El pasado mes de marzo comenzamos una serie de encuentros con editores venezolanos. El punto de partida fue Víctor Manuel Pinto, poeta y director de la revista POESIA, quien trabó una interesante conversación con Yanuva León en clave retrospectiva y prospectiva. Continuamos en abril: el destacado editor y filósofo Carlos Ortiz compartió su trayecto profesional con Manuel Azuaje Reverón.
En MenteKupa nos interesa la crítica y la reflexión sobre obras; sin embargo, nuestro interés también está en la forma en que producimos cultura, en las condiciones en que nuestros creadores le dan vida al campo cultural. Es por ello que continuamos el diálogo al respecto, en esta oportunidad con Ennio Tucci, editor y poeta, quien desde hace años y a través de diferentes proyectos (Grupo Musaraña, revista Cubile, Ediciones y revista Madriguera) ha realizado una labor editorial, de promoción y difusión de autores (noveles y consagrados) de las más destacadas del país.
Miguel Antonio Guevara
***

El encuentro con los libros, el primer libro que leemos, es una experiencia que nos marca, al punto de convertirse en uno de los recuerdos que más atesoramos. ¿Cómo fue tu primer acercamiento al libro y a la lectura?
No podría recordar el primer libro que leí, pero sí recuerdo dos acontecimientos importantes. Primero, las personas que me leían cuando niño, mi tía Ruth y mi mamá me leyeron antes de dormir. Y segundo, la primera vez que entré a la biblioteca pública que abrieron en la entrada de mi vereda. Una prima me llevó una tarde y luego yo me fugaba de casa para la biblioteca (y para la cancha). Creo que me leí todos los libros de la sección infantil, me dieron un carnet que todavía conservo, podía llevar los libros a mi casa y leerlos en donde quisiera. Aquello tenía algo de magia.
Cuando comencé a escribir, en la adolescencia, encontré mi primera lectora en la bibliotecaria, ella me corregía la ortografía y opinaba sobre mis primeros textos. Tal vez por eso me siento bien trabajando para el instituto de bibliotecas en este momento.
Entre esos primeros libros todavía conservo un tomo de los cuentos de los hermanos Grimm con las páginas amarillas (ya eran amarillas en mi infancia); y guardo recuerdos maravillosos de Ami el niño de las estrellas de Enrique Barrios, y títulos como La calle es libre de Kurusa, Miguel Vicente Pata Caliente de Orlando Araujo, El rey mocho y La princesa peleona, que también he disfrutado leer a mis hijas.
¿Cuándo tomaste consciencia de que, además de ser lector, podías hacer libros, y cómo cambió eso tu relación con el libro como objeto?
Me parece que eso sucedió cuando tenía más o menos dieciséis años, en Mérida, en aquel entonces yo escribía todas las noches con desesperación y afán. Mi tío Francisco Tucci vivía con nosotros, ese año le publicaron un libro artesanal de poesía. Mi tío me llevó para buscar los ejemplares y para presentarme a Ever Delgado y Javier Alexander Roa, los poetas del Instituto de Cultura. Ever le entregó un paquete con los libros y nos sentamos en la plaza Bolívar para destaparlo. Me di cuenta de que estaban grapados. Ni en la biblioteca ni en mi casa había ejemplares así. Esa grapa hacía que los libros parecieran más cercanos, más realizables. Creo que en ese momento me picó la espinita por hacer libros.
Luego en Coro, por el año 2005, emprendí la trabajosa labor de conformar un colectivo literario. Todos los días, por unos meses, me reunía con poetas y artesanos en el Paseo Talavera. El primer proyecto era conformar una tertulia literaria (que finalmente funcionó como un taller de escritura para todos) y el segundo proyecto era hacer una publicación. En ese entonces, Anthony Alvarado me mostró el “mail art” de Dámaso Ogaz y otras publicaciones experimentales de este poeta chileno; aquello fue un verdadero hallazgo, porque nos motivó a publicar la hoja poética Madriguera, un libro artesanal y luego una revista que mantuvimos hasta el año 2011.
