Hace poco tiempo, los medios de comunicación explotaron frente al nuevo escándalo del mundo del arte: “Un artista vende por 15.000 euros una escultura inmaterial, invisible, que no existe”, pregona el titular de ABC.es. Se trata de la obra Io sono (Yo soy) del artista italiano Salvatore Garau. Una pieza no visible, que no existe como forma material, sino como concepto, y cuyo único testimonio es –además del certificado de autenticidad– el espacio demarcado con un recuadro en tirro blanco para enunciar su presencia y diferenciarla del resto del espacio vacío.
Más allá de la evidente controversia, de una obra “invisible”, destaca la intención sensacionalista, y hasta morbosa –favorecida por las dinámicas posmodernas y el internet–, en las noticias y reseñas sobre el mundo del arte. Lo mismo pasó con El comediante de Cattelan; y todavía se discute con obras como las de Warhol o el mismo Duchamp.
A todo este pequeño escándalo mediático, el artista se suma –y aprovecha del momento de exposición y fama– con declaraciones como:
Más que esculturas invisibles, las definiría como esculturas inmateriales. Mi fantasía, entrenada toda mi vida para sentir diversamente lo que existe en torno a mí, me permite ‘ver’ lo que aparentemente no existe. Las esculturas inmateriales son obras que siento físicamente. En el vacío hay un contenedor de posibilidades positivas y negativas que son constantemente equivalentes; en definitiva, hay una densidad de eventos. Además, el vacío no es otra cosa que espacio lleno de energía, incluso si lo vaciamos de campos electromagnéticos, neutrinos, materia oscura, de todo… y solo queda la nada, según [en mecánica cuántica] el principio de indeterminación de Heisenberg [1] ¡nada tiene peso! Por tanto, tiene energía que se condensa y se convierte en partículas, en fin, ¡en nosotros! La intuición que tuve como artista, en lo abstracto y lo espiritual, está respaldada por la ciencia
Gómez Fuentes, citando a Garau.
Es una explicación teórica, un tanto críptica, y con tonos pseudocientíficos, que mezcla el conocimiento popular y difuso que se tiene de procesos físicos mucho más complejos de lo manejado usualmente. La justificación de Garau apunta a una obra cuya materialidad no visible está en contener energía. Una energía que muta y cambia a partir de las intenciones e ideas del artista, y que poco tienen que ver con el principio de incertidumbre o de Heisenberg. Garau hace una puesta en escena del artista espiritual, denso intelectualmente, iluminado, y muy romántico que tanto atrae a los medios y al mundo del arte.
Salvatore estudió en la Academia de Bellas Artes de Florencia y algunas de sus obras más notables son Contatto, Sculpture throwing-Fireflies-rainfall signals, Condotta, y Afrodita llorando. Salvatore Garau no era particularmente conocido, a pesar de su trayectoria artística: con la participación en la 50 edición de la Bienal de Venecia (2003) y exposición en varios museos. Es con su escultura inmaterial que salta al estrellato internacional, tal vez por corto tiempo.
Hablar de una escultura inmaterial –sin materia– es más una licencia poética, y no una definición real de la obra. Para la escultura, es necesaria la modificación del espacio, la presencia de una interacción entre la materia y los vacíos. Si no hay materia, no hay un cambio real de esa disposición espacial –más allá del cuadrante y la designación del artista de que se trata de una escultura–. Es una “escultura” paradójica, que se vale del sinsentido. Es una pieza que juega, además, con las nociones de participación del espectador en la constitución de la obra. Sobre todo, porque es el público quien debe esforzarse en imaginar la pieza a partir de la sugerencia de título que hace Garau: yo soy.
El artista afirma que la escultura existe en su mente. Y que, quien no logra verla, percibirla, es porque no está suficientemente sintonizado con la poética del arte. Es una propuesta como la que los tejedores hacen al emperador en el conocido cuento infantil: esta tela es tan fina, tan delicada que solo pueden verla los inteligentes y nobles. Si no la ves, no es que no exista, sencillamente implica que no estás a la altura.
