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La película se presenta, textualmente, como la elaboración del eterno conflicto entre el espíritu y la carne. Tenemos aquí la voluntad explícita de abordar un tema complejo, desarrollado en toda su extensión en la novela de Kazantzakis. El guión de Paul Schrader responde a esta voluntad, a la cual Scorsese se mantiene fiel; lo cual, especialmente en un film de Hollywood, es de agradecer.

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La película es directa, no pretende edulcorar la historia de Jesús, como si la santidad oliese a naftalina. Rostros sudorosos, el polvo y la suciedad que lo envuelven todo, la vida en su crudeza, sin comodidades. La carnalidad de la existencia, a la vez telúrica y pedestre, como marco del conflicto. Pero también es sofisticada, sin exagerar: bruscos movimientos de cámara, ralentíes, efectos visuales, primerísimos planos, contrapicados… Scorsese siempre busca deslumbrar. Brillante en especial por su montaje, su fotografía y su banda sonora, que le otorgan un tono vibrante a la vez que lírico. La película tiene un tono primitivo, marcado por tambores y ritmos orientales. Es el Jesús menos occidentalizado que nos ha ofrecido Hollywood. Incluso tiene un aire islámico, reforzado por la participación de Nusrat Fateh Ali Khan en la banda sonora.
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El Jesús (Willem Dafoe) de Kazantzakis-Schrader-Scorsese se nos presenta como un hombre atormentado, lleno de dudas. En contraste, Judas (Harvey Keitel) es un hombre seguro de sí mismo: sabe lo que hace, cual es su enemigo y cómo debe combatirlo. Pero la fragilidad de Jesús desestabiliza a Judas, el cual percibe como el maestro vive dominado por fuerzas que no puede controlar. ¿Acaso Dios le habla? Esta posibilidad incomoda a Judas, introduce en sus relaciones un principio de complejidad. Judas carece de ese abismo y por eso le fascina la figura de Jesús, al cual al principio parece despreciar, pero al cual acaba por seguir, seducido por la posibilidad de una intervención divina que los lleve a la victoria. En cuanto a Magdalena (Barbara Hershey), la prostituta que lo ama y le escupe a la cara cuando ve como vende cruces a los romanos, pero también porque él la ha rechazado. Anhelante de un amor y de una ternura que se le han negado, tras ser salvada de la lapidación se convierte en una fiel seguidora de Jesús.
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Jesús decide seguir la voz que lo llama a su misión, aunque sin tener la certeza de que venga de Dios ni la menor claridad sobre como traducirla en actos. Pasa de predicar el amor a predicar la guerra, pero cuando llega el momento del combate no sabe que hacer. Va a Jerusalén sin plan alguno, a la espera de que Dios lo guíe. A veces habla mucho y sus palabras son hermosas, pero está perdido. No sabe realmente lo que hace, cambia de planes, tiene miedo, se queda perplejo ante sus propios actos… Realiza milagros sorprendentes y aún así no puede valerse por sí mismo. Lidera una insurrección que nadie sabe en que consiste. Pero lo siguen, pues hay aquí una fuerza que escapa a todo cálculo, a toda predicción, a toda lógica. Lo que guía a Jesús no es la voz de la conciencia sino una fuerza que permanece en el misterio. Solo los hechos acabarán decantando ese movimiento en un sentido único, sellado por la cruz.
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Película densa en contenidos, plagada de episodios memorables: la secuencia de la lapidación, el bautismo, el retiro al desierto, la expulsión de los demonios, la boda de Caná, la resurrección de Lázaro, la entrada en Jerusalem sobre el burro, la última cena, la noche en el huerto de Getsemaní, el encuentro con Pilatos, el camino hacia la cruz… Conocemos todos estos episodios, pero en cada caso se ha introducido un matiz inusual, que marca diferencias con respecto a películas meramente piadosas. Es a este nivel intelectual donde Schrader y Scorsese han corrido un riesgo considerable, y lo han hecho de forma apasionada.
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Este riesgo permea todo el film, pero estalla en la larga secuencia de la tentación. Aquí radica la diferencia: no estamos ante una homilía sino ante un dilema. Obviamente, Jesús opta por el sacrificio. Pero el ceder a la tentación parece algo sensato: a un Jesús agonizante en la cruz se le presenta su ángel de la guarda para decirle que todo ha sido una prueba, que Dios se ha apiadado de él, no quiere su sufrimiento sino su felicidad. Le ofrece una vida feliz con María Magdalena, incluso la paternidad con Marta y con María. A punto de morir, ya anciano, recibe la visita de algunos discípulos. Entre ellos Judas, el cal lo acusa de haber traicionado su misión y le muestra que el falso ángel de la guarda era en realidad Satanás. Escoger la felicidad terrena y rechazar el sacrificio: esto es presentado como una tentación. Arrepentido, Jesús vuelve a la cruz y se entrega al poder redentor del sacrificio.
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Estamos ante un cuestionamiento del cristianismo en su raíz. Cuestionar no es impugnar. Puede ser lo contrario: al cuestionarnos la validez de una decisión vital nos vemos forzados a profundizar en ella. No se trata ya de aceptarla o no aceptarla como un dogma de fe, sino de un hacerse cargo de ella. En este sentido la película es más seriamente cristiana que cualquier hagiografía. Se toma la decisión de ser crucificado en serio. La hipótesis de la tentación sirve para reforzar la idea: Jesús se entrega al sacrificio porque cree que esto es lo que Dios quiere de él, como parte de una misión salvífica que apenas logra comprender. En este punto, la película parece preguntarnos: ¿harías tú lo mismo en su lugar?
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No es disparatado pensar que Jesús realmente creyó que su dolor podría redimir el mundo, y su acto de entrega sin medida convertirse en un foco de esperanza en un mundo perdido. Hoy, dos mil años después, sabemos que tal redención no ha tenido lugar. Más bien lo contrario: el mal se ha hecho endémico, en parte a causa de la tergiversación del mensaje de Jesús, convertido en un ídolo del Imperio contra el cual se rebeló. ¿Qué decir entonces de Scorsese, de Schrader, de Kazantzakis? ¿Qué decir de nosotros? Si volvemos al planteamiento inicial y nos lo tomamos en serio, parece que la opción por el espíritu pasa por el martirio, quedando la opción de la carne asociada al tener una familia y envejecer al lado de nuestros seres queridos. Extraño modo de plantear este conflicto. El Jesús de Scorsese escoge el sacrificio. Pero Scorsese mismo no ha escogido ese camino. Se casó cinco veces y tuvo varios hijos. No ha dejado de hacer películas. Hoy es un anciano venerable. No pretendo con esto lanzar ninguna acusación sino mostrar que -más allá de la devoción a Cristo y de la adhesión a la doctrina de la Iglesia que pueda uno sentir o no sentir- el sentido último de la elección dista de ser claro.
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Pues el dilema puede ser visto también desde otra perspectiva. En realidad no se trata de escoger entre el sacrificio y la felicidad terrena, sino entre seguir nuestra voz interior (es decir, la determinación de ser fieles a nosotros mismos, cueste lo que cueste) o caer en un modo de vida alienada, comportándose del modo acostumbrado; en este caso se trataría del dilema entre el asumir el propio destino como único o el buscar la comodidad en una vida común y regida por las costumbres del lugar. En este sentido, la tentación con la que Satanás seduce a Cristo es verdaderamente demoníaca: implica el apaciguamiento y el fin de la angustia que sacude a Jesús mediante la renuncia a su ser más propio.
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