Es posible afirmar que la literatura hispanoamericana nace pareja a la voluntad de conformación de nuestras repúblicas, a la urgencia de crear un cuerpo civil, jurídico y político que pudiera dar cuenta de cada uno de los afanes y avances que se estaban produciendo en estos terrenos, para ir luego en busca de una independencia económica y social, pues no podía haber un arte o una literatura propias si no se producía antes el desarrollo de una conciencia colectiva.
Así, en cada una de nuestras nacientes repúblicas se produjeron movimientos y luchas internas como respuestas a los afanes de dominación por parte de los imperios europeos, especialmente desde el siglo XVIII, desde la Ilustración hasta nuestros días, para desembocar finalmente en el nuevo colonialismo estadounidense.
Justamente, en el llamado Siglo de las Luces se produce un movimiento estético de corte historicista y ecuménico conocido con el nombre de Enciclopedismo que intenta el conocimiento total, una suerte de crisol de disciplinas científicas, artísticas, religiosas, filosóficas y políticas, donde se ponía a prueba la capacidad humana para hacer la síntesis del conocimiento humano sobre las materias más diversas.
Esta voluntad del Enciclopedismo definió, en cierto modo, otra serie de tentativas en el terreno de las humanidades, para dar forma a lo que se conoce luego con el nombre de Humanismo, tendencia decisiva para el pensamiento europeo, la cual tendría sus orígenes en la paideia griega clásica, tenida como modelo de un movimiento cultural surgido en Italia a mediados del siglo XIV que proponía crear una nueva cultura basada en la educación del hombre, para lograr su formación y realización como individuo y como ciudadano.
El dominio de la lengua y de las referencias intelectuales tendrían que dar como resultado a un hombre de alto nivel moral; concepto que en el Renacimiento toma su impulso definitivo con el poeta Francisco Petrarca en Italia, quien, al releer y contemporizar los textos clásicos latinos, permite la actualización de aquella cultura, de sus letras, artes liberales, ciencias naturales, el derecho y otras, mediante el estudio.
En Hispanoamérica el Humanismo tiene una serie de epígonos atemperados al trópico y a nuevas necesidades históricas de cambio y de conciencia civil. Los humanistas iberoamericanos asumieron el rol de maestros, urgidos por la necesidad de educar a la población, de fundar escuelas y cátedras libres, comenzando por escribir sus propias obras, difundirlas en periódicos o editarlas en forma de libro. Así, la columna periodística adquiere rango de cátedra pública, y los libros se tornan los principales transmisores de conocimiento.
Tomando como modelos a humanistas europeos como Voltaire, Diderot o Rousseau, a su vez inspirados en humanistas de la Iglesia o de la Contrarreforma como Lutero, Moro o Erasmo, los humanistas hispanoamericanos asumieron pronto sus responsabilidades cívicas. Fueron surgiendo en todo el continente americano, respondiendo cabalmente a las necesidades históricas de cada nación.
Así tenemos en diversos países figuras fundadoras como Andrés Bello y Simón Rodríguez en Venezuela; Miguel Antonio Caro en Colombia; José de la Luz y Caballero en Cuba; Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento en Argentina; a Vicente Pérez Rosales en Chile; a Juan Montalvo y Juan León Mena en Ecuador; a Ricardo Palma y José Carlos Mariátegui en Perú; y a Eugenio María de Hostos en Puerto Rico.
De una generación posterior tenemos a José Martí en Cuba, José Enrique Rodo en Uruguay; Pedro Emilio Coll y Manuel Díaz Rodríguez en Venezuela como figuras cimeras de la tendencia humanística del Modernismo hispanoamericano de principios del siglo XX, proclive a la meditación sobre el devenir de los pueblos y su cultura, mostrando reflexiones mezcladas sobre filosofía, historia, estética, costumbres, y dando origen a sendas tomas de conciencia por parte de ensayistas posteriores como Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, César Zumeta, Juan Liscano y Elisio Jiménez Sierra.
Más adelante, en la segunda mitad del siglo XX, esa reflexión se fragua primordialmente en el ámbito universitario, donde se dirime sobre estética, ideología y ética girando en torno al asunto de la modernidad, y del tránsito de esta a la posmodernidad, con los conflictos que este proceso conlleva. En este sentido han trabajado ensayistas como Ludovico Silva, Julio Ortega, Carlos Monsiváis, Harold Alvarado Tenorio, Rafael Humberto Moreno-Durán, Bolívar Echeverría o Ricardo Forster, para citar solo a algunos de quienes vendrían a constituir lo que puede llamarse el nuevo corpus del humanismo hispanoamericano, aquel que, a la par de fundar mundos poéticos o novelescos, recrear crónicas o acontecimientos, también aporta ideas a la construcción social de las naciones, a su independencia económica o política, a la vez que intenta definir sus peculiaridades como pueblo, su idiosincrasia, sus costumbres y los rasgos de su comportamiento. Ello se lleva a cabo desde diversas ópticas; sin embargo, la de los poetas y literatos es la que quizá posee mayor poder sugerente, tal y como se ofrece, por ejemplo, en las obras de José Martí, Eugenio María de Hostos, Alfonso Reyes, Octavio Paz o José Lezama Lima.
El caso de José Lezama Lima en Cuba es excepcional por varias razones. La primera es que siendo esencialmente un poeta [1], Lezama trasladó toda la imantación de su poesía a su reflexión social e histórica; igual procede para el conjunto de su obra de ficción narrativa. En el primer caso, ello se refleja en Tratados en La Habana (1958), La expresión americana (1957), Las eras imaginarias (1971), La cantidad hechizada (1970) e Introducción a los vasos órficos (1971).
