A Juan Padrón
INTERIOR CASA-DÍA
ELSA, con 77 años y su perrito en el regazo, observa la calle desde su ventana. Esforzando su memoria intenta reconstruir las coordenadas del paseo que realizaba todas las mañanas con su mascota. Desde allí logra ver otras ventanas y encontrar las caras con las que semanas atrás conversaba y conversaba. Cierra los ojos. Se lamenta. Una sensación de angustia la invade. Buscando evadir el malestar camina hasta la cocina para prepararse un café.
ELSA
¡Mijita!, ¿quieres café? ¿Tienes hambre? ¿Te preparo el desayuno?
LUCÍA, 25 años y estudiante de letras, abre y no deja de abrir ventanas en su navegador de Internet. Twitter, Facebook, Instagram y una serie más de páginas con noticias, artículos. Ventanas dentro de cada ventana. El conglomerado de chats e interacciones salta a la vista. Publica cada dos por tres. Lee lo que publican sus contactos. Ella también es presa de la angustia. Quiere consumirlo todo y opinar sobre todo. Es su forma de evadir el malestar, de sentir que aún tiene un lugar en el mundo.
LUCÍA
¡Sí! Abuela. Muchas gracias. Termino aquí con algo y voy a la cocina a ayudarte.
CORTE A:
[Transición]
***
El mundo se convirtió, en pocos meses, en un gran mosaico de ventanas. Cada quien y cada cual observa, experimenta y vive lo cotidiano con una sensibilidad cercenada. La acción colectiva enfrenta una paradoja: la inmovilidad pareciera definir hoy la cascada de posibilidades del por-venir. Mientras, les migrantes, les sin techo, les precaries y condenades de siempre experimentan la sensibilidad desgarrada propia del escenario de excepción que habitamos, siempre en movimiento y en desacato de las medidas dictadas se constituyen, al mismo tiempo, en objeto biopolítico y en línea de fuga.
La circulación, el estar siempre en movimiento, el sentido de nuestros pasos y la velocidad con la que avanzamos o retrocedemos, reestructura continuamente nuestros sistemas de referencias y modos de percibir aquello que nos rodea. Habitando la temporalidad del capitalismo, circulamos junto a los objetos y productos. Solo aquello que llamaba nuestra atención era capaz de detener, al menos por unos segundos, nuestra contemplación en movimiento. Sin embargo, ahora, cuando la temporalidad del capitalismo devino en espacialidad pura, la percepción diferencial de quien está quiete se apodera de nosotres. Los objetos y productos siguen circulando y atraviesan nuestros cuerpos y los devoran. La sobreexposición característica de la solidaridad posorgánica, el habitar las redes, el estar al día, abigarra y potencia los algoritmos. Capaces de consumir casi todo aquello que se produce, sentimos la necesidad de dar cuenta de la existencia de nuestra voz. En la inmediatez del presente desplegamos la extimidad. En cada opinión, en cada comentario, en cada crítica, buscamos hacer pública nuestra intimidad como forma de encontrar el miembro faltante de nuestro cuerpo. El mundo pop, lo masivo, se esté en contra o a favor, atraviesa la vida en aislamiento. Pop-soledad: experiencia paradójica donde Bad Bunny, los #Challenges, Foucault y Marx coexisten pacíficamente.
MenteKupa regresa luego de tres meses de silencio. Frente a la estética de la inmediatez quisiéramos oponer una estética del presente: la posibilidad de generar una sensibilidad otra que nos permita comprender nuestro malestar más allá de las fórmulas y los automatismos. Arropados por el privilegio de quien puede “quedarse en casa”, abrimos la otra ventana: nuestra imaginación, con la intención de fabular, re-crear y encontrar los intersticios posibles para el mundo que viene.