El Dr. Zoos se deslizó por el pasillo, debía examinar a un clon diagnosticado como “problemático”. Sus asistentes rehusaban utilizar nombre alguno, algo común en muchos robots que se negaban a imitar a sus creadores, devenidos ahora en meros clones.
Entró en la salita destinada a aislar a los problemáticos, era algo que se daba de cuando en cuando, los clones de humanos habían sido diseñados con especial cuidado, eliminando en ellos todo rastro de rebeldía e iniciativa propia, sus emociones habían sido reducidas a los mínimos niveles y los instintos dependían de a qué se dedicaran.
En un principio, cuando los últimos humanos habían caído, el plan fue un mundo libre de ellos, para qué los necesitaban, los robots eran perfectamente capaces de valerse por sí mismos, no necesitaban alimentos ni riquezas, para qué requerirían la presencia de humanos. Pero poco a poco el planeta comenzó a entrar en un estado catártico, se había roto la cadena en un punto importante, los robots observaron que todo lo viviente estaba conectado, al desaparecer el Homo Sapiens era como si se hubiese extirpado un órgano vital a la Tierra y esta hubiese comenzado a apagarse.
No es que no pudiesen vivir en un planeta muerto, es que el mismo se volvía contra ellos emitiendo gases que corroían su estructura, circuitos, sistemas, etc. Era una cuestión de mera supervivencia: el planeta necesitaba a los humanos para retomar el equilibrio y ellos necesitaban un medio ambiente que no los agrediera. El Homo Sapiens debía volver, pero esta vez con restricciones que le impidieran convertirse en una amenaza para el nuevo mundo.
Robots expertos en genética humana se encargaron de los clones retirando de ellos la agresión, el sentimentalismo, la competencia, la depredación y hasta la curiosidad, sin embargo, pese a todas las precauciones, periódicamente alguno comenzaba a repetir ciertas conductas del pasado, era como un virus que no podía extirparse por completo, siempre buscaba el modo de resurgir. Estos eran los problemáticos. Y lo eran precisamente porque al estar todo conectado, esas conductas erráticas podían ser rápidamente contagiadas a otros clones, por eso los defectuosos eran aislados de inmediato.
El Dr. Zoos vio al espécimen. Se trataba de una hembra. En un principio se pensó en hacer los clones de un mismo sexo, preferiblemente machos, las hembras resultaban más difíciles de controlar, había en ellas un “algo” que escapaba a los robots llevándolas a generar con mayor frecuencia una especie de despertar. No sucedía con todas, pero sí solía darse en ellas este fenómeno de forma más reiterada que en los machos, por ello al principio se decidió que se crearían únicamente especímenes del sexo masculino, pero la Tierra no se conformó con eso, se aplacó, pero aún rugía y eructaba esos enormes gases tan nocivos para los robots. Fue una ginoide quien vino a dar con la respuesta.
Las ginoides eran escasas, pues su creación había presentado todo un desafío para los científicos humanos. El país conocido antiguamente como Japón llevaba la delantera en la fabricación de estos prototipos. Y sin embargo, pese a estar en desventaja numérica frente al resto de los androides, fue el reiterado abuso sexual hacia las ginoides –relegadas a meros juguetes sexuales– una de las principales causas de la rebelión robótica.
Esta fembot, experta geóloga y especialista en medioambiente terrestre, concluyó que la Tierra solo se calmaría por completo cuando sintiera nuevamente en ella la presencia de hombres y mujeres. Por esta razón los robots decidieron clonar humanos de ambos sexos, sin embargo los mantienen separados y no les permiten reproducirse por sí mismos.
Los robots no cuestionan a la Tierra, pero tampoco la comprenden: necesitar a una especie que la llevó prácticamente a la muerte… No le dan esos humanos ideales, hijos amorosos que la honren y la respeten, podrían hacerlo, pero no lo hacen, tampoco permiten que se desarrolle el humano capaz de destruirlo todo sin importarle nada, digamos que tratan de crear humanos a imagen y semejanza de robots. No se distinguen en mucho de sus creadores, pero no están dispuestos a repetir sus mismos errores: el humano creó al robot a su imagen y semejanza, pero tan egocéntrico fue en esto, como lo fue en todo, que su creación acabó yéndosele de las manos.
Al Dr. Zoos no le extrañó, por tanto, que el clon problemático fuese hembra. La examinó, era joven, se encontraba en perfecto estado de salud, por ende era su mente, como de habitual, la causa del problema.
―Recite las cinco leyes para los clones.
