VI
Habíamos llegado a la hora de la oscuridad
encendíamos las llamas para aguardar la noche
la negrura absoluta del valle se rompía a lo lejos
del bando contrario también muchos preparaban su última cena
los pechos desnudos de los soldados reflejaban las estrellas
muchos presintiendo el agujero de las balas que se anunciaba
las lágrimas corrían en silencio
la voz de los hijos
las suaves carnes de la amada lejana
el abrazo final de la madre
llanto corre
VII
La mano estaba pintada de rojo
la sangre corría sobre la arena
la espada había cortado los dedos
se tragaba la furia
la escupía
su sangre sembraba la tierra
un araguaney comenzaba a florecer
América tomaba su nombre
tenía rostro de jazmines y azucenas
alas de cóndor
y volaba en ella la voz de todos
VIII
La diana rompía la noche
las estrellas aún nos observaban
sentíamos nuestras almas cerca de ellas
desde lo alto veíamos la explanada
éramos piezas de ajedrez
la mano del pueblo nos movía.
IX
Y ¿cuánto más esperarías?
300 años habían marcado la ruptura de mis huesos
no me atrevía a dar un paso más en la misma dirección
era preciso vivir y vencer.
X
Ayacucho retumba al paso de los caballos
las piedras saltan al ritmo del combate
las lanzas se hacen espejos
iluminan el rostro incansable de los combatientes
el sol nos cobija como hijos pródigos.