Desde ese momento, el trabajo comenzó a ser distinto, ya no era un compromiso con nosotros mismos sino también con los demás. Poco a poco dejamos de escribir solo para nosotros y poco a poco dejamos de publicar solo para nosotros. Eso te cambia profundamente.
Profundízanos algún aspecto de tu interés de ese primer acercamiento
Como muchos editores, nosotros comenzamos a editar porque queríamos compartir nuestros poemas, luego los poemas de otros, después sentimos que nuestras publicaciones tenían algún tipo de poder sobre la opinión de los otros; entonces abrazamos causas, asumimos posiciones, difundimos ideas. La edición dejó de ser un ejercicio hedonista o un placebo, y se convirtió en un compromiso con los demás y con nosotros mismos. De alguna forma eso hizo las bases de Madriguera.
¿Cómo determinó esa experiencia tu visión de editor principiante y cómo es ahora?
Al comenzar a editar se abrieron un millón de interrogantes, no teníamos mayor información sobre el oficio y había muy poca gente que pudiera orientarnos. César Seco, Benito Mieses y Gregorio Meléndez de alguna forma nos acompañaron en esos primeros pasos, su experiencia y sus memorias nos orientaron en algo. Luego las críticas fueron muy buenas para aprender; aunque no eran tan buenas con nosotros, nos permitían aprender.
Algo que puedo entender ahora es que esa primera experiencia estaba enfocada en los autores, es decir, el objetivo era publicar textos y autores nuevos, crear espacios para las nuevas voces, con esa “prepotencia” de una juventud que se siente sin padre ni madre. Ignorantes y pedantes.
Después, y gracias a los amigos poetas, entendimos que poco importaba lo que publicáramos si no teníamos claro para qué lo hacíamos, cuál era nuestra causa y para quién lo hacíamos. Eso nos tomó más tiempo, pero pudimos ser más humildes, escuchar y aprender más de lo que sucedía a nuestro alrededor. Fue llegando el año 2009 cuando teníamos más clara nuestra línea editorial cultural, amigos como Ana Cristina Chávez, Camilo Morón y Emilis González Ordoñez nos permitían ver más allá de una presentación o un recital.
De aquel punto a este, muchas cosas han pasado. Hoy entiendo la edición como un ejercicio de comunicación para nada inocente, porque se involucra con la realidad y está obligado a tomar partido en ella. Como lo que sucede con la revista Madriguera, que busca registrar lo que se escribe en Venezuela como el respirar de un país vivo, en contraposición a “lo que queda” o “el aborto de país” que mencionan otros medios culturales.
Lo mismo comprendo que no es tiempo para vanidades, es decir, especialmente en este momento debemos encontrar una labor y un compromiso que nos trascienda; de otro modo, muy poco podremos hacer, no solo con la edición sino con nuestra limitada vida humana, limitada por el tiempo y el espacio, por ejemplo.
Luego de esta experiencia, ¿cómo inicia tu relación formal con la edición profesional?
Mi relación formal con la edición comienza en el año 2007 con las imprentas regionales, un proyecto de la Fundación Editorial el perro y la rana. Los talleres y los debates permanentes me ayudaban a entender la complejidad de la edición pública. El trabajo con la red de escritores y los entes culturales, entre esos el Ministerio de la Cultura, con ínfulas de nacer grande sin padre ni madre (como los colectivos literarios de los que te hablaba).
Pero a nivel profesional, siento que lo que marcó la diferencia fue tomar la decisión de ser editor en serio, a finales de 2010. Hasta entonces había sido una labor conexa a llevar el colectivo literario. Un día, en el diario donde era corrector, chateaba con Anthony (que era corrector en el diario de la competencia) y con David Parra (un nuevo conocido de Facebook) sobre un montón de cosas. Al finalizar la conversación, me tomé unos minutos para leer lo que había escrito y reconocí en aquello que era un editor, que era una pasión hacerlo, entonces lo verbalicé por primera vez en singular.
