A todos nos gusta oír que los misterios eleusinos presentaban, para los iniciados, un modelo divino de inmortalidad en las figuras de Dionisio y Demeter (y Cora y Plutón). Nos gusta menos que nos recuerden que Demeter es la espiga –el pan– Y Dionisio la uva, el vino. “Tomad y comed…”.
Cesare Pavese. “El misterio”. Diálogos con Leucó.[1]
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Se dice que el mal de la modernidad –y de la posmodernidad– es la soledad. Soledad que se le acusa al capitalismo y a su extremado individualismo. Otras veces, se asocia a la cada vez más aguda crisis en las relaciones personales: los individuos están conectados a través del internet, de los teléfonos inteligentes, de las redes sociales, pero la interacción cara a cara ha ido quedando de lado. La soledad que aqueja el mundo actual no pareciera ser aquel silencio cómodo y confortable de las personas que están centradas y de acuerdo consigo mismas; sino mas bien una soledad desgarradora, un vacío insalvable, un abismo.
Según María Zambrano, en su ensayo Un descenso a los infiernos: “La cultura victoriosa de occidente abandonó hace tiempo el alma y con ella –lo que quizá no soñó– ese mundo oscuro, hermético, que no puede abrirse directamente, porque toda apertura resulta una herida y una afrenta” [2]. Parece que perder el alma ha sido el precio que hemos pagado por la conciencia, por el conocimiento apolíneo, filosófico y científico que nos ha permitido construir todo un mundo de infinitas tecnologías, avances –y habría que revisar qué implica realmente la palabra avanzar–, comunicaciones… en fin, todas aquellas herramientas e ideas que se supone, facilitarían nuestra existencia. Si bien cubren el aspecto materialista, no facilitan la existencia en sí. Pues la existencia está trágica y necesariamente ligada al alma, a ese mundo oscuro, el de lo no visto, pero que pulsa con más realidad incluso que lo que experimentamos desde los sentidos.
Actualmente, en la posmodernidad, el panorama que se vislumbra es el de un mundo extremadamente complejo, en el que la información es el centro de los discursos, en el que a cada instante cambian las realidades de los países, donde pueden conseguirse todos los productos imaginables, en todos los colores y todas las tallas. Lo que Baudrillard llamaría la cultura de los simulacros, en la que todo es reproducido infinitamente hasta hacerlo perder su sentido original, y convertirlo en un cascarón vacío que sólo puede dar cuenta de las mismas estructuras que lo produjeron. La hiperreproducción de contenidos, objetos, entretenimientos, videos, canciones, dejan atisbar un intento, bastante escueto por demás, por tapar esa soledad, esa vida desalmada del presente. Es una tarea titánica y condenada inevitablemente al fracaso la que pretende llenar esos vacíos, esa nada, con miles de cosas.
Cabe preguntarse, ¿cómo, en todo caso, hemos llegado hasta este punto de quedar desalmados? María Zambrano, desarrolló su pensamiento en torno a la idea de lo sagrado y su interacción con el hombre desde los inicios de la humanidad. Originalmente, según Zambrano, en El nacimiento de los dioses [3], el universo, la realidad estaba llena de divinidad. En tal llenura, no había espacio para que el hombre fuera. En un intento del hombre por ganar una identidad, un espacio vital propio, nace un “delirio de persecución”: un padecimiento en el que el hombre se siente observado, perseguido, pero no sabe por qué o quién. En un afán por aplacar la angustia que produce el delirio, el hombre nombra a los dioses, y en la misma medida, los convierte en imagen, en una forma posible que favorece el surgimiento de una relación menos angustiante, a la vez que permite el nacimiento de su propio espacio, profano, separado de la divinidad. Para Zambrano: “Poseer un alma era la máxima esperanza de los hombres de antiguas culturas” [4]. Un alma propia, que permitiera establecer una relación piadosa –en tanto relación con la otredad, con lo sagrado– con esa divinidad. El establecer una relación a través del alma, implica haber conseguido un alma, un puente que pertenece al hombre y al mismo tiempo a la divinidad.
En el nombramiento de lo sagrado, surge la mitología y la religión griega, por ejemplo, como la configuración de un espacio ritual a través del cual se expresa el sacrifico que ofrece el hombre a la divinidad como “pago” por no perseguirlo, por permitirle ser, en última instancia.
El espacio ritual se vive, según Mercedes Gomez Blesa en Breve historia de la piedad [5], como una experiencia a través de la cual puede aplacarse la angustia de la realidad. El ritual y el mito permiten calmar la angustia porque nombran la realidad, logran hacer patente lo invisible –y más real– a través de ciertos códigos que por medio del alma, favorecen el establecimiento de un camino piadoso hacia los dioses.
Poco a poco, con la filosofía, el empoderamiento del logos y la razón, el hombre fue ganando cada vez más espacio profano, distanciándose a la vez de lo sagrado. El camino del logos permitió a la humanidad expandir la conciencia sobre sí misma, el mundo, la vida y desarrollar la modernidad como un proyecto en el que el ser humano es el centro, lo principal y, en cierta medida, lo único que existe.
