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“Nos habíamos amado tanto” es la crónica del desencanto de toda una generación a través de tres amigos, guerrilleros partisanos que combatieron el fascismo en la Segunda Guerra Mundial. La esperanza de una nueva Italia tras la caída de Mussolini deja paso a la realidad: estos jóvenes idealistas venían a cambiar el mundo y finalmente fue el mundo el que les cambió a ellos, como señala lúcidamente uno de los personajes. La evidencia de que la utopía es imposible no por más cierta es menos dolorosa.
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Ettore Scola traza un fresco de tres décadas, desde las penalidades de la posguerra hasta la orgía de desarrollismo, dinero fácil y corrupción de los setenta. Los acontecimientos políticos se entretejen con las peripecias vitales, confundiéndose causa y consecuencia: ¿el país cambia y por ende las personas también o son los cambios personales los que ocasionan las transformaciones sociales?
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Scola se abona a la comedia all’italiana, la corriente heredera del neorrealismo en lo que respecta a la crítica social: nunca ha habido cine que mejor interpelara a su propio país que el italiano. Sin embargo, a mediados de los cincuenta el neorrealismo empezaba a dar síntomas de agotamiento. A medida que quedaban atrás los rigores de la guerra, el público demandaba un tipo de historias menos duras y lacerantes y más en sintonía con ese supuesto progreso.
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La comedia all’italiana camufló bajo toneladas de grueso humor unas sátiras demoledoras. Progreso, sí, pero ¿a qué precio? Las ilusiones y los sueños dejan paso al consumismo más voraz; las costumbres propias ceden ante la avalancha estadounidense y sus modas y modismos; se exalta al pícaro, al listo y al espabilado; se impone el individuo frente al colectivo; el dinero es el único patrón del éxito y la corrupción, un mal menor, apenas una factura que hay que pagar en nombre de la modernidad.
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Lo que diferencia a Scola de los pioneros del movimiento como Mario Monicelli, Dino Risi, Pietro Germi o Luigi Comencini es la melancolía que baña sus historias. Sus películas provocan más sonrisas que risas y la nostalgia por aquello que nunca jamás sucedió invade al espectador: “El futuro pasa y ni nos dimos cuenta”, afirma otro de los protagonistas.
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En términos políticos, la cinta es una radiografía de la izquierda sociológica italiana, empezando por un Partido Comunista que era sistemáticamente excluido del gobierno a pesar de ser el más votado. Cada vértice del trío protagonista es una respuesta ante el descalabro del progresismo. Hay quienes se adaptan a los nuevos tiempos, encubriéndose del cinismo necesario para acallar la conciencia. Otros se quedan encerrados en un solipsismo intelectualoide, doctrinal y sectario de difícil digestión: son caricaturas de lo que fueron, provocando enojo y lástima a partes iguales. Y finalmente están quienes mantienen su identidad de clase, aunque poco puedan hacer más que ir a trabajar cada día: su heroísmo ya no está en hacer la revolución, sino en sacar adelante a sus familias manteniendo cierta dignidad. En torno a ellos gravita el personaje femenino que simboliza la evolución de los tiempos: la inocente candidez con la que se afrontaba el porvenir es sustituida por el afán de trepar en la escala social, para terminar en la descorazonadora constatación de que todo era un espejismo: para la gran mayoría, la vida es trabajo duro y escasas satisfacciones.
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Scola logra evitar el panfleto con una puesta en escena ágil e imaginativa que supone el abandono total de las coordenadas neorrealistas. Hay rupturas constantes de la cuarta pared, fragmentación de la pantalla, escenas que solo existen en la mente de los personajes, congelación de parte del plano, tránsitos cromáticos… Dada la cercanía en el tiempo, no es descabellado pensar que Woody Allen se basará en esta galería de recursos para su primera obra maestra, Annie Hall, de 1977. De hecho, los directores que dinamitaron Hollywood en los años setenta reconocen su deuda con el cine europeo. Las películas del Viejo Continente eran un soplo de aire fresco frente a una industria arteriosclerotizada de autocensura y finales felices obligatorios.Esa misma deuda cinematográfica es la que Scola tenía con sus antecesores y que en Nos habíamos amado tanto salda con un bellísimo homenaje. En la película aparecen Fellini, De Sica y Marcello Mastroianni interpretándose a sí mismos. Se recrea el mítico baño de Mastroianni y Anita Ekberg en la Fontana di Trevi para La dolce vita. Hay quien se juega literalmente su empleo por defender El ladrón de bicicletas. La separación de una pareja es ilustrada con una escena de El eclipse, de Antonioni… Es un hermoso reconocimiento por parte de quien se convertiría a su vez en maestro de otras luminarias transalpinas como Nanni Moretti o Gianni Amelio y que con el correr del tiempo ocuparía el mismo Olimpo de nombres imprescindibles del cine italiano como sus admirados Visconti, Rosellini, De Sica, Pasolini o Fellini.
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