Nos presenta el juicio de Juana de Arco como el acoso a una joven e inocente creyente por parte de un nutrido grupo de perversos jueces y teólogos. El conflicto entre una joven que ha tenido una experiencia poderosa, con visiones del Arcángel San Miguel comunicándole una misión de parte de Dios, y aquellos que se consideran sus representantes. Para estos las apariciones son diabólicas, pues cuestionan el sentido de su mediación entre los humanos y la divinidad. Para el capitán de los ingleses son un peligro, pues significa que Dios mismo sería contrario a la invasión inglesa.
Argumentalmente, se limita a mostrar los intentos de los jueces de hacerla firmar una confesión en la que niega la inspiración divina de sus visiones. Para ello intentan todo tipo de estrategias: amenazan con torturarla, con declararla hereje, le niegan la comunión, la amenazan con la hoguera… Juana resiste, aunque de forma precaria. Su certeza es simplemente fáctica: se basa en el hecho, incuestionable para ella, de que Dios le ha otorgado una misión. Un psiquiatra ateo podría cuestionar el origen de sus visiones, pero eso no modifica nada: su rostro apasionado la delata. Cuando se le pregunta si acaso no cree que los teólogos allí reunidos son más sabios que ella, responde: “sí… pero Dios es más sabio”. Cuando le preguntan quien le enseñó el padre nuestro, contesta: “mi madre”. Cuando le dicen que si no confiesa la Iglesia la abandonará y la dejará sola, responde: “sí, sola… sola con Dios”. No olvidemos que Juana es católica: su religiosidad implica la aceptación de la Madre Iglesia y de sus sacramentos para garantizar su salvación. De ahí su íntimo desgarro.
El contenido es obvio, la historia es breve, su maniqueísmo es evidente y ni siquiera hay intriga, pues el desenlace es sabido de antemano… Entonces, ¿qué hace de esta película un hito? Se ha dicho que aquí Dreyer eleva el primer plano a su máxima potencia, haciendo del rostro el lugar privilegiado donde se expresan los conflictos anímicos, pero también una verdad irreductible a cualquier discurso.
Lo que le mueve no es mostrar el juicio, sino la pasión de Juana. Al centrarse en el rostro, a la vez expresivo e inefable, se acerca a las emociones y se abstrae de la representación. Abandona el cuadro general y se concentra en lo más íntimo. La intención de Dreyer es la de mostrar las emociones en su pureza; de ahí la ausencia de maquillaje: René Falconetti tiene que mostrarse natural, ni gesticular ni desplegar sus recursos como actriz. Lo que consigue es un tipo de desnudez y cercanía a lo humano imposible en otras artes. No hay nada teatral en ello: en el teatro no hay primeros planos sino escenas (planos generales y no planos de detalle). En un escenario todo debe resaltarse, mediante la gesticulación y la exageración, para llegar a los espectadores situados al fondo de la sala.
Este acercamiento al rostro es específicamente cinematográfico. El espectador se siente afectado menos por los sucesos que por el modo como estos afectan a Juana. No nos ofrece ningún dato sobre lo sucedido antes de su captura y condensa los 29 días del juicio en una sola jornada, de modo que su historicidad queda en suspenso. El vínculo que establece con ella es afectivo más que ideológico. Lo que nos conmueve es su pasión, en lo que tiene de inefable. La sucesión de primeros planos se nos graba. Más que ofrecernos información, nos vinculan. Más que imágenes, son iconos ante los cuales se fija la mirada, sacándonos de lo meramente narrativo o discursivo.
Un aspecto relevante es que muchos primeros planos parecen “rotos”, no muestran la totalidad del rostro, lo cual genera extrañeza y expresa de manera genial su situación anímica. Ausencia de referencias espaciales: no vemos nunca los espacios en plano general para ubicar a los personajes, los cuales parecen flotar en la pantalla. A la propia Juana apenas un par de veces la vemos completa. Lo que vemos no pertenece al plano histórico, ni tiene que ver con los dogmas, las leyes o los argumentos jurídicos, sino con el dolor, el arrobamiento y la angustia de Juana. Picados y contra-picados, rostros en sombras, duras diagonales. En el centro, los ojos de la santa; las miradas perdidas, el desgarro interior, el sentimiento de abandono. Cuando mira a los jueces, parece desconcertada, incapaz de comprender a estos sacerdotes que la acusan y causan sufrimientos. Pero la mayor parte del tiempo su mirada parece perdida, como buscando a Dios. El drama místico en un marco expresionista.
Situación arquetípica: la experiencia interior de lo divino en toda su precariedad frente al poder instituido. Por un lado la desnudez, la inocencia, la afectividad, la simplicidad y la valentía de quien se sabe inspirada por Dios. Por otro lado la pompa, la arrogancia y la crueldad del saber instituido, la religión y la razón de Estado. El ser humano en su simplicidad/candidez originaria sometido al poder coercitivo creado por los hombres para dominarlo, para educarlo, para civilizarlo, para hacerlo abjurar de lo que es y convertirlo en un ser dócil y obediente. El alma humana, vinculada con la divinidad íntimamente, es coaccionada y juzgada hasta el martirio. Juana es nuestra inocencia originaria, capaz de comunicarse con Dios directamente. Sus carceleros representan el sistema de dominación, la ideología (los dogmas, las jerarquías, los expertos) y la técnica (los instrumentos de tortura) al servicio del poder. ¿Qué le reprocha al alma la razón de Estado? Que haya escuchado su voz interior y la haya obedecido, poniéndose ropas de varón para combatir en el plano histórico-político. Este es el pecado que la convierte en una hereje: abandonar su dulce feminidad para intervenir en un campo dominado por los hombres.
Pero Juana es también el alma del cineasta; los teólogos podrían ser los productores y los técnicos, y los jueces los críticos y los espectadores. Todos ellos quieren someterla a criterios no directamente vinculados con la inspiración. Dreyer es Juana en tanto artista inflamado por Dios, pero sometido a todo tipo de coacciones para que abjure y se adapte a las convenciones y a las demandas del negocio. Desde entonces los interrogadores de Juana no han dejado de crecer, al tiempo que desarrollaban sus instrumentos de tortura. Pero Dreyer ha resistido y se ha abismado para ofrecernos el rostro desnudo del martirio, con la convicción de ser salvado por el Tiempo.