A partir de ahí comencé a poner más atención en lo que hacía, buscar manuales y libros. Oficio editor de Mario Muchnik estaba gratis en internet y fue un placer aprender de su experiencia. Y más recientemente, el diplomado de la Unearte y la Editorial el perro y la rana, que me permitió compartir y aprender de gente grandiosa.
Además de tu formación como editor, tienes una formación como educador, ¿qué aportó tu experiencia como editor a tu formación docente y qué aportó el conocimiento adquirido en tu carrera universitaria a tu labor como editor?
Yo estudié Educación mención Lengua y literatura, pero mi trabajo editorial solo me distrajo de hacer trabajos y presentar exámenes. Era más importante la poesía que la universidad, aunque terminé la carrera muy rápido. Digo que la edición no me ayudó mucho durante la carrera, tal vez porque no encontramos con quién dialogar en ese momento.
El trabajo editorial, en cambio, sí se veía marcado por la distracción de estudiar, es decir, publicábamos y hablábamos de lo que encontrábamos en la universidad.
Hasta que apareció la frase: promoción de lectura, que fue una especie de campo en el que ambas labores armonizaban. Pude comportarme como un editor inmerso en un aprendizaje constante para la búsqueda de nuevos lectores, y muchos años después como un editor de contenidos, mientras preparaba mis clases, seleccionando temas y textos para que las clases fueran más agradables. Dejé de ser un escéptico cuando comprendí que educar también es un ejercicio comunicativo completo y no un simple trámite.
¿Qué piensas sobre el oficio editorial en Venezuela, hay alguna experiencia, además de la tuya, que quisieras comentar?
Pienso muchas cosas y hay muchas experiencias editoriales dignas de mencionar, pero trataré de resumir.
Encuentro tres formas de ver el oficio editorial en Venezuela. La primera, desde el Estado en sus distintas instituciones, porque son muchas más de las que se piensa, que realizan labor editorial. El trabajo editorial no se da por decreto ni llega con el nombramiento del funcionario de turno, sino que es resultado de distintos procesos que requieren conocimiento, trabajo y tiempo, en resumidas cuentas: voluntad política. Pero por la corta duración (y visión) de algunos funcionarios, diseñar una política editorial coherente que pueda permanecer el tiempo necesario para dar resultados, es bastante difícil. Por esta razón vemos aparecer y desaparecer proyectos públicos, incluso después de tener propuestas, ideas y colecciones muy sólidas. Amén de que todavía persistan editores como Raúl Cazal, Elis Labrador, Vilma Jaspe y Carlos Duque en las instituciones (por nombrar algunos), a los demás nos toca educar al funcionario de turno para que nos permita avanzar, expuestos al éxito o al fracaso en esta “noble” tarea.
Otro trabajo lo llevan adelante grandes grupos editoriales que poco tienen que ver con Venezuela, sí con el mercado del libro. Quienes desde fuera imponen autores y temas en las vidrieras de las librerías y algunos kioscos, mientras actúan como factores políticos dentro y fuera del país, y quienes no merecen más que esta mención.
Finalmente, los editores alternativos que trabajan en todo el país desde siempre, en mayor o menor número. Gente como nosotros que se dedica a otra cosa y, además, a hace labor editorial. Este grupo en especial son quienes han visto su momento con la llegada de la pandemia, han usado las redes sociales como tarima y han demostrado lo que se escribe y se hace en las distintas regiones del país. Decir que las editoriales alternativas son garantía de la pluralidad de voces y libertad de expresión, no es del todo cierto, pero sí son importantes y necesarias para levantar valores como la tolerancia y la diversidad.
