
Llévame al mar donde todas las aguas desembocan
Aguas que son delirios para rostros que no nacen todavía
Aguas que son la libertad de la espuma
en la sinrazón del viento
Llévame al azul donde todos los cielos desembocan.
Suena la tierra bajo tus garras de tempestad
pájaro torrencial que hace mi muerte
plumas donde se trenzan liquen y sonido
y solo quedo yo
huella de Mackandal
guaraguao a la intemperie del océano
braceando en una trunca eternidad
que no está hecha a la medida de mi abrazo.
Manuel Rueda
La metamorfosis de Mackandal
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Encontramos a Mackandal erguido en medio de la hoguera y sin embargo nada lo sujeta al martirio, “aunque delgado, sus músculos a ras de la osamenta esculpen su torso con potentes relieves”. Las llamas lo envuelven de la cintura para abajo; su vientre y antebrazo izquierdo chamuscados y el chispear de la espalda expresan vívidamente el efecto que el fuego tiene sobre su cuerpo, parte del cual, presumimos, arde ya como un tocón.
Podemos suponer que la brisa sopla de frente al mandinga permitiendo al espectador apreciar lo que de otra forma sería una silueta aullante entre el humo y la candela. Aunque las llamas solo ocupan la parte inferior del cuadro y flamean plásticamente hacia la espalda del negro, el calor es intenso. Lo percibimos gracias al rojo que ilumina la escena, rojo mezclado con humo que indica combustión sucia, olor a quemado. Tal es la intensidad del fuego que el rojo se impone a la luz del día y en la piel del negro el amarillear del sol se pelea con el rojear de las llamas.
El semblante de Mackandal se muestra impasible frente a los efectos de la combustión, por momentos parece expresar una tranquila alegría, por momentos gravedad; indiferente también a quienes lo vemos de perfil, su mirada se dirige al frente. ¿Qué busca más allá del borde del cuadro?

Busca a los suyos, congregados ante al patíbulo para que contemplen el espectáculo que los colonos franceses han preparado con diligencia de amos inseguros. El hougan y jefe cimarrón no ha de morir como un negro desobediente cualquiera –cosa de por sí maravillosa–; si los amos han dispuesto tal parafernalia legal y religiosa es porque les es imprescindible destruir su prestigio, incluso antes que su vida.
Mackandal y los suyos saben de qué se trata el juego, por tanto, para ganar o, mejor, para no perder, para concederse otra oportunidad, deben confirmar aquello que los amos van reconociendo, que no tiene sentido “luchar contra un hombre ungido por los grandes Loas”.
El negro busca la mirada de los propios, busca en ella lo que necesita para cumplir su promesa de “permanecer en el reino de este mundo”. Como todo jefe cuya autoridad se basa en el prestigio, demanda ser demandando, exige ser exigido y es correspondido.
Lo sabemos porque unas alas se contornean en la espalda del mandinga a la par que una corona de tres picos se dibuja sobre la cabellera del negro y a su vez se esfuma; mientras que la tensión de sus músculos y la concentración de su rostro expresan el movimiento de un cuerpo que se apresta a liberarse de sus ataduras.

Mackandal es capturado por Kalaka una milésima de segundo antes de que, haciendo ventaja de un muñón necesariamente mal atado y no sin algo de esfuerzo, libere sus extremidades y:
“…en un gesto combinatorio que no por menguado [será] menos terrible, aullando conjuros desconocidos y echando violentamente el torso hacia adelante, [espigue] su cuerpo en el aire, volando por sobre las cabezas, antes de hundirse en las ondas negras de la masa de esclavos [y] un solo grito llen[e] la plaza.
—¡Mackandal sauvé!”.
Pero a su vez se puede decir que Kalaka representa al negro en su inmortalidad, esto sería una milésima de segundo después de su muerte, acontecimiento que no se distingue de su permanecer como recuerdo pujante en ese fragmento del reino de este mundo que es nuestra memoria.
¿Qué será lo que quiere el negro?
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Igual que flores que tornan al sol su corola, así se empeña lo que ha sido, por virtud de un secreto heliotropismo, en volverse hacia el sol que se levanta en el cielo de la historia. El materialista histórico tiene que entender de esta modificación, la más imperceptible de todas.
