.
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Estos esfuerzos mantienen a la mujer de arena conectada con los habitantes exteriores. La arena que ella extrae cada día es vendida por estos a los fabricantes de cemento. Su pequeña labor esta inscrita en una trama mayor, lo cual da una dimensión política al encierro. Acaso descubra que su trabajo en la ciudad también formaba parte de esa trama, un universo de cárceles concéntricas en el cual es imprescindible que cada uno permanezca encerrado y entregado a su trabajo. El miedo, o la incapacidad, de cada insecto, y sus denodados esfuerzos por la supervivencia, convergen en un mundo de cemento armado –armado de cemento.
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A todo esto hay que añadir el papel de la sexualidad. El instinto sexual se sitúa en el centro de las relaciones de dominación característico de las sociedades industriales. De ahí el fomento constante de la sexualidad en los mass media y la sociedad del espectáculo. La sexualidad solidifica a la pareja y la entrega a la lucha por la vida. Se trata de una atracción puramente física, epidérmica. Sus cuerpos se abrazan en la arena, con la que se confunden. Allí encuentran un momento de satisfacción de sus instintos. Si se le añade un poco de sake, se llega a pensar que no se está tan mal en el encierro. Esta es una sexualidad nacida de ese encierro y a él le pertenece. Tiene algo de atávica. No parte de la comunión entre las almas, sino de la necesidad de desfogarse de los cuerpos. Se impone como una necesidad en unas circunstancias, como una forma de catarsis que los devuelve siempre a la misma tarea compartida.
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Así es el mundo del trabajo, la esclavitud contemporánea. Cientos de millones de personas son dependientes del sueldo que reciben por un trabajo que es, para ellos, tan carente de implicaciones personales como transportar arena. Hacemos cosas que carecen de sentido y no tienen ninguna relación con nuestro crecimiento personal, tan solo por ganar dinero y poder comprar comida y pagar facturas. La arena que transportamos es ese tiempo estéril y vacío de significado con el cual acabamos confundidos. Cada intento de fuga será penalizado con carencias, no ya de lo más básico sino de cualquier producto deseado.
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El profesor es en todo momento consiente de vivir en un encierro. Quiere escapar, pero no puede. En el momento en que reconoce su impotencia, se pone a trabajar de mejor grado. Al principio lo hace a regañadientes, por un poco de agua y de comida. Con el paso del tiempo se siente cada vez más involucrado. Una vez asumida nuestra situación, pasamos de pensar en escapar a pensar en como mejorarla. Cabe por lo menos vivir el encierro con la máxima comodidad, dadas las circunstancias. Finalmente, cuando ella enferme y se la lleven, tiene la posibilidad de escapar. Pero llegados a este punto, ya se ha acostumbrado a su nueva vida. Igual que la mujer de arena, el hombre de arena tiene miedo de salir de su pequeño mundo de arena compartida, en el cual se abandonado la pretensión de ser o realizarse. El encierro definitivo se produce cuando lo deseamos. Somos libres para escoger la esclavitud.
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