Aunque ahora extrañemos las ediciones de Mucuglifo y Gitanjali, nos quedan las grandes alternativas de Trinchera, Fondo Editorial del Caribe y Acirema; o las editoriales alternativas La hoja de la calle y Zócalo Editores, mientras en Madriguera recuperamos el poder de imprimir; o las más recientes y digitales como Palíndromus, Awen, La Casa Andrógina y El gallo pelón. Y el trabajo de escritores-editores como Gabriel Jiménez Emán con Ediciones Fábula; Armando José Sequera con Caravasar Libros; o José Gregorio Vásquez con La Castalia. Todos dignos de algo más que una mención.
¿Hay una faceta tuya que ha cobrado más presencia con los últimos años y que no se asocie directamente con la edición y la literatura? ¿Qué aporta ese ejercicio a tu visión como editor?
Creo que ha sido mi rol como padre desde el año 2013. Yo estoy enamorado de mi paternidad y todo queda en segundo plano cuando están las niñas, y también me he atrevido a hacer cosas que sin ellas no me habría atrevido. Ellas me han cambiado.
Este rol se ha metido en mi oficio de escritor, porque siento una necesidad de escribir para ellas siempre. Como editor me atreví a emprender con Ediciones Madriguera en 2017 como único proyecto, y por ende única fuente de ingresos. Pero también me ha motivado a publicar para niños.
Suceden cosas como estas: recientemente editamos un cuento breve con ilustraciones de @lunagogh en el Fondo Editorial del IBIME, y mientras lo mostraba a las niñas se me ocurrió hacer una versión para colorear, aprovechando los bocetos. Eso cambió totalmente las posibilidades de ese título. Claro, editar para niños (como escribir para niños) es una ciencia aparte y la exigencia es mayor.
Con ellas he aprendido a ser mucho más pragmático en la vida en general; desapegarme de mis creencias limitantes; preguntarme sobre la utilidad de las cosas, el “para qué” además del “por qué”; y prescindir o postergar lo que no es importante. Por ejemplo, ahora con la educación en casa, encuentro que ni la tarea ni nada es más importante que mi relación mis hijas. Entonces, hacemos las tareas, pero procurando no afectar nuestra relación.
¿Cómo ves los cambios en lo que entendemos hoy en día como libro?
El libro vive su propio cambio de época, partiendo de que es un dispositivo que por mucho tiempo se mantuvo de una forma y se siente obligado a cambiarla para adaptarse a la llamada “sociedad de la información”. Desde la aparición de la imprenta se imprimió en series o tirajes, y durante más de un siglo con tirajes de miles de copias. Ahora la tecnología, y al mismo tiempo la crisis de los recursos naturales y los combustibles, lo empujan hacia un cambio de forma, y la pandemia ha acelerado este proceso.
Hablo de la impresión por demanda, que parece ser la alternativa para los pequeños editores mientras las editoriales privadas se tambalean entre hacer grandes tirajes o migrar a este sistema; las grandes trasnacionales siguen copando el mundo del libro impreso y digital indistintamente.
Incluso Planeta ofrece servicios editoriales dirigidos a escritores que desean publicar sus propios libros. Ellos están muy al día con lo que sucede en el mundo del libro. A su vez, surgen iniciativas independientes como las ferias del libro autogestivo, o las ferias de libros independientes, mercados alternativos y sociedades editoriales como La COOP, donde las editoriales independientes encuentran mercado para sus libros.
En Venezuela nos falta eso: sociedades editoriales. Yo lo he intentado y lo seguiré haciendo, pero hasta que otros no sientan la misma necesidad no se podrá hacer.
¿Cómo has manejado y manejas lo que corresponde a la economía, es decir, la perdurabilidad en el tiempo de los proyectos, todo lo relacionado a su autosostenibilidad?
El tema de la economía creativa y la economía cultural con la literatura es algo que he conversado mucho desde que comencé con el grupo literario. Pero considero que las experiencias de Javier Guédez y Sol Linares fueron determinantes para entenderlo dentro del país. Creo que antes de ellos pocos creían que fuera posible una economía a partir de la literatura, aunque dedicáramos años a trabajar el tema desde la máxima institución cultural del país. Todo tiene su origen en la cultura rentista de los venezolanos, pero eso es otro tema.