En estos, Lezama construye un sistema filosófico muy particular a través del conjunto heterogéneo de sus lecturas; en este las ideas buscan imprimir un sentido conceptual a la imagen, creando así una peculiar búsqueda de la imago, (categorizada así por él), a la vez que pone de resalto una serie de oposiciones y contrastes que crean, en el nivel del lenguaje, procedimientos aleatorios de raíz compleja, procuradores de un idiolecto propio u original, que se nutre de lo paradójico y de los elementos primordiales del mundo y de los movimientos ónticos y sonoridades de las palabras para crear imágenes sinestésicas de mundos visuales, olfativos, auditivos, palpables, sensoriales en fin, y los pone a todos ellos al servicio de una interrogación de lo nuestro, de las perplejidades sobre la cubanidad y la americanidad.
Mixtura, Lezama Lima, sus poderes metafóricos a los de su extraordinaria cultura (la cultura del humanismo, que es necesariamente la cultura del hombre letrado, del hombre de letras) para crear en su lenguaje una música permanente que tiene innegables ecos del barroco y del manierismo, muy bien mixturados al ingrediente órfico, a un onirismo de carácter surreal (en su ineludible contacto con los movimientos de la vanguardia europea) o surrealista que, en su paso por América, crea una nueva subversión, asombra, hechiza.
De esta manera, Lezama puede pasearse por mundos míticos, mundos antiguos o ancestrales de cualquier latitud, puede retrotraernos a lecturas grecolatinas, egipcias, hindúes, chinas o prehispánicas aborígenes, y volver a instalarse en el espacio y tiempo americanos del presente con pasmosa fluidez. Lo contrario de Borges, que construye universos paralelos merced a una imaginación razonada que vuelve verosímiles a los personajes más fantásticos, Lezama nos ubica en la realidad de su mundo gracias a un arte verbal de gran suntuosidad, pero que tiene el cuidado de no perderse en el mero laberinto del lenguaje, sino guiándonos a través de signos y pistas conceptuales que nos remiten a distintos universos literarios, artísticos, religiosos o filosóficos.
De modo preeminente, es en Tratados en La Habana y La expresión americana, donde Lezama Lima se nos presenta como un nuevo humanista. Primero porque parte de la historia –o mejor de la historia de la cultura– para hacer sus propuestas; luego en los mitos, y al arribar a este ensamblaje historia-mito nos instala en un sistema poético donde profundiza en el hacer humano, para encontrar en él momentos excepcionales en lo que respecta a su potencialidad poética (potens) y propiciar así el encuentro de un nuevo modelo de tiempo: la era imaginaria. Y allí es donde justamente Lezama pone todo su empeño, para indicarnos cuáles son los momentos trascendentes dentro de la historia que van al encuentro de lo poético –es decir, del potens imaginario– y nos permitirían situarnos más allá de lo temporal.
Asimismo, tenemos el ámbito religioso –cristiano en este caso– donde Lezama se permite introducir elementos de su sistema poético para crear la sobrenaturaleza. En esta se identifica a la Tierra Prometida con la imagen del Paraíso (Paradiso) y sus esperanzas de redención.
En este sentido, la fe cristiana le permite rebasar las conceptuaciones de la razón o de la filosofía para penetrar en el terreno de lo religioso, haciendo uso de un poderoso asombro (arrobamiento) ante la presencia de Cristo, la Virgen o el misterio de las imágenes y crear con ello juegos permanentes del lenguaje con el numen, con las sustancias animadas ocultas en los objetos, dando paso a un desenvolvimiento incesante de su credo católico, buscando siempre correspondencias de esa fe cristiana en el mundo pagano, lo cual otorga a sus personajes una carnalidad especial, un erotismo inmanente (el eros de la lejanía, llama Lezama a esta sensación sublime, donde el cuerpo se funde al espíritu, así me lo confesó él en una entrevista) una pulsación sexual siempre alterna y complementaria a esa espiritualidad, digamos, tal puede apreciarse en sus novelas Paradiso y Oppiano Licario, obras de formación de la personalidad, (bildungsroman), donde se desenvuelve buena parte de su sistema poético.
En La expresión americana, Tratados en La Habana y Las eras imaginarias se aprecia de cuerpo entero al Lezama humanista atento a descifrar la cubanidad y la americanidad, al indagar en raíces históricas e imaginantes que nos permitan comprender su presente y, de paso, realizar una celebración de lo particular: su música significativa, su decir, su creencia, su calle alborozada, su espacio cotidiano, su esperanza.
Es el Lezama Lima humanista ofrecido al desciframiento futuro, escritor capital de nuestras letras y nuestro pensamiento, a quien dedicamos hoy este discreto homenaje venezolano en el primer centenario de su nacimiento. [*]
Notas del autor:
[1] Lezama se constituye en definitivo innovador de la poesía cubana e hispanoamericana con sus libros Muerte de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949), Dador (1960) y Fragmentos a su imán (1977).
Nota editorial:
[*] MenteKupa publica este artículo de Gabriel Jiménez Emán a diez años de haber sido escrito, porque en un contexto donde tienden a desdibujarse las texturas y honduras de nuestras raíces culturales, es preciso iluminar la mirada crítica de nuestros grandes escritores hacia nuestros grandes escritores.