1.
Vemos al poeta recostado a un eje de su sombra en una esquina de la ciudad solar. Le avistamos: es Anthony Alvarado [1]. En un momento lo vemos virar de esquina calle abajo, en ese su caminar característico como quien apoya sus pasos de una a otra nube que la luz ardiente refleja en el ardiente pavimento de Coro y en su libro que, venimos de leer:
Urna sígnica
una palaba arde
turbina de sol
Dice en el pórtico y en la siguiente página: Grises destellos/ de soldadora ebria/ punta nocturna. Se pasa del día a la noche como si nada, como sucede en esta ciudad en que se turnan ‘súbitos resplandores’, decía Álvarez que trataba con duendes.
Le habré conocido, si mi estrellada memoria lo retiene, hacia principios de los 90’s en el salto que damos lentos desde la Biblioteca Pública al Instituto de Cultura, sembrado cemento en lo que fue el Viejo Mercado. Era casi aún adolescente y había venido de la península a la ciudad donde quizá no sabía aún haría vida. El cabello ensortijado y las camisas abombadas como para lidiar con el viento entre su piel y el tejido. Rasante al filo del sol, ya dije, pero calmo, silente, andante, una hoja resplandeciendo, deseosa de celebrar poesía. Sus suelas fueron gastando las calles de piedra en su ir y venir de la Universidad a La Alameda. Podía tentarlo los fuertes licores, pero siempre ha sido contenido, sin libar por ello la nada del abstemio. ¿Cuándo? Si muy amigo de Gregorio Meléndez era: “Andamio solar/ cuyo cortejo vaga/ bajo la sombra”.
Cuántas veces estrechamos su mano limpia y le sumamos aliento en los días aquellos de municipal bohemia llevada de bar a bar y de patio a patio, guindados todos del palito de ágave. No obstante, a pesar de su aparente contención que, en algún momento pudimos confundir con timidez, compartimos breves cervezas frías para calmar la ardentía coriana o la rutina que llevaba de estudiante aspirante a ser docente profesional. Pronto supimos que estaba animado a ser un buen y disciplinado lector como quería Ramos Sucre de su hermano Lorenzo: “lector de pocos libros, pero bien leídos”. Nos enteró el que se procuraba libros y espaciadamente nos pedía alguna recomendación cuando nos alcanzaba en la biblioteca donde laboramos como asistente y clasificador, y se los llevaba, muy callado, a su residencia tal vez o a casa de su novia.
El presente es sólo alterado por la revelación poética de su libro que reitero acabo de leer. Esto no evita que lo siga recordando de los días aquellos de adormecidas tardes en la hoy venida abajo biblioteca. Lo retengo con un buen dulce de leche de cabra en la mano, venido de Pueblo Nuevo de Paraguaná a sentarse en un mesón de con la rumita de lecturas presto a devorar. Ese muchacho, ese estudiante, ese hombre, ese que algún día será poeta, lo es hoy en este libro titulado Harakiri a traición (2016) [*] que, también, de una manera muy significativa me ha devuelto a Coro.
2.
El poeta es como el perro: sabe que debe marcar territorio. Aquí entre páginas, la memoria es solo una sombra que se arrastró en el arenal como lo hicieron aquellos del Éxodo. Debe dar cuenta, por gotas de sed de la procedencia del paisaje que es. Cuerpo. Tiempo. Tragedia. Promontorio. Costra. Osamenta. Salina. Una sucesión léxica que a su vez pareciera a como el sol se va hundiendo en el terraplén hasta volverse arena finísima, entrando en la ciudad solar. Se ha hecho el viaje desde sí y desde lo contemplado, detrás: la historia de un hambre de siempre, de una pandemia de cada cierto tanto. Sombra: mañana, medio día, media tarde, crepúsculo, noche: “Entonces abrí/ la luz cede forzada/ consume huesos”. La noche aparece pues con todo su fasto: “la luz cede”, dice, la osamenta habla sola, los muertos se desintegran en ánimas. Dos haikus siguientes nos ponen por delante ese espanto:
Luna creciente
lleva sus costras claras
cubre su bocaOjos colgados
se desmorona tarde
sombra del coro
La caravana a la intemperie del éxodo bíblico se traduce aquí en sombra peregrina de las Ánimas de Guasare: el desplazamiento mortuorio sobre la curvatura del cuello de la Península, trasladada a la hora cibernética de hoy, la hora de la prueba, “el nuevo orden”, el cómo están las cosas previsto ya, el inefable equipaje del desalojo a lo que el hombre se ha expuesto a sí mismo. Le toca al poeta preguntarse por el tal desmorone, denunciarlo, aunque duela: “Ardiente hoy/ solo el mundo cuesta/ abrigo centro… Luciérnaga/ monitor oscuro de/ la noche sacra… Soldados ígneos/ ajustan ciertos arcos/ un pueblo cede… Alba inquieta/ fuga de criminales/ garganta negra”. Avistamientos-certezas. Espejismos-noticias. La ciudad se abre como si se le hiciere una herida entre el cuello de la “casi isla”, como la denomina el poeta Guillermo De León Calles, y el terraplén del pecho: la ciudad antigua donde el sol esplende. Sí. Como pudo reconocerse el soldado perseguidor del Cordero en el rostro del sacro manto, el poeta se busca en el espejo solar: es todo o nada, puro polvo viajando veloz con el viento:
Las contracciones
invaden cada surco
de esta ciudad
3.