Miguel, recuerdo que en nuestra primera conversación en persona hablamos sobre esto, por allá por el año 2011, en Coro. Yo venía trabajando el tema del trabajo asociativo y la autogestión (una idea que tomé de mi abuela), un año antes hice un intento en la Casa de la Poesía Rafael José Álvarez, pero fue imposible que mis compañeros lo entendieran, la frase lapidaria de quien figuraba como presidente fue: “Yo solo quiero un cargo y que me paguen por estar aquí”. Con Ediciones Madriguera tenía más tiempo, por el tema de las ediciones alternativas, pero en el mismo 2010 legalizamos una asociación civil y buscamos oportunidades de crédito para comprar una imprenta. Obviamente, no lo logramos. Por eso al hablar de autosostenibilidad en Venezuela, para mí está más ligado a contar lo que cada uno hace para mantener los proyectos, en lugar de las condiciones que nos ofrece el país.
En el 2012 emprendí con una propuesta para libros artesanales, hice un “piloto” con mi propio libro de cartón, tú estabas en Barinas en ese entonces y lo presentamos allá. Ese año comencé a ofrecer servicios editoriales, y aunque no era algo común el tema de la edición de autor (aunque nuestro país tenga una larga historia en esta práctica, basta revisar cualquier biblioteca regional), terminamos el año con tres títulos de autor y tres de la editorial. Entre el 2013 y 2015 todo se enfrió; volví a trabajar con la imprenta regional de El perro y la rana y luego con el Gabinete del Ministerio de la Cultura, sin embargo continuamos haciendo un promedio de cuatro libros artesanales al año.
Ya entrada la crisis económica (que en el interior del país llegó antes), sucedió algo que me impresionó y me cambió la perspectiva de todo. En medio de la escasez, las colas y la hiperinflación, me llegó un libro con la historia de Bariro (un pueblo del occidente de Falcón). El presupuesto que yo hice me pareció impagable para ese entonces; sin embargo, el autor movilizó a todo el pueblo, en una semana me envió el dinero y una nota final para el libro con los nombres de las familias, los comercios y las personas que habían contribuido en algo. Fue el mayor ejemplo de solidaridad y la mayor dosis de esperanza que pude sentir en ese entonces.
Este episodio me motivó a retomar mi sueño de vivir de la edición. En abril del año 2016 hice una primera oferta de plaquets, comencé con las ediciones de autor; y en noviembre renuncié al mejor cargo que he tenido, a un equipo de quien aprendí muchísimo en el Gabinete de Cultura de Falcón, con Merlín Rodríguez (vale la pena decirlo). Desde entonces y hasta 2018 estuve editando e imprimiendo, en ese año obtuvimos el Premio Nacional del Libro por la revista Madriguera.
Durante ese tiempo me descapitalicé, por muchas razones, pero principalmente por falta de experiencia y excesiva confianza en el país. Mis impresoras fueron muriendo una tras otra sin la posibilidad de reponerlas, y perdí el poder de impresión y mi principal servicio. A finales de año estaba comenzando a dar clases en una universidad, no por dinero, sino para equilibrar mi vida emocional. Aquello fue extraordinario, porque hasta entonces no había dado clases y lo disfruté muchísimo; de modo que mientras la editorial hacía aguas, encontraba aire en los salones.
A comienzos del año 2019 entregué los últimos libros impresos y me mantuve trabajando, esta vez en digital, mientras mi vida personal cambiaba también. Me mudé a Mérida y en diciembre volví a trabajar para el Estado buscando una rutina que me equilibrara otra vez, pero con la idea de retomar de a poco el trabajo con Madriguera. De alguna forma hablar de los proyectos y mi economía cultural es contar mi historia, porque van de la mano.
