El 10 de Mayo se celebra el Día Nacional del Artista Plástico. Como parte del programa, la Asociación Venezolana de Artistas Plásticos (AVAP) hacía entrega del Premio Joven Promesa de las Artes, en una exposición que reunía diferentes generaciones. Mateo Manaure, un enclave de la abstracción geométrica, sería homenajeado por su trayectoria. En cuanto a mí corresponde, el premio era un estímulo para los primeros pasos. Estaba destinado a estudiantes de arte recién graduados que, a consideración del jurado, demostraban cierta coherencia en la búsqueda de un lenguaje propio.
El tono de piel de Mateo Manaure evocaba a los románticos. Alguien comentó que aquella transparencia caucásica del maestro, vestido de traje y corbata, era la causa de un agresivo vitiligo que lo había desteñido por completo.
En casa, tres serigrafías suyas colgaban en la pared de la sala. Autenticadas en un solo trazo, tenían escrita a lápiz la prueba de autor. La serigrafía había convertido a Los Disidentes, que reaccionaron en contra de la herencia figurativa, en los pintores de la clase media.
El artista, seleccionado por Carlos Raúl Villanueva para hacer de la Ciudad Universitaria una obra de la modernidad, exponía en esa muestra y a él iba todo mi desprecio. El abstraccionismo geométrico lo simplifiqué, desechando el contexto a un juego de reglas y escuadras: herramientas básicas para el dibujo técnico, la materia filtro del bachillerato. Mi aversión a cualquier cosa parecida, como el cinetismo, se cultivaba en la apariencia del salvaje primitivo que venía de la provincia, militante tardío del barroco latinoamericano. Las vanguardias del arte eran la sucesión de ese desprecio por la tradición, el prejuicio sobre sí mismo de la condición moderna.
Mateo Manaure, me entregó esa tarde una placa de reconocimiento y el botín de 35 cajas de óleo francés. Confieso que no fui capaz de cruzar palabra. Para evitar alguna forma de cortesía, mi pintura, cerca de la suya, era mi venganza personal: PsicoJisus, un cristo que fumaba yerba y en vez de un corazón sangrante tenía una cobra fosforescente.
Por esos días, Octavio, contra todo pronóstico, se titulaba licenciado en Letras, siete años después de haber culminado los créditos académicos, el tiempo que lo llevó a convertirse en un erudito de Caupolicán Ovalles y del circulo artístico y literario “La República del Este”. El día de su grado, tuvo que insistirle al fotógrafo para cambiar de locación. La clásica foto de toga y birrete, posando junto a la escultura de Jean Arp, no era la suya. El lugar escogido estaba detrás del Aula Magna, en la histórica aula abierta mejor conocida como Tierra de Nadie. Al fondo, uno de los murales de Manaure.
La petición convertía al fotógrafo de sociales en un fotógrafo documentalista. En ese dilema los encontré. Había pasado por la universidad antes de ir a la vernissage, para comprar algunos gramos de cocaína. “Ojalá no seas una falsa promesa”, me dijo al contarle sobre el premio. Por Octavio, supe de Trans, el documental que dejó en shock a la opinión pública en la década de los ochenta: el primero dedicado al transexualismo en Venezuela, en el que Manaure figuraba como coautor al lado de Manuel Herreros.
Una semana después, soslayado y sin escape, fui convocado por el diario Últimas Noticias al Museo de Arte Contemporáneo, para una entrevista que se publicaría en el suplemento D8 y llevaría por título “Los nuevos disidentes”.
Merma bro…
Gracias Christian. Abrazo.