Ya en la posmodernidad el vacío acorrala cada vez más al hombre. Un vacío, que surge de sus propias entrañas, e inunda inevitablemente todos los espacios de la vida profana. En un acto de resistencia, la humanidad trata de defenderse tercamente llenando los espacios con distracciones que finalmente no resuelven la situación inicial. Esta inundación inminente, indetenible, insostenible, guarda mucho parecido con el delirio persecutorio que Zambrano plantea como origen de la relación entre lo sagrado y el hombre. Pero, es una persecución que surge dentro del hombre mismo, como una expresión, un llamado de atención de esa cada vez más abandonada alma. La persecución es del hombre a sí mismo, en su soledad, en un delirio febril que es necesario acabar. Para ello, según Zambrano, el hombre ha de: “… ser aventura en las más íntimas capas del ser: acercamiento obscuro, poético, a la raíz del hombre” [6]. En esencia, nuevamente, un acercamiento al misterio de lo sagrado, un encuentro profundamente piadoso.
En El poder del mito, Joseph Campbell plantea que: “el mito abre el mundo a la dimensión del misterio, a la comprensión del misterio que subyace en todas las formas. Si pierdes eso, ya no tienes mitología” [7]. Desde esta perspectiva, el mito y las religiones podrían ser una vía para reestablecer una relación piadosa con lo sagrado. Se estaría retornando así a las primeras formas de piedad que creó el hombre en su diálogo con lo divino. En este caso, no sería sin embargo una relación que busque crear un espacio profano, sino todo lo contrario, hacer resurgir el vínculo con lo sagrado que durante siglos la humanidad y el pensamiento moderno se ha encargado de sepultar.
Hay que tomar en cuenta, sin embargo, otro elemento que expone Campbell en la entrevista con Bill Moyers. Y es el hecho de que nos hemos convertido en una cultura desmitologizada –termino que podría equipararse a “desalmada” de Zambrano– por que las religiones y modelos que se profesan aún hoy en día son las mismas que hace miles de años. En ese sentido, y en palabras del propio Campbell: “…pertenecen a otra edad, a otra gente, a otro conjunto de valores humanos, a otro universo” [8]. Y, en ese sentido, se nos hace a nosotros, individuos de la posmodernidad, extremadamente difícil aproximarnos a dichas religiones y mitologías desde una intención piadosa, en vez de racional.
Hay que reconfigurar las mitologías para que, a pesar de fundamentarse en ciertas estructuras que dan cuenta del misterio y de las necesidades más profundas, respondan también al entorno y realidad presente. En ese sentido, es necesario que cambien de “cara”, de aspecto y que además puedan calmar el delirio persecutorio del vacío y la soledad sobre la humanidad: que sean esencialmente piadosas.
Una posible pista está en recordar cuál es el lenguaje mitológico: la metáfora. A través de la cual se revelan veladas las realidades profundas de lo sagrado, en un equilibrio en el que median la razón y el sentimiento: las entrañas. En la contemporaneidad, el lenguaje metafórico por excelencia es el del arte, de la poesía.
Puede que en algunas obras poéticas puedan reescribirse los mitos, un poco en una operación similar a la planteada por la deconstrucción de Derrida: reescribir las obras (mitológicas y poéticas en este caso) para interpretarlas y dar cuenta así del rastro de la tradición de donde provenimos pero con la que tenemos una ruptura. Además de develar las estructuras mismas de lo mitológico en su esencia. Que nos permita de alguna forma, desde las entrañas, y en acto piadoso, configurar un nuevo espacio en el que lo humano y lo sagrado se encuentran nuevamente. Por un intento de regresarnos el alma. Una vuelta completa al ciclo.
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Notas y bibliografía
[1] Cerase Pavese. “El misterio” en Diálogos con Leucó. Caracas, Venezuela, Fundación Editorial el perro y la rana, 2008. p.194, pp. 236. http://www.elperroylarana.gob.ve/wp-content/uploads/2018/09/dialogos_con_leuco.pdf
[2] María Zambrano. “Un descenso a los infiernos” en Cuadernos de Estética Fulgores. Nro. 3. Toledo, 1995. p. 25
[3] María Zambrano. “El nacimiento de los dioses” en El hombre y lo divino. México, 1986.
[4] María Zambrano. “Un descenso a los infiernos”… p. 23.
[5] Mercedes Gómez Blesa. Breve historia de la piedad. En el Centro Virtual Cervantes. http://cvc.cervantes.es/literatura/zambrano_roma/gomez.htm#np11
[6] María Zambrano. “Un descenso a los infiernos”… p. 17.
[7] Joseph Campbell, Bill Moyers. El poder del mito. Argentina, Emecé Editores (Grupo Planeta), 1991. p.60.
[8] Joseph Campbell, Bill Moyers. El poder del mito… p. 33.