“Después de estas cosas, dijo a Jakaira Ru Eté:
—Bien, tú vigilarás la fuente de la neblina que engendra las palabras inspiradas. Aquello que yo concebí en mi soledad, haz que lo vigilen tus hijos los Jakaira de corazón grande. En virtud de ello que se llamen Dueños de la neblina de las palabras inspiradas.”
Esta definición del hombre no es menos exacta que la griega y sí más bella; el lenguaje es origen y actualidad de toda cultura, y el hombre su dueño, administrador y guardián.
José Manuel Briceño Guerrero
a partir del texto mítico guaraní La creación
Del asombro nace la preocupación y en ella la filosofía, un pre-ocuparse que no aspira a ir más allá sino más adentro. La preocupación de José Manuel Briceño Guerrero por el lenguaje no es vienesa sino palmariteña, es búsqueda cándida de origen infantil, como las importantes en serio, nacidas del asombro absoluto. Aunque Viena haya querido retenerlo y tal vez algunas de estas cosas, serias muy serias, haya escuchado en los círculos austríacos, gracias a un acuerdo noble, de compañeros justos, JMBG regresó a Venezuela para acompañar los estudios de Jacqueline Clarac y se quedó andando estos territorios.
Tan palmariteña es aquella preocupación, que antes de Enrique Dussel, Franz Hinkelammert y probablemente el propio Paul Ricoeur, Briceño Guerrero se preguntó por el lenguaje y puso la mirada en los mitos, no de Prometeo o Abraham sino en el mito maquiritare de la creación, en la esfera de piedra repleta de gente llamada Fehánna. Entonces, antes de la barba blanca, que paradójicamente lo asemejaba a Sócrates, Briceño Guerrero golpea el núcleo del culto filosófico para afirmar que este mito, contado en recursos lingüísticos maquiritares “no está en desventaja con respecto a Parménides o Kant en cuanto a profundidad” y no sólo eso, sino que “los supera en belleza”. Es para él una “pequeña joya literaria”.
El tiempo normaliza lo que alguna vez fue subversivo y olvidamos lo rupturista de decir ciertas cosas. Si todavía hoy saltan algunos ojos ante valoraciones de lo filosófico nuestro¸ imaginen decir en 1968 que un mito prototercermundista tenía el mismo valor en profundidad que la Crítica a la razón pura y, además, que lo superaba en belleza (cuestión indudable para cualquier lector o lectora del señor Kant, quien no es conocido por la hermosura de su prosa). El asunto es que, primero que muchos y muchas, el filósofo de Palmarito reivindicó el carácter profundo del mito, su importancia literaria y su belleza; de la mano de aquella preocupación infantil por el lenguaje. Algunos años antes había distinguido la filosofía en tanto dynamis (visión de mundo), enérgeia (reflexión consciente sobre el ser) y ergón (la tradición filosófica), reconociendo la filosofía contenida en culturas diferentes a la occidental.
Ya en aquel texto, ¿Qué es la filosofía?, asoma por primera vez la tensión que abordará más tarde, entre lo que se impone como cultura, como norma, y la resistencia que genera. Esa resistencia no se expresa desordenadamente, persiste en la palabra y la escritura. Así, los venezolanismos son una expresión de resistencia ante las imposiciones, son también los vericuetos del encuentro entre culturas diversas, lo mestizo imposible patente como palabra rebelde. “El mundo sensible está mediatizado por el lenguaje”, dice el filósofo y gracias a eso concluye que “el lenguaje es origen y actualidad de toda cultura”.
De acuerdo con él, volver a las formas mestizas del lenguaje y retomar los mitos constitutivos de la humanidad, encontrando su profundidad y belleza, es llevarle la contraria a los prejuicios positivistas, teológicos o psicoanalíticos, para abrir otras maneras de expresarnos a través del encuentro con lo negado. Pero no habitamos mundos perfectos, habitamos el conflicto y la contradicción. El lenguaje, en tanto discurso, convive en el seno de nuestras mestizas sociedades, expresándose en distintos modos que se cruzan y se enfrentan. La única manera de comprenderlo es abandonar toda aspiración monográfica y convertirse en el discurso para que sea él quien hable. Estos son los tres minotauros de Briceño Guerrero, los discursos que nos constituyen, que nos delimitan y nos dividen, perdidos en el laberinto de nuestras sociedades.
Original no solo es ir al origen, sino desplazar la forma y el contenido tradicional para superar los límites y avanzar definitivamente hacia lo transgenérico. De este descubrimiento nace Jonuel Brigue, para hacer patente la profundidad y la belleza que solo es posible trastocando la palabra y dejándose llevar por su invitación lúdica.