Yo venía de una prosapia de neblinas,
de caballos y de viejas historias de violencias…
Fíjese donde estoy, en la palabra,
un consuelo bien precario
pero consuelo al fin.
Orlando Araujo
Es simple y a la vez complejo hablar de Orlando Araujo como economista. Es simple porque forma junto a Alberto Adriani y Asdrúbal Baptista, algo así como la santísima trinidad del pensamiento económico venezolano. Esto no quiere decir que no se encuentren en la historia venezolana otros economistas buenos e incluso muy buenos. Y seguramente hay muchos más famosos. No obstante, a nivel de rigurosidad y capacidad para pensar de manera original la peculiaridad venezolana están muy lejos del resto, cada cual a su estilo.
Tal vez en este sentido habría que decir de ellos, intentando describirlos, algo como lo que dijo Keynes sobre su maestro Alfred Marshall, palabras que se tornan más valiosas cuando se considera que lo que hizo célebre al primero fue la demoledora crítica del sistema neoclásico sistematizado por el segundo. Aun así, pese a dicha crítica quiero decir, Keynes pensaba a propósito de su mentor lo siguiente:
«El estudio de la Economía parece no requerir de unas dotes especiales y con características fuera de lo común. Aun así, los economistas buenos, o incluso los competentes, son aves de las más raras. ¡Una disciplina sencilla en la cual muy pocos se distinguen!… El economista, artífice de su disciplina, debe poseer una rara combinación de habilidades. Ha de ser, en algún grado, matemático, historiador, político y filósofo. Debe entender los símbolos y hablar en palabras; ha de contemplar lo particular en términos de lo general y rozar lo abstracto y lo concreto en el mismo vuelo del pensamiento. Debe él estudiar el presente a la luz del pasado, y por razones del futuro. Ninguna parte de la naturaleza humana ni de las instituciones de los hombres puede yacer enteramente al margen de sus preocupaciones. Ha de ser desasido y voluntarioso en el mismo estado de ánimo; lejano e incorruptible como un artista, pero también, algunas veces, cercano a la tierra como un político».
De los tres, en mi criterio, Araujo es quien reúne sobre sí el mayor número de cualidades mencionadas en esta imagen plasmada por Keynes. Y esto es lo que hace complejo o difícil hablar de él como economista, pues, en honor a la verdad, supo ser mucho más que eso por más grande que haya sido. Y es que no solo fue también un gran escritor de cuentos y novelas, y por esa vía, un gran artista. De hecho, merecedor del Premio Nacional de Literatura 1975. Sino, además, crítico literario, docente, comunicador y un comprometido político. También ejerció la sociología y antropología histórica con maestría, como lo demuestra esa obra maestra llamada Venezuela Violenta.
Seguramente sobre estas cualidades del Araujo como pensador y artista total, puede hablar alguien más, mucho mejor que yo. En lo que aquí concierne, voy a ceñirme en su faceta de economista, por sí sola bastante rica.
Habría en este sentido mucha tela que cortar. Pero me voy a referir, para no darle más vueltas al asunto, a la que creo es su principal contribución en esta materia: la resolución al “dilema” de los mercados pequeños como restricción interna a la industrialización.
El tamaño importa, pero…
En efecto, como es bien sabido, una de las principales explicaciones que los expertos criollos y foráneos suelen dar sobre el no desarrollo industrial de economías periféricas como la nuestra, es que estas sufren del mal de los mercados pequeños.
El argumento básico de este razonamiento es que el tamaño limitado de nuestros mercados resulta insuficiente para acomodar el número de empresas necesarias para que se dé entre ellas un grado significativo de competencia, que redunde, acto seguido, en una ampliación de la oferta de bienes y servicios disponibles.
Para ilustrarlo con un ejemplo simple, supongamos que en un país cualquiera el consumo total anual de determinado producto es diez millones de unidades; y, dada la tecnología disponible para el momento, que para cubrir los costos de producción del mismo y tener un margen de rentabilidad, una empresa necesita vender a determinado precio al menos cinco millones de unidades. Eso significa que en ese país “no caben” más de dos empresas fabricantes de tal producto, lo cual resulta sustancialmente menor al cupo que ofrecen otras economías con mercados más grandes. La tercera no solo sobraría, sino que comprometería la existencia de las otras dos.
