“Y si una vida no tiene una narrativa discernible, ninguna acción principal coherente”, se pregunta el personaje de esta novela. Y de eso se trata, de narrar una historia con escombros.
Luego de una ruptura amorosa y de un bloqueo creativo, el personaje se sumerge en los llanos, que permanecen calcinados o inundados, alternativamente. Allí se va a vivir solo, en una inconsistencia interior que contrasta con la solidez de la realidad en el campo, donde los momentos del día están vivos y marcados por el canto de las aves, el sonido de las vacas, los perros, y hasta de la luz del sol al crepitar. Si se tuviera que sugerir un protagonista sería el paisaje.
Igor Barreto cuestiona la forma de concebir la naturaleza que tenía Gottfired Benn –en la cual, según el poeta alemán, la naturaleza había perdido su misterio, se había drenado de su aura mágica y languidecía seca de significado–. Para Barreto, si la naturaleza ha perdido el alma, la función del poeta es restituir el alma al mundo. No obstante, al leer esta novela me queda la sensación de que el paisaje se mantiene indeleble, pariendo color, innombrado e innombrable. Plena de significado, de simbolismo, la naturaleza no ha perdido el alma, antes bien, se la restituye al humano.
El mismo Igor (un referente cuando hablamos de nombrar el alma de un paisaje), dijo en alguna ocasión que al poeta provinciano le estaba dado nombrar lo innombrable y posee los sustantivos; mientras que un poco subsidiariamente, el poeta de la ciudad es el dueño de los adjetivos. Lo dijo luego de tomarse un par de cervezas, me pareció impresionante la frase. Con Los llanos tengo la impresión de que se cumple con esta afirmación.
El personaje siembra una huerta y escribe. Entabla una relación de equivalencia entre ambas actividades, las cuales lo van transformando de manera sutil y pausada, espiritualmente, si se quiere. Tal como creían los antiguos alquimistas, no solamente se opera una transmutación sobre la materia; en el sentido opuesto, la materia al ser modificada, modifica a su vez al artista.
El personaje vive la ruptura de una relación que se acaba sin causa aparente. No hay una razón suficiente que explique el porqué. El hombre, la pareja del personaje, huye, y deja un vacío. Narrar el vacío se traduce en la ausencia de trama. De las esquirlas de un posible bloque narrativo surge la novela. Sin thriller, sin suspenso, queda nombrar el transcurrir del tiempo en su dimensión de abierta deriva, de horizonte indistinto. Lo cotidiano: revisar la cosecha, cortar los yuyos y los cardos, alimentar las gallinas, dar paseos, escribir escuetos registros del día mezclados con reflexiones. Bajo dicho tinglado de acciones sabemos que hay una persona herida tratando de reconstruirse.
Dice el narrador: “Contar una historia cambia a quien la cuenta. Y por momentos la ficción es la única manera de pensar lo verdadero”. Por lo tanto, en Los llanos encontramos un contraejemplo de los principios para contar una historia, de las clases de guión o de los talleres de narrativa. Es una novela refractaria a todo tipo de cristalización. Aquí no hay escaleta, no hay arco narrativo, no hay secuencialidad. El personaje no va del punto A al punto B. Es un hombre que trata de entender. Escribe porque no entiende, escribe para entender. No hay control sobre la escritura, así como no hay control sobre la huerta. Siembras y no sabes si se dañará la cosecha. Escribes y no sabes si tendrá una forma, un destino o un sentido claro.
Como Juan Cárdenas afirma, leemos con la historia de nuestro cuerpo a cuestas. Aunque la lectura corresponde al paradigma visual, hay algo en el texto que pide ser escuchado, tocado u olido. Durante la lectura de Los llanos no pude evitar remitirme al campo colombiano. El sonido de las chicharras, el aroma de las plantas, la textura de los frutos, la ferocidad del clima.
El epígrafe es una clave para comprender la poética de la obra:
Fue como si
Ron Padgett
[…]
el paisaje tuviera una sintaxis
parecida a la de nuestro lenguaje
y mientras avanzaba una larga
frase se iba diciendo
a la derecha y otra a la izquierda
y pensé
Quizá el paisaje
también puede entender lo que yo digo.