En algunos casos, el escritor de estos haikus que inauguran en Venezuela una nueva línea en el hacer de este modo expresivo japonés, sacrifica belleza lírica por fidelidad sintáctica a la visión o hecho que lo suscitó. Pero belleza sabe encontrar siempre lugar más e la memoria que en la emoción subitánea. Lo sabe él, polvillo, arenisca:
Trasnocho fulgor
cubierta y pus
toso cenizas
Es de nuevo la sed de antes y de siempre: la sed misma y la sed aquella que todo desbarata. De nuevo sed aguarda virar al escorpión que viene caminando con todos los peregrinos, los traslaticios residentes del éxodo eterno. Planeta vertido en óxido. La palabra del Libro Mayor nos lo había advertido: “el hombre acaece su propio mal”, y tras esto su orfandad: el afán, el miedo inoculado hasta las vísceras: la ebriedad de Poder: “Dilata copa/ el muro viene solo/ alma sedienta”. Sea revolcar de voluntades varias o de la poca porción humana que se favorece, desintegración-pus en favor de la máquina. El lecho en el cual la carne maldita aún se permite mandar y nadar: “Inocuo beso/ veneno en la cama/ labios tullidos… Desnudo sexo/ enjambre sexual solo/ cuna maldita…”. Este haiku, ya dije, se desprende de lo lírico, pero sólo aparencialmente, frisa más bien el aforismo latino, pero “no es éste y si lo otro, desprejuiciadamente, sin romper la estructura y la presentación. Su autor no teme dotarlo de aspereza, contorsión, descoloración, sequedad, como es el ‘desierto’ mismo que atraviesan autor y personaje: “Otro secreto/ entremezclan los deseos/ rompe cabezas… Abandono el/ desierto coprolalio/ de tu humedad”. Cuerpo-página-aridez engañoso oasis se pronuncian a lo largo del beduino recorrido medanal: “Corto el humo/ la máscara desciende/ sagrado deseo… Cables de plata/ urden las horas parcas/ del sueño yerto… Garganta humo/ cuerpo de tierra núbil/ casa de dolor…”. Hiende el vacío, el deseo transmutado en horror vacui: “Servicio sexual/ luces rojas te corroen/ cuerpo deshecho”. Y de aquí, de la hoja de arena extendida por todo el camino que te trae de la península a la ciudad, el salto en la edad del sujeto y en la proyección del tiempo que puede percibir, sentir frente a la pantalla y delante, apoyando sus dedos en el monitor: “El sabor agrio/de tu sudor después/ del sexo culto… Un cuarto solo/ el ordenador ciego/ haz fulminado”.
La fealdad está ahí, es más, amenaza en su hundimiento, chatarra carcomida, o gajos lácteos de plástico de a trozos desintegrándose entre cielo y tierra, logrando prenderse del escaso verde por sus tunas. Sí la fealdad está ahí y el poeta no es quién para ocultarla a sus ojos, pero sí quién para decirlo cercano al alumbramiento que puede dar a esta hora oscura del planeta: “La arena va/ cubre su hierro fatal/ demorándose… Sigue la noche/ dando su leche negra/ orlo su boca”. Ya el paisaje cobrará su propia venganza.
4.
Ruo senderos
agrestes sin destino
trago arena
¿Cuántas vueltas no tiene el vagar en el desierto? O las huellas que se han borrado vuelven en los pasos de otras sombras. La travesía el éxodo mundial; el éxodo del hombre de sí mismo para ser más explícitos, deletreados en los celajes de la fundición: los del año 14 aquí, cuando la hambruna, cuerpos y sombras vertidos en la arena para siempre, desmoronándose. ¿Qué puede sembrarse en esas soledades? Se ha de preguntar quién puede y ha de hacerlo para beneficio suyo y favor de los que vienen y van en el tiempo, que se escurre como se escurre en el vidrio de un reloj la arena: “Un triste local/ se llena de curiosos/ amantes follan”: EL TROPEZÓN; EL REY DEL BOSQUE; EL DRAGÓN AZUL; PETRA PUERTA. Los caserones disfrazados de estancia, anunciados por luminosas propagandas colgantes de un poste; su espacioso bar, triste de día, alebrestado y alegre de noche, con sus bebidas servidas y el manjar de carne a la disposición, según lo que lleves en el bolsillo. El último trago viene a dar a la piel desnuda porque es el de la dispersión, pero la pronunciada contorsión va a ser siempre la misma del medanal, piel desnuda sí; pero sólo hasta que acaben: “Cada cual vaga/ en su infinito ser/ retorna a sí”. Hay un momento para que lo soez cobre sutileza: “¿Quién chirría las/ muescas áridas de su/ infértil cama”. Por supuesto, en la página, el haiku para no dejar de ser fiel al instante, es poderosamente feo, aunque se ahorre el gemido.
