I’ve been alone with you
Inside my mind
And in my dreams I’ve kissed your lips
A thousand times
I sometimes see you
Pass outside my door
Lionel Richie
Se encontraba explorando las calles espejeantes de Frankfurt. Frankfurt le hacía recordar a Sissy, la princesa salida de los cuentos de hadas y cuya vida terminó en las manos de un terrorista que buscaba acabar con los Austrias. Ella, aunque no culpable, era símbolo de un poder siniestro como la vida misma. Sissy murió feliz y en ese sentido le dio la contra tanto al terrorista como a su esposo, José de Habsburgo. El terrorista y el emperador eran hombres, ellos no entendían a Sissy. Quizás, y esta es mera hipótesis de detective que cree en las teorías de la conspiración; Sissy sí sabía qué le deparaba el destino esa mañana, ella misma le comunicó en una carta a su antiguo tutor húngaro que su vida no tenía mucho sentido, que la habían alejado de su Bavaria natal, de sus montañas sagradas, que la vida con José era insoportable porque la reina madre era una bruja detestable que no creía en sentimientos sino en fórmulas de palacio; Sissy era romántica y representaba un tipo distinto de aristócrata muy al estilo de la Anna de Tolstoi. La carta muy probablemente empezaba así: “Querido Franz…” Y en los últimos renglones por debajo de su firma le confesaba que lo hacía para acabar con los Austrias, lo hacía por ella, quería ser libre por fin, ya había sufrido mucho. Era tiempo de revolución, nuevos terrores devorarían el mundo. Vaya que podía ver, la emperatriz de pies apurados y hermosos.
Empezó a llover. Observó delante suyo cómo una pareja, seguramente amantes, se besaba con pasión en la entrada de un edificio de estudiantes. Caminó un poco más y se cruzó con ellos, comprobó que eran sudamericanos. Ella más bajita que él. Se alejó con una sonrisa mientras la lluvia empapaba su teléfono. Les quería tomar una foto, lamentablemente la lluvia se lo impidió. Caminó hasta el semáforo, cruzó como lo hacía en Zarumilla sin usar el puente peatonal. Avanzaba, pero la sensación era la de regresar. ¿Cómo se puede avanzar regresando? Seguía por la luz de los faroles que se empozaban en su corazón salvaje. Podía leer claramente el cartel: Palmergarten.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuarenta años? ¿Treinta y nueve? ¿Setenta y nueve? Quizás mil o diez mil soles iluminaban su corazón todavía rebelde luchando contra la estrella de… Su boca era muy roja y grande, demasiado. Esta vez era el dieciocho de noviembre de dos mil catorce, su primera noche en Frankfurt, sí, aquel barrio de Lima que no conocía, pero del que le hablaban mucho, ¿en sueños sería? Este barrio no me es desconocido, me parece tan familiar, es como si pudiera saber lo que me va a pasar un segundo antes de que me pase. Estoy en Bokemhaim Strasse y recordé que ya no me gustaba Lionel Ritchie, que Phil Collins reinaba en París y que las rosas de las estaciones de tren, sobre todo las rosas de L’Est, son las mejores del mundo.
Al llegar a la esquina de Bokemhaim Strasse, la lluvia ya lo había mojado por completo. Ich Liebe Rain, se decía y reía como un enloquecido, así no se dice, Ich Liebe Rain, carajo. Sus ojos se posaron en un poster gastado de Lionel Ritchie, puso la mano sobre el papel, quería arrancarlo, se le veía muy joven a Lionel, no aparentaba su edad el cantante nacido en Tuskegee, Alabama, Ben, nacido en Bremen como los músicos, le contaba que en Alemania los ochenta no habían pasado de moda, y sí lo comprobó nomás llegar a Frankfurt a Main Hauptbahnhof. Salió de la estación. Detuvo un taxi. Gotten Nacht, al hotel Palmerhoff, nice music, I like it, ¿Lionel Ritchie not? Sí, amerikanen, amerikanen y Dresden en llamas, Dresden en llamas por culpa de Amerikanen, y Lionel Ritchie en llamas sobre el escenario, sería un Kristos, Lionel Ritchie, un cristo negro, sí, eso es lo que necesitábamos, ¿ese sería el milagro? El Kristo negro venido de los ochenta cantando melodiosamente en llamas: un piecito en mi boquita, un piecito en mi boquita, pa’ morder, pa’ morder…
De negro. Contemplaba la ciudad por la ventana. La lluvia caía furiosa sobre las calles de una ciudad alemana, no eran bombas, solo lluvia furiosa sobre Deutschland. Salió del hotel, allí había vivido Elias Canetti, sí ese de: Son mis ilusiones infantiles las que todavía me hacen decir si percibo una fisura en la coraza de un hombre: no todo está perdido, hace falta poco para hacer palpitar a ese corazón detenido.
Como era su costumbre, se había olvidado el paraguas. No era tan precavido como parecía inicialmente. Tenía el presentimiento de que iba a llover mucho en Alemania. Se entregó al abrazo de la lluvia en llamas. Nunca regresaría a Frankfurt.