En palabras de García Canclini: “En los hechos, sin embargo, las obras adquieren su versátil existencia en las oscilaciones entre aceptación y rechazo de los miembros del campo artístico y de otros actores sociales” (García Canclini, p. 215).
Así, esta obra y la propuesta de Garau se enmarcan dentro del arte conceptual, donde priva la desmaterialización –excesiva, tal vez– del objeto. Y, finalmente, al no existir la obra en sí, lo único que la dota de validez es el certificado emitido por el artista y las propias dinámicas de legitimación del mundo y mercado del arte: como el hecho de ser subastada.
Haber vendido la obra, por más “inexistente” que esta sea, la introduce en el ámbito legítimo del arte, la convierte en un bien simbólico de valor, tanto cultural como monetario.
Estas dinámicas son posibles solamente gracias al legado y tradición del arte que nace desde el Dadá, los ready-made, las obras cada vez más conceptuales, las performances y la exaltación de la figura del artista como creador todopoderoso. Figura conveniente para la creación de dispositivos simbólicos y posibles de ser llenados de contenidos y significados; además de mover la rueda de la economía y de las transacciones del arte.
Sería interesante pensar que Garau creó Io sono desde la visión crítica que visibiliza las lógicas del mercado del arte para “corporeizar” y dotar de “realidad” a una obra que no existe. Un poco en el reconocimiento de la cultura del simulacro propuesta por Baudrillard, en la que esta escultura inmaterial vendría a ser el simulacro último de obra: una obra que no es nada, pero, sin embargo, está dotada de una realidad total y legítima para el mercado. Es una obra transparente en sus dinámicas y funcionamiento.
Sin embargo, tras las declaraciones neorrománticas del artista, queda claro que su intención se distancia de dicha propuesta, y se mantiene dentro del discurso típico y esperable de cualquier personaje de la cultura. En este sentido, a pesar de la controversia mediática, Garau no es realmente ni incisivo, ni crítico, ni “genial” –en la acepción popular y romántica del término–. Lo controversial e innovador en Duchamp, Warhol o hasta el propio Cattelan, se vuelve estéril en la propuesta de Garau. Quien se aferra aún al artista-creador-todopoderoso.
A pesar de ello, y de que muy probablemente esta obra no trascienda mucho, lo que es innegable es su legítima presencia dentro de la palestra del arte. Presencia que se fundamenta en el sensacionalismo y la cobertura mediática.
Notas:
[1] “En mecánica cuántica, la relación de indeterminación de Heisenberg o principio de incertidumbre establece la imposibilidad de que determinados pares de magnitudes físicas observables y complementarias sean conocidas con precisión arbitraria” (fuente: Wikipedia). En otras palabras, este principio lo que expone es que en la medida en que se calcula una magnitud que afecta a determinada partícula, las demás variables que afectan a dicha partícula se vuelven imposibles de calcular. En este sentido, no es posible conocer, a la vez, todas las magnitudes físicas de un evento cuántico.
Referencias
García Canclini, Nestor. La sociedad sin relato, antropología y estética de la inminencia. Katz editories, 2010.
Gómez Fuentes, Ángel. “Un artista vende por 15.000 euros una escultura inmaterial, invisible, que no existe.” ABC, 1 06 2021, https://www.abc.es/cultura/arte/abci-artista-vende-15000-euros-escultura-inmaterial-invisible-no-existe-202105281941_video.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F.
No dejo de pensar en el día en que ese que compró la escultura salga a denunciar que se la robaron y le meta una demanda al seguro por negarse a indemnizarlo. Va ser interesante escuchar al artista dar su opinión cuando los peritos del seguro lo llamen para que certifique que esa que recuperaron sí es la original y no una «imitación imperceptible», argumento del propietario para negarse a dar el caso por cerrado.