Revisitar los clásicos cuando circula una nueva versión siempre es un ejercicio estimulante. Guillermo del Toro desempolvó el pasado año esta joya semienterrada y entregó un ejercicio de estilo donde, como era previsible, nimba la historia con su habitual mirada fantasiosa y onírica. Finalmente, y es algo recurrente en el cine del mexicano, ese halo sobrenatural difumina las pasiones humanas.
El Nightmare Alley de Goulding es todo lo contrario. Esa máquina de facturar guiones correosos que era Jules Furtham (Morocco, Body and Soul, Shangai Express, El motín del Bounty, The Big Sleep, Rio Bravo, Solo los ángeles tienen alas, To Have and Have Not) fue directo al hueso de la novela de William Lindsey Gresham, prescindiendo de lo accesorio. Lo que quedó fue un noir atípico, tanto por la ambientación –una feria ambulante– como por la crudeza de sus escenas.
El otro pilar sobre el que se sustenta la obra es Tyrone Power. Hoy olvidado, en los años treinta y cuarenta fue el rey de la taquilla de las matinés adolescentes con sus héroes de capa y espada. Suya es la canónica interpretación del Zorro que décadas después Antonio Banderas saquearía sin complejos. Como todo actor con pulsiones de trascendencia, quiso desmarcarse de esos papeles y lo apostó todo al personaje del retorcido Stan Carlisle. Las resistencias de la Fox fueron máximas. A Darryl F. Zanuck le aterraba la perspectiva de que el público viera a su chico de oro pronunciado frases tan devastadoras como “solo me preocupo por mí mismo, soy incapaz de preocuparme por nadie más…”.


La primera parte de la película indaga en la trastienda de los desaparecidos espectáculos de ferias ambulantes. Los oropeles y las telas damasquinadas, las luces brillantes y las atracciones imposibles, encubren una tupida red de frustraciones, envidias, sueños incumplidos, ambiciones desmedidas y cinismo a raudales. Cuando baja el telón, las sonrisas de los feriantes se desdibujan y aflora todo el resentimiento y la amargura acumulados tras años y años nómadas de transitar carreteras polvorientas. Lo aterrador no está en las criaturas anormales que se exhiben en las barracas, sino en la oscuridad que anida en los corazones de las personas supuestamente normales.


El tramo final de la cinta es una original reubicación de los clichés del noir, incluido el estereotipo de femme fatale. Al pesimismo existencial y el derrumbe moral típicos del género se les suman la necesidad de creer y ser creídos y la osadía del ser humano cuando juega a ser un dios. Así, este laberinto de pasiones desemboca en un final que también es una travesura del destino. Los productores obligaron a suavizar el amargo desenlace de la novela de Gresham. La mano astuta de Furtham reescribió la conclusión, dotándola de la suficiente ambigüedad como para fungir de adecuado colofón a la túrmix emocional que la audiencia acaba de presenciar (Guillermo del Toro, por el contrario, se ciñe a la crudeza del libro y, sin embargo, no alcanza esos niveles de conmoción; como dicen muchos escolásticos: el cine negro es, básicamente, un estado de ánimo y en eso, la versión de Goulding es imbatible).El éxito es un arcano. La película fue recibida con tibieza. Quizás Zanuck tenía razón y nadie quería ver a Tyrone Power en papeles de villano. Aunque el actor regresó a sus papeles habituales, siempre consideró al taimado y volátil Stan Carlisle su mejor creación. Nunca sabremos si la madurez le habría permitido volver a intentarlo: murió a los 44 años fulminado por un infarto mientras rodaba uno de esos duelos a espada que tan célebre le hicieron. El fallecimiento de William Lindsey Gresham también tuvo ribetes trágicos. Con 53 años y un cáncer incurable, alquiló una habitación en el hotel donde había escrito Nightmare Alley una década antes y se atiborró de pastillas. El arte, la vida y la muerte se dieron la mano en un proceso de creación/destrucción al que el tiempo, 75 años después, le ha hecho justicia. Hoy, ambas obras, la literaria y la cinematográfica, están consideradas unánimemente como dos rara avis fascinantes y sumamente originales.

