Al escribir, es inevitable pensar en cuál es el mejor momento para hacerlo. Si tiene su propio espacio, si deba ganárselo; si acaso son minutos, en lugar de horas frente al vacío de la página. Entre los hábitos para escribir hay propuestas tan extremas como “el método Hemmingway”: escribir ebrio, editar sobrio o la rutina de Haruki Murakami como si tratase más de competir para el próximo triatlón. A pesar de que algunas fórmulas surtan efecto, al escribir, tarde o temprano todo se reduce a tener tiempo para escribir y los tiempos sobre los cuales se habrá de escribir.
Ramón Xirau (1924-2017) incursionó operar el estar como condición pasado-presente activa, donde habitamos y desenvolvemos constantemente entre dimensiones físicas, hecho que involucra la prospección de trascender: un ir hacia, ir hacia otros hasta el punto de ir hacia otros en el mundo humano y sobre todo ir más allá (Xirau, 1993, 73), recalcando que “[…] en la presencia de nuestro ahora constante, trascendemos hacia los demás y a los demás nos sujetamos.” (Ibíd., 1993, 73) En otras palabras, lo que hacemos e hicimos tienen y a su vez tendrán una correspondencia con el ahora y lo que vendrá, materia que de pronto viene siempre vinculada con el quehacer de la literatura, hecho que revisita Yaroslabi Bañuelos en Inventario de las cosas perdidas, número 22 de Poesía de la colección Ediciones Punto de Partida de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Un inventario, más que una lista de objetos, trata a cada uno con mayor grado los detalles que los componen; en el caso de los bienes culturales, el inventario de un museo se refiere enlistar cada objeto de la sala, desde su nombre y ubicación hasta la descripción minuciosa de su composición física: medidas, materiales, detalles, rasgos distintivos, todo lo necesario para identificarla entre otros objetos similares. Noción que en el caso de Yaroslabi se plantea diseccionar a detalle el estar de una mujer, mexicana, adulta joven, segmentos que se abarcan tres apartados: “Serotonina”, “Otras ausencias” y “Mujeres que no se nombran”.
El primer apartado busca desenredar el pasado-presente en forma de “pájaro oxidado” que a partir de recién cumplidos treinta años se conmueve por la colisión entre el presente y la nostalgia infantil: el cine del barrio vuelto tienda de autoservicio frente a la añoranza de ser Kim Kardashian a costa de provenir de una familia y cuerpo criado con el consumo de refresco de cola. Pregunta entre líneas: ¿qué somos entre lo que fue contra lo que se (nos) impone (se debe) ser?, ¿qué le depara a la precaria generación de quienes nunca podrán hacerse de una casa, en contraste de los escritores que incluso pudieron darse el lujo de desaparecer de la vista en páramos que hoy ya no tienen nada de prístinos, más que cada atardecer y anochecer?
Aún no quiero pensar
(Bañuelos, 2020. 34)
en la ausencia ineludible,
en los huecos de sal donde habitan
todas las cosas que he amado.
En “Otras ausencias”, Yaroslabi correlaciona el acto de escribir, los tiempos y modos de hacerlo: “El ritual es sencillo: entierro mis ojos en el jardín y escribo / con un ave de espuma en la mano, / el alpiste mojado y la melancolía no alcanzan / para invocar a los más oscuros pájaros de mi sangre.” (Ibíd., p, 39), “Escribo de noche porque estoy sola […] Quiero volver a la cuna de la tristeza, / allí donde descansan / las palabras heridas; por eso escribo, / para encontrarme en el largo pasadizo del sueño / con todas mis sombras, “(Ibíd., p, 40) contra las circunstancias presentes, en especial el entrecruce de lo que era antes y lo que fue durante la pandemia: herida que reformularía lo previsto.
El encierro es propiedad de los otros,
(Ibíd., p. 53)
de los que todavía no escuchan
que los pájaros volvieron a cantar, pero cantan diferente.
Finalmente, en “Mujeres que no se nombran”, la sección más personal, Yaroslabi habla del trascender hacia los demás, mismo sitio donde asirse fuertemente en espera de una revolución sustancial de la dimensión humana o por lo menos una respuesta para las mujeres de a pie que “[…] tararean las cumbias / que suenan en el tianguis” (Ibíd., p. 58), la “[…] mujer sin rostro y sin nombre / [que] es engullida por las fauces del desierto,” (Ibíd., p. 60) las nacidas “[…] con agua de mar en los ojos / […] listas para ir a la guerra o amamantar a los hambrientos; / […] flor pulverizada / que aún regala su aroma al gaznate de los cuervos.” (Ibíd., p. 65) Las compañeras de escuela que un día desaparecieron sin más, las Imeldas, entre otras que de pronto se escapan de la lengua y de la palabra, no solo de Yaroslabi, sino de todas las bocas, ojos y recuerdos. Yaroslabi cierra con “Epitafio”, una lista de cosas por hacer para alguien que apenas acaba de cumplir treinta años, pero que vuelve a la raíz del estar mientras contrasta lo por hacer, con lo hecho y lo ya hecho historia con lo que tal vez, no se haga, aún o nunca.
Habitó la primavera fugaz que se desmorona
Ante el canto de los misiles.
Y el colibrí de marzo acumuló sobre sus alas
la fúnebre acrobacia del helicóptero blindado,
el rugido de la bala que perfora al viento,
los disparos de hielo que le estañaron en la frente.[Nunca plantó un árbol
(Ibíd., p. 74)
pero pintó con pólvora los huecos del olvido].
Personal, melancólica y coloquial; próxima y afecta a las vicisitudes iberoamericanas de las generaciones de mujeres millennials y centennials que tanto son hijas de sus padres, como de las circunstancias del mundo violento, híper veloz y consumista que ciertamente en lugar de añorar, pone en las manos de los lectores dos piedras de toque y la libertad de poderlas hacer chocar frente a la paja seca. Hechos que le han valido recibir el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2021. La escritura de Yaroslabi es una escritura del estar, donde poderse ver de vuelta a ese umbral cavernoso iluminado por las velitas que proyectan las sombras cantantes del feliz cumpleaños. Justo antes de soplarlas, vuelve al momento exacto de suspirar por aquellas tragedias que, afortunadamente algunos pueden desconocer, ya tan factura del día a día. Girar y aparece bajo la sombra del árbol leído, mientras se reforestaba con cerros de libros. Al terminar la lectura, la insondable sensación de qué hacer después, se vuelve un poco más llevadera, la extrañaba. Espero que tarde en dejar de sentir esa incertidumbre. Que no llegue a pasar esa hora que está pasando, que tantas otras veces ya pasó.
Fuentes:
Bañuelos, Yaroslabi (2020) Inventario de las cosas perdidas. #22 Poesía. Ediciones Punto de Partida. México: Universidad Nacional Autónoma de México. Textos de Difusión Cultural, Coordinación de Difusión Cultural – Dirección de Literatura y Fomento a la Lectura.
Xirau, Ramón (1993) El tiempo vivido: acerca de “estar”. México: Siglo veintiuno editores – El Colegio Nacional.