Walter Benjamin
Tesis sobre la representación de la historia
Hay un momento, en el sexto canto de Maldoror, en que el héroe, perseguido por toda la policía del mundo, escapa a ‘un ejército de agentes y espías’ adoptando el aspecto de animales diversos y haciendo uso de su don de transportarse instantáneamente a Pekín, Madrid o San Petersburgo. Esto es “literatura maravillosa” en pleno. Pero en América, donde no se ha escrito nada semejante, existió un Mackandal dotado de los mismos poderes por la fe de sus contemporáneos, y que alentó, con esa magia, una de las sublevaciones más dramáticas y extrañas de la Historia. Maldoror –lo confiesa el mismo Ducasse– no pasaba de ser un “poético Rocambole”. De él solo quedó una escuela literaria de vida efímera. De Mackandal el americano, en cambio, ha quedado toda una mitología, acompañada de himnos mágicos, conservados por todo un pueblo que aun se cantan en las ceremonias del Vaudou.
Alejo Carpentier
El reino de este mundo. Prólogo.
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Al econtrarme con la mirada de Mackandal me sucede algo similar a lo que me sucedía con el Sagrado Corazón de Jesús que estaba colgado en el marco de la puerta de mi cuarto de infancia. Solo que en lugar de sentir que el personaje me sigue con una mirada protectora o vigilante, siento que me la niega, lo que me interpela: ¿qué debo yo a ese negro?
Redobla la interpelación el que esté en medio de ese candelero sin nada que lo ate, que después de todo se muestre casi sobrado, orgulloso y demandante. Estar de frente al mandinga, ser objeto de su mirada severa y paciente no ha de ser cosa fácil, es cosa seria, casi religiosa.
La potencia interpelativa del Mackandal de Kalaka se debe, bajo cierta condición, a que recuerda y reivindica la deuda que toda persona que se considere latinoamericana tiene con el jefe cimarrón, con Haití y con sí misma.
Desde un punto de vista técnico logra esto al provocar en el espectador una serie de remisiones que parten desde los elementos de la obra, sus ausencias y relaciones hacia la historia y de vuelta a la pintura hasta que la imagen se traspone en la narración. El primer elemento del cuadro que linkea a la historia no es sin embargo pictórico. Se trata de su título. Mackandal es un personaje histórico. Quien lo conocía antes de ver el cuadro lo reconoce de inmediato, quien no, como fue mi caso, se ve en la obligación de averiguar quién fue.
En este momento del proceso de remisión se entromete necesariamente alguna fuente histórica. En el caso de los hispanohablantes aparece casi de forma ineludible, para placer o desagrado del afectado, El reino de este mundo. La novela de Alejo Carpentier no es la única referencia sobre Mackandal, pero es la mejor reconstrucción histórica del personaje y su significación política, y la más importante referencia para quien con alegría o desdén se reconozca latinoamericano. En tal sentido fue un acontecimiento maravilloso que Kalaka me confirmara que Carpentier es una de sus influencias.
Una vez en la historia y más si es la narrada por Carpentier, cobran pleno sentido los elementos de la pintura y sus vínculos (el fuego, la corona, las alas, las quemaduras) y remiten de forma concreta al acontecimiento maravilloso y terrible mediante el cual Mackandal se inmortalizó; esto es, pasó a ser parte activa de la memoria de un sujeto.

Pero en este juego de remisiones son las ausencias y contradicciones, partiendo de que se trata de un primer plano de la inmortalización del héroe, las que logran formular la interpelación. Si Mackandal se halla en la hoguera, ¿dónde están los elementos del patíbulo?, ¿cómo es que pese a los signos de daño no hay señales de dolor?, ¿cómo puede estar allí en un gesto tan sosegado y digno?; sobre todo, ¿qué está mirando?, ¿mira realmente algo que está más allá del encuadre o más bien nos da el perfil, se niega a mirarnos a los ojos? ¿Sabe qué estamos allí? ¿No se atreve a darnos la cara o no quiere fulminarnos con su mirada?
Pronto nos damos cuenta de que el negro aún está en la hoguera, que incluso después de muerto y en su inmortalidad arde con furor. La dignidad del Mackandal de Kalaka se debe a que está dispuesto a desvanecerse para siempre, prefiere el olvido antes que la indolencia. Se dirá que su perfil no expresa indiferencia sino reclamo y que su demanda no es súplica sino exigencia.
Sin embargo hay una condición inapelable para que la pintura funcione como describimos. El espectador tiene que reconocerse latinoamericano, suramericano, incluso, americano a secas, o caribeño, andino… sentirse concernido por la historia de Nuestra América. Uso el término en un sentido estrictamente carpenteriano, es decir, en un sentido problemático, que interroga antes de afirmar. ¿Sobre qué cuestiona? Sobre el ser del sujeto que afirma que América le pertenece y sobre la propiedad misma.