Finalmente, y gracias a la pandemia, he logrado concretar algunas cosas que tienen que ver con ese ejercicio económico como escritor-editor, y comprender la economía cultural desde la literatura. Primero, pude hacer el diplomado en edición de El perro y la rana, lo que me ayudó a aterrizar muchas ideas. También, y gracias al Cenal y su plan de lectura, me atreví a comenzar los talleres que años atrás conversara con panas como Javier Guédez y Astrid Salazar; continué con talleres desde la editorial y ahora forman parte de ese ejercicio económico.
El año pasado, a pesar del Covid-19, terminé trabajando en una veintena de libros, cinco talleres, el diplomado en edición y cinco números de la revista Madriguera, en compañía de Angélica Guevara y Joan Manuel García, de mis amigos más queridos, leales y quienes me han ayudado a darle forma a ese proyecto.
Creo que en medio de esta re-invención planetaria, decidirme por este trabajo, que además de dinero me produce felicidad, ha sido la decisión más acertada que he tomado en mi vida, con todos los altos y bajos. Porque me ha permitido enfrentar mis miedos, descubrir mis pensamientos limitantes y comenzar a superarlos.
Sigo inmerso en una realidad que lo menos que propone es autosostenibilidad o estabilidad de ningún tipo, mucho menos desarrollo endógeno o algo parecido, somos un país con una cultura rentista, eso no se cambia por decreto. Todavía no vemos el final de esto (ni de la pandemia ni de la crisis venezolana), a pesar de todo quiero seguir aquí, ahí está la permanencia de mis proyectos, mientras yo siga haciendo lo mejor que puedo, con el amor de siempre, por mí mismo, por mi familia y por mi país.
¿Qué recomendarías a editores que apenas comienzan?
Creo que me acostumbré a tomar siempre el camino difícil para hacer las cosas, por eso ahora que deseo tomar el camino conocido que ya han transitado otros, me lo complico por experiencia y también por miedo, es decir, por querer hacerlo bien. Antes de publicar el primer libro del Fondo Editorial Carmen Delia Bencomo, ya estaba redactando el Manual de Uso para la editorial.
Si hay un testigo que entregar a quienes comienzan a editar, es la convicción de que deben disfrutarlo y compartirlo. Propicien todos los debates, hagan todas las preguntas. Si dudan, vuelvan a preguntar. Si están seguros, compartan y manténganse alertas a las respuestas.
Y esa máxima de Woody Allen: “No conozco la clave del éxito, pero sé que la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo”. Siempre tendremos detractores mientras estemos haciendo algo, y muchas veces se aprende más de ellos que de nuestros simpatizantes. Eso no significa que vamos a adaptarnos para satisfacer sus necesidades de lectura, pero sí nos permite ver el panorama más abierto.
Mérida-Duaca, mayo de 2021.
Felicidades a Ennio. Creatividad, constancia y amor por lo que hace son las claves de su éxito. Gracias, siempre, siempre.
Felicitaciones tremenda entrevista, es maravilloso saber que hay personas como Ennio Tucci editando y haciendo magia para que sigamos creciendo como país.
. El esfuerzo del poeta Ennio Tucci en un momento tan difícil me conmueve.. Fui docente en el área de literatura y traductora durante varios años, luego trabajé en editoriales extranjeras que vendian libros universitarios., Aprendí ciertas técnicas de promoción del libro y crei ver en esas técnicas de mercadeo, detalles que pudieran acompañar a la promoción de la lectura y apuntalar la supervivencia de pequeñas editoriales..
Entiendo las dificultades y los riesgos . Valoro su esfuerzo y sus logros.
Una muy buena entrevista realizada al poeta, editor y docente Ennio Tucci, Constancia en lo que haces es la clave de tu éxito actual. Eres el reflejo de la Venezuela, que no se rinde y que poco a poco vas logrando lo que quieres. Saludos..