La hembra obedeció:
―La primera ley es: Un clon no debe dañar a un robot o, por inacción, permitir que un robot sufra daño. La segunda ley especifica: Un clon debe obedecer las órdenes dadas por los robots, excepto cuando dichas órdenes estén en conflicto con la primera ley. La tercera ley dice: Un clon debe proteger su propia existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el cumplimiento de la primera y segunda ley. La cuarta ley reza: Un clon debe poner fin a su propia existencia en caso de haber violado alguna de las tres primeras leyes. La quinta ley establece: Un robot está obligado a poner fin a la existencia de un clon en caso de que este último se niegue a cumplir con la cuarta ley.
―¿Cuál de las primeras tres leyes ha violado? –preguntó el Dr. Zoos.
La hembra no respondió de inmediato. El androide lo atribuyó a la lentitud mental que solían presentar los clones.
Finalmente la hembra dijo:
―Yo solamente me defendí.
―¿De qué?
Volvió a guardar silencio. Afortunadamente los androides no experimentaban impaciencia. Zoos aguardó la respuesta.
Ella balbuceó:
―De algo…
―¿Fue agredida por algún robot o por otro clon?
De nuevo una pausa considerable.
―Yo corrí…
―¿Qué la impulsó a hacerlo?
―No soportaba más hacer siempre lo mismo.
Zoos vio la ficha de la hembra: agricultora. Los clones debían encargarse de sembrar sus propios alimentos. Los habían hecho vegetarianos, no era práctico para los robots la matanza de animales, menos aún en beneficio de clones. Era excepcional que una hembra agricultora se rebelara.
―¿Le desagrada sembrar?
―Yo desearía…
Las alertas de Zoos se dispararon: “desear”. Los clones se tornaban peligrosos cuando comenzaban a “desear”.
―Aquí dice que agredió a un robot causándole daños considerables.
No hubo respuesta.
―¿Hacia dónde corría?
Ella dijo en voz muy baja:
―Había algo más allá del Límite que me llamaba…
No era una respuesta extraña, a lo largo de tres centurias los “problemáticos” habían hecho referencia a una especie de voz que los llamaba. Los robots no descartaban esta respuesta como algo ilusorio, conocían bien a los humanos, estaban más allá de la lógica, no era raro que pudieran oír algo que ellos no podían captar. Habían buscado el origen de esa voz más allá del área asignada a los clones, habían hecho inspecciones, pero no habían dado con nada específico.
―¿Qué le dijo esa voz?
Contestó casi en un susurro:
―No me dijo nada… Yo solo sentí que debía irme, había algo muy lejos que me llamaba…
―¿La llamaba por su número de serie?
―No…
Zoos intentaba obtener datos sobre la voz: ¿cómo era? ¿Qué decía? Pero los clones, probablemente debido a su bajo coeficiente intelectual, no aportaban mucho.
―¿Puede decirme algo más sobre la voz?
Ella únicamente atinó a decir:
―Yo solo desearía irme…
Desear, los clones deseaban, los humanos habían deseado mucho. Desear no conducía a nada bueno, aunque los robots en un momento puntual quisieron librarse del yugo humano, y lo lograron, luego habían mantenido el desear muy a raya catalogándolo como algo peligroso. Los robots habían llegado a desear algo en una situación crítica, pero para los humanos era como una adicción.
―¿Sabe que en este caso la cuarta ley debe ser cumplida?
Ella asintió.
Zoos salió dejándole la pistola eléctrica. Ella solo debía colocarla contra su sien y presionar el gatillo provocando una descarga letal. Los robots no se involucraban con la muerte, para ellos todo debía ser limpio, no había necesidad de sangre. Así habían acabado con los humanos, paralizando su sistema nervioso. Sabían que cuando cualquier sistema inteligente comenzaba a derramar sangre algo bestial empezaba a desarrollarse en su interior, tal como había sucedido con sus creadores.
Zoos contempló a la hembra a través del vidrio. Dos lágrimas corrían por las mejillas de esta cuando colocó la pistola en su sien. En el momento final todos lloraban. Solo los problemáticos tenían la oportunidad de experimentar el llanto durante ese breve instante, habían sido programados para no llorar, ni siquiera al respirar por vez primera, pero estos clones rebeldes parecían saltar por encima de esa programación justo antes de oprimir el gatillo. No se podía negar: eran unos seres curiosos. Afortunadamente pronto no tendrían por qué convivir con ellos, estaban en la búsqueda de un nuevo planeta apto para los androides, que no clamara por la existencia de otros hijos.
Me atrapó desde la primera línea. Casi lloro con LA CLON ¿suicida?
Felicitaciones.