El valor de la obra de Carpentier está, en parte, en que integra la historia de las luchas de los esclavos haitianos, de sus héroes y villanos, glorias y miserias, triunfos y fracasos, a la historia latinoamericana, haciéndolas parte de lo nuestro, de un proyecto político y devenir comunes. Esta intención está enunciada en el prólogo, parte integral de la obra, bajo la forma de una demanda que puede sintetizar así: “Para ser, para que haya lo nuestro, nosotros debemos recrear creativamente nuestro propio estilo vital y tomar como referencia nuestra propia historia”. Formulada inversamente esta demanda se trasforma en señalamiento de un peligro: “De no usufructuar creativamente lo nuestro, perderemos el derecho a gozar de ello”. Hay entonces una relación necesaria entre la posición de un territorio y el desarrollo de un estilo propio (no solo artístico, cultural, político, filosófico). Lo segundo afirma lo primero y se nutre de ello.
Puesto así la obra de Kalaka responde de forma clara y sonora a tal demanda, la actualiza, reivindica, sostiene. Con esto no quiero decir que el trabajo del creador pertenezca al género artístico real-maravilloso ni que expresa nuestra identidad real-maravillosa. Lo real-maravilloso es un estilo artístico solo en la cabeza de los literatos; es una característica cultural identitaria solo en la cabeza de los sociólogos, antropólogos y afines. Desde una interpretación filosófico-política lo real-maravilloso es simplemente un nombre con estilo propio –¡y qué estilazo!– para los acontecimientos históricos que nos conciernen como latinoamericanos. En tal sentido Carpentier fue un riguroso materialista histórico.
No es el espacio para desarrollar la última afirmación, me interesa proponer que lo radicalmente carpenteriano del Mackandal de Kalaka está en que revive la demanda que aquel planteó en torno a las posibilidades que ofrece la creación artística al proyecto de emancipación nuestroamericana, así como las cuestiones subyacentes que conciernen a nuestro ser y situación jurídico-política como americanos. Esto no se debe únicamente a que pinta “lo nuestro”, sino a que lo hace de tal manera que resulta necesario interrogarnos sobre lo que somos a partir de la historia, y por tanto se dirá que pese a no ser un retrato histórico la pintura remite a la vida y gesta de Mackandal e invita a responder la pregunta que realiza en ella, y no que simboliza. La pintura de Kalaka da cuenta de que en la actualidad Latinoamérica se halla desde el punto de vista artístico e intelectual en una situación más segura y fructífera que cuando Carpentier escribió su prólogo. El cuadro que analizamos pertenece a una serie que expresa una mirada nuestra de lo foráneo, que lo integra a lo propio mientras cuestiona sus límites; una mirada que podríamos llamar sudaka, porque se despliega desde un territorio sureño y porque la inquietud que comunica excede la cuestión de la emancipación americana.


Pablo Kalaka (@pablokalaka)

El Mackandal posible
¿Qué idea te contiene?
¿Qué simetría te orienta en el ocaso?
¿Qué proporción te guía hasta el extremo
de tu vuelo?
hasta el círculo de horizonte que te evade?
Manuel Rueda
La metamorfosis de Mackandal
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Si la pintura de Kalaka plantea la pregunta sobre qué sucede en ella, la respuesta que hemos dado no es la única posible. En la obra podemos distinguir dos tipos de figuras.
De una parte encontramos formas llenas, cuerpos o cosas materiales, consistentes, tangibles, de las que se puede decir son. Así, la mayor parte del cuerpo de Mackandal, incluido su rostro, las llamas, las chispas, la atmósfera… Se trata de todo aquello cuyo ser actual es expresado mediante volumen, textura, color, luz, etc. Podemos hablar de figuras plenas o cuerpos plenamente existentes, constituidos, agregando que cada una de ellas afecta y es afectada de modo perceptible por las otras, componiendo estados de cosas y en su conjunto una situación general. Así, el cuerpo del negro sufre el efecto de la candela que lo achicharra e ilumina; su semblante es indiferente al dolor; las llamas son afectadas por el viento; la luz y la atmósfera coloradas y sucias son efectos de la combustión. Todo expresa relaciones actuales entre cosas del reino de este mundo y permite situar a Mackandal en la hoguera.