Así las cosas, según este punto de vista, las taras propias de nuestras economías resultan de esta meta-tara estructural. Todo (el bajo nivel de industrialización, la alta concentración monopólica y oligopólica, los altos precios de bienes y servicios, la limitada variedad de la oferta, entre otros males) es resultado de la misma causa: el pequeño tamaño de los mercados locales.
Siguiendo este mismo razonamiento, la baja inversión de los sectores privados y la alta capacidad instalada ociosa son también consecuencia de la estrechez de los mercados, pues mercado estrecho significa poca mano de obra disponible (y aún más: capacitada y diversificada), lo que se traduce en poca demanda agregada. Así las cosas, las economías regionales no se desarrollan porque no pueden, no porque no quieren. Asimismo, los altos niveles de concentración empresarial no se deben, entonces, a malas prácticas como la competencia desleal o la cartelización, sino que surgen como efectos no deseados y fatalmente inevitables de nuestros mercados pequeños.
Por décadas, esta ha sido la explicación dominante con respecto al no desarrollo industrial venezolano. Esa y desde luego el rentismo, que vino a ser el aderezo. Y aunque Araujo la resolvió teóricamente bastante temprano (años sesenta del siglo pasado), hay que aceptar que todavía pulula entre nosotros. Tanto, que buena parte del callejón sin salida que estamos viviendo tiene que ver con ella. Pero eso es materia de otras polémicas.
Lo cierto del caso es que, en un libro pequeñito llamado Situación Industrial de Venezuela (Ediciones de la Biblioteca, UCV, 1969), Araujo plantea que esa célebre “verdad” encubre una gran mentira. De hecho, lo que dice exactamente es que la hipótesis de los mercados pequeños es una gran verdad que en el fondo trafica una gran mentira. Pues, si bien es cierto que el pequeño tamaño del mercado local impone limitaciones al desarrollo industrial, también lo es que ese pequeño tamaño no deriva de razones demográficas sino económico-sociales e históricas.
Es decir, el problema no es que en el país haya poca población: el problema es que al estar tan desigualmente distribuidos la riqueza y los ingresos, el mercado se hace pequeño, motivo por el cual buena parte de ella no cuenta como demanda agregada. Lo que no solo es una paradoja, dice Araujo, sino la gran tragedia de nuestras economías periféricas: países donde históricamente han existido millones de personas con hambre, mal calzadas, mal vestidas, con graves problemas de salud, etc., presentan un esquema de alta capacidad ociosa en sus industrias tradicionales que son, precisamente, las de alimentos, calzados y vestidos, e insuficiencia crónica de oferta en bienes tan esenciales y demandados como los medicamentos. Y lo que es todavía más paradójico: que el desarrollo industrial no podía avanzar porque el mercado estaba ya saturado con aquellas producciones.
Todo el problema del llamado “estrangulamiento” del sector manufacturero reside en que, dentro del mercado interno, quienes tienen hambre y necesitan vestir y vivir mejor, no tienen cómo adquirir los bienes esenciales. Mientras que quienes tienen con qué adquirirlos, ya no los necesitan, o en todo caso, solo en una proporción mínima en relación con la magnitud de sus ingresos, una parte importante de los cuales, por lo demás, orientan compulsivamente hacia el exterior.
Desde luego que hay otros factores que Araujo reconoce, el principal de ellos: el retraso tecnológico de la producción, derivado de la dependencia ídem. Pero el planteamiento básico es, como ya dije, socioeconómico e histórico, consecuencia de la formación social venezolana en el marco más general del concierto económico global.
La demostración de la veracidad de lo planteado por Araujo se daría décadas después, cuando a raíz de la llegada al poder del presidente Chávez y el cambio en la correlación política regional se diera un proceso de democratización del consumo, por lo general bastante poco entendido cuando no mal entendido por los expertos. Y es que el proceso de inclusión masiva de la población al ejercicio efectivo de sus derechos socioeconómicos (traducido en el acceso a la educación, la salud y la seguridad social, y por esa vía, a la tenencia de empleos y, por tanto, de adquisición y/o mejora del poder adquisitivo), de ser una práctica o meta de justicia social, terminó transformando estructuralmente las economías regionales en al menos uno de sus aspectos: el de la superación parcial de la restricción interna causada por la existencia de mercados pequeños.
Pero como nos encontramos en tiempos de reflujo, la vieja hipótesis dominante hace de las suyas otra vez, por lo que se hace necesario volver a dar la batalla, para lo cual Araujo, sin duda, es una poderosa arma letrada.