
Más allá de la espontaneidad con la que está filmada, de su carga de citas y de su sentido del humor, Masculin Féminin es desoladora. Su pesimismo queda resaltado, precisamente, a fuerza de contrastes. La frivolidad de las relaciones (los hijos de la coca-cola) frente a lo pretencioso de las ideas (los hijos de Marx). Ante el joven alocado que aspira al amor y a la revolución, la cultura pop de la que participa se impone como una apisonadora. Pero lo hace con una sonrisa, de modo que la tragedia brilla por su ausencia. La gente muere: son cosas que pasan. Como esa mujer que dispara contra su marido, tras una discusión en el café. O como el joven que se clava una navaja, ante la mirada atónita de Paul. O cómo uno que les pide una cerilla para inmolarse en una acción protesta, pero al cual apenas prestan atención. Esta violencia no parece afectarles demasiado. Son como las viñetas de un cómic. Lo que se impone es disfrutar de París, del bienestar, de la música pop, del sexo. Es fácil decir “te amo”, por lo menos tanto como preguntar “¿quieres acostarte conmigo?”. Solo por saberlo. Lo cierto es que a Paul no le interesa el éxito de Madeleine como cantante. Aunque parece que la ama, a él le gusta Bach, igual que a Elisabet.


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La muerte está presente, pero apenas deja huella. Se la mira como a una cosa más, dentro de una vorágine de imágenes y citas. La vida parisina adquiere un ritmo frenético, y se respira un clima de jovialidad que lo vacía todo de sentido. Las ínfulas revolucionarias o intelectuales de estos jóvenes, aún siendo sinceras, no son más que un entretenimiento. Las chicas no tienen esas pretensiones. En cierto sentido son más planas, pero también más claras. Dice Robert: masculino se desdobla en máscara y en culo. ¿Y femenino? En nada. Pero, como veremos, contiene la palabra fin.

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Uno de los momentos más desoladores es la entrevista a la joven de 19 años que ha ganado el premio como chica del mes en una revista juvenil. ¡Un acontecimiento! Le ha cambiado la vida. Un largo plano en la que la vemos contestar, siempre sonriente y muy mona, a las preguntas, para ella ajenas, de Paul. ¿Qué podemos decir? Lo único que le interesa es tener experiencias y aprovechar su juventud. El rótulo es cruel, pero preciso: diálogo con un producto de consumo. Godard actúa aquí como un documentalista, con esa mirada de entomólogo que le reprochará Truffaut. Lo desolador es que no tenemos nada que añadir, ni a la crueldad de Godard ni a la frivolidad de la chica, ni a la incapacidad de Paul. Pues todo se refleja en todo, sin que podamos hacer nada ante la inconsistencia del conjunto.


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Paul y su amigo hablan de la revolución y del amor, pero reconocen haber recurrido a prostitutas. Hacen pintadas contra la guerra de Vietnam, pero son incapaces de hacer nada en su entorno, en el cual se comportan como críos. Van en un tren y ven como dos negros americanos mantienen secuestrada a una mujer; Paul escucha fascinado su diálogo, sacado de una novela policiaca americana, sin hacer nada. ¿Se trata de una fantasía? Su imaginario está colonizado. Las guerras del Imperio quedan lejos, será suficiente con firmar de vez en cuando un manifiesto de protesta, hacer una pintada o escribir algún panfleto. No son más que productos de consumo, como ellas. La película es, en este sentido, descorazonadora. Insisto: a pesar de su apariencia, de su frescura, de su ingenio, de su atrevimiento. Godard filma imbuido de ese mismo espíritu jovial, como un hijo de su tiempo. Pero filma una juventud a la que ya no pertenece y a la que no comprende. Esa misma que poco después protagonizará el mayo del 68. ¿Otro producto de consumo?

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