Pero si el cuerpo del negro es de carne, huesos, músculos y nervios; si el fuego está hecho de combustión, el rojo de luz y las chispas de materia incandescente, ¿de qué están hechas la corona y las alas? A diferencia de los elementos plenamente existentes con textura, volumen, color, densidad… alas y corona son meras formas, contornos, puras líneas o bordes que delimitan unos cuerpos que acaso tomaran consistencia, materialidad. Porque ni siquiera podemos asegurar que alas y corona están apareciendo, que se concretan o cobren consistencia. ¿Quién puede garantizar que no se están desvaneciendo, dejando de ser lo que alguna vez fueron? Incluso, ¿quién puede afirmar, corona y alas en mano, que en su proceso de aparecer o desaparecer seguirán manteniendo, cuando menos, su forma?
La corona flota sobre la cabeza del negro como una aureola, con lo que es posible preguntarse si va siendo o dejando de ser una cosa, la otra, o la mezcla de ambas, e incluso, cómo sucede tal cosa. Es decir, ¿no podría hacerse tan pequeña que se borre o tan grande que en cierto momento caiga sobre la cabeza del mandinga? Pero también, ¿no podría desaparecer y/o aparecer sin cambiar de tamaño, en el primer caso desdibujándose, vaciándose hasta del vacío que la llena, y/o, en el segundo, remarcando sus contornos hasta que en algún momento se realice en una figura plenamente consistente?
¿Qué nos hace pensar que en su materializarse o desvanecerse seguirá siendo lo que es? ¿Por qué corona y no sombrero de tres puntas o fortaleza de tres torres o montaña de tres picos? ¿Por qué tres y no n picos, torres, etc?
Pero aun si no quisiésemos movernos de allí, y tuviese que ser una corona porque sí, aun así es imposible decir si fue o será de soberano, bufón, mártir, personaje de videojuego o míster de belleza.
Las alas existen en una situación similar: ¿se materializan o desaparecen?, ¿se hacen grandes o pequeñas?, ¿se despliegan o se encogen?, ¿surgen o repliegan del cuerpo o hacia el cuerpo? Además, ¿son alas de divinidad? Si la respuesta es afirmativa, ¿fueron o serán de ángel o demonio o de deidad ambigua? Si es negativa, ¿llegarán o dejarán de ser de ave (¿de rapiña, gallinácea, corredora, etc?), de insecto, de quiróptero, de superhéroe, cyber-alas, otra cosa que alas?
¿Por qué el devenir de las alas no podría resultar en una capa todavía más coqueta que las llamas que emperifollan al negro y que con la corona de míster nos darían un Mackandal para portada de revista Vanidades?
La cuestión no es si alas y corona son o no son; existen al menos como posibilidad y con eso basta. La cuestión es qué dejarán de ser y serán, pero también que pudiesen haber sido y podrían llegar a ser. Tales son las cuestiones, aunque eventualmente desaparecieran sin dejar rastro y Mackandal perdiendo alas y corona resultara un negro común y corriente, cualquiera de nosotros. ¿En algún momento no fue Mackandal un esclavo como los demás? ¿En otro momento no pudo ser otra cosa que un esclavo o un jefe cimarrón?
Como sea nos conformaremos con llamar virtuales las figuras vacías, en proceso de constitución o devenir, y distinguirlas de los cuerpos plenamente constituidos, actuales, existentes. Todo esto solo para llevar nuestra distinción al punto donde hace aguas.
¿Y si los cuerpos plenos hubiesen sido alguna vez figuras en devenir? ¿No nos da la idea de esto el cuello, la parte de atrás de la cabeza y la cabellera de Mackandal que parecen estar esfumándose o transformándose en quién sabe qué? Las propias llamas, que aún no se sabe si son vestido o tormento, con sus lenguas negras, ¿no apuntan a lo mismo? ¿Cuántas manos oculta Mackandal tras su espalda y entre las llamas?
Puesta así la pintura de Kalaka no solo actualiza la imagen de Mackandal y replantea –para reivindicar– la cuestión de nuestra existencia político-jurídica en relación al dominio del territorio y la creación artística, también invoca la posibilidad de lo nuevo en el repetirse de la historia. Que la historia se repite es una inquietud carpenteriana que está en el fondo de El reino de este mundo. Hay un movimiento de Mackandal a Henri Christophe que define el fracaso de la primera revolución haitiana y que no obstante abre nuevas posibilidades. En tal sentido se dirá que el peligro con la historia no es repetirla, es hacerlo sin que surja lo nuevo, es que la imagen burocratizada de lo que fue se cierre sobre lo posible, es que lo posible dependa de la esperanza y devenga utopía.