Vengo a decir cosas sobre una palabra que de ser persona hoy sería figura pop entre políticos, periodistas y científicos sociales, aunque ha ido ganando terrenito y ya tiene seguidores diversos.
Cuando la conocí venía, ella, la palabra, vestida como para una gala de gran importancia, pero sentí pesar cuando noté que algo no iba bien en su andar, era como si los zapatos le apretaran; cojeaba y tropezaba con otras compañeras de enunciado. Salió tan aparatosa de la boca del hablante, que la pobre dejó enredada en algún diente una de sus tres i. En lo adelante me acostumbré a que apareciera de ese modo. La mayoría dice y escribe resilencia en lugar de resiliencia, que sería lo correcto según doña RAE.
Luego supe que este sustantivo fue tomado del término inglés resilience (derivado del latín resiliens, participio de presente activo del verbo resilīre). Todo indica que el contrabando léxico se hizo por las fronteras de la literatura científica; puesto que resilīre significa ‘saltar hacia atrás’ o ‘rebotar’, es comprensible que resilience designe la capacidad que tienen ciertos materiales para retomar su forma original después de sufrir dobleces, aplastamientos o torceduras; un típico ejemplo de material resiliente es la goma. De aquí, por obra y gracia de la metáfora, su significado se desparramó y terminó aludiendo a la recuperación de ecosistemas, psiques, continentes, mecanismos, matrimonios y cuanto elefante se quiera balancear en la tela de esa araña.
Lo cierto es que cuando nos dimos cuenta sucedió lo espeluznante: brota cada vez con más frecuencia en discursos politiqueros para ponderar, exaltar, destacar, celebrar, ensalzar, ¡felicitar!, la capacidad de recibir coñazos que demuestran los pueblos. Entonces, la metamorfosis que está experimentando el vocablo con la pérdida de la i me tiene francamente sin cuidado; el ardor y consecuente rechazo que siento resultan de su potencia semántica, que tiende a omitir o velar las opciones, demandas, actividades y narrativas políticas que tienen los grupos sociales históricamente jodidos frente a los problemas. Ajá, chévere la resiliencia, pero ¿no es mejor modificar realidades que adaptarnos a ellas con pasivo aguante?, ¿no es más linda la palabra lucha con toda su tradición y praxis? Cuidado si el regocijo en nuestra tolerancia y adaptación al desmadre logra convertirnos en muñecos de goma.