5.
El poeta/el beduino/ el muchacho que se vino de su ‘casi isla’/ el hombre del Éxodo eterno, está esta vez frente a una computadora, es otra era y es en ella donde debe vomitar las letras que le alcancen para testimonio no lineal, el paisaje se vuelve más interior que físico, llueve en el estómago y una sirena muda alerta al corazón. Adentro/Afuera. Los haikus funcionan por unidad diciente, pero igual se concatenan, hilan la sólo visión posible un lugar: el de la poesía y para ello no ha tenido que barnizar la sequedad; sabe que “Cada cual vaga/ en su infinito ser/ retorna a sí”. ¿Será por ello que también, estos haikus de Anthony, son alerta a la más que inminente adicción a los artefactos digitales: “El ordenador/ circunscribe soledad/ impacto frontal”. El vómito no es más que volver a sí, como el grito mudo de Munch que es hacia adentro, el escupitajo revuelto de repulsión lo limpia, lo vuelve a sí mismo: “El poeta vaga/ en la sombra como el/ pez en el agua”.
El poeta ‘paraguacoriano’ ha podido conformarse con este desliz en el corazón de la arena y venir aterrizar en plena tecnología destructora que se nos vende como oasis; pero no, es más atrevido y es capaz de zumbarnos esto, primero a los ojos y luego al pensamiento: “El ordenador/ se muestra angustiado/ desaparece”. El aparato cobra vida, desaparece en el sujeto cuando éste lo ha atrapado en su trampa y lo hace con una imagen que nos hace ver pasar al zamuro negro de estos parajes avistando éste a su vez la carroña que lo ha de alimentar: “Ave roñosa/ desata la ponzoña/ a cuentagotas”, pareciera darle una bofetada a la pantalla con todo y su seductora luz: “Llena tu copa/ de códigos binarios/ sigue el curso”. ¿No les parece que es lo menos parecido a un haiku, ni siquiera frisa, éste que cabo de subrayar, un aforismo? Pues, el poeta parece decirle al artefacto: –No tienes más sitio que tu propia mentira fabricada, sacrificando lo humano en beneficio de velocidad y rendimiento–. Es momento entonces de volver a la tierra, al lugar de nacimiento y, ¿por qué no al mismo haikú como tal?: “Inquieta luna/ muéstrame tu lado/ menos ardiente… Ornamentales/ frentes desdibujadas/ llenan la noche… Cerco de púas/ roe tus labios el hilo/ sabor de metal”.
Cuernos tendidos en el horizonte (cabra ciega)- fruto del desierto (la rosa, rosae tunada)- empalizadas de cardón y cují (serpenteante muro)- espaciadas casas de bahareque y teja que al atardecer parecieran respirar cansadas junto a su corral cabrío (oikos)- chinchorros que al anochecer aguardan por el aparecido (columpio del tiempo), ánima en los puros huesos, en el relumbrón apagado de la vigilia (glifo) ; pero el habla de decirlo en este poeta es otro, distinto a chamanes como Álvarez o Marín Fonseca. Anthony Alvarado ha dibujado en la visión propia de las palaras lo que pudo avistar en el recorrido: “Una línea es/ sendero impreciso/ hacia las redes. Playa o salina. Boca de pez el mismo mar, aguas de pesca bordeando la cabeza peninsular: “Una línea es/ sendero impreciso/ hacia las redes”. Redes otras de ciberespacio. Sólo aquí sabemos que el Harakiri a traición ocurre. El lugar que la poesía buscó siempre estuvo ya no puesto o entre apuntes en el cuaderno de papel, sino dado en todo el instrumental que el artefacto puso a su disposición: desde el documento: desde el documento en blanco, pasando por archivos, programas, imágenes y aplicaciones, hasta aterrizar en las redes: Todo tan artificial y real a la vez al que sólo la poesía pudo devolver a su lugar en físico, en paisaje, en terraje, donde no va a faltar una dosis de patética ironía:
Mientras lloraba
las páginas de su blog
le disolvían
Y suele hoyar la luz al misterio: “Celeidoscopio/ lápida de luz terca/ timador del sol”. Abertura sangrante reparte celajes como polvo anaranjado de tiza en los azules del atardecer: “Segura rama/ el sol escapa sin ti/ tu alma sangra”. Aquí la vigilante psiquis full de humo: “Desde la niebla/ oculta de sus huesos/ finge el sueño… Monitor en off/ ausente cibernauta/ pocas anfetas”. ¿La médula en que reside la realidad que evadían en verdad los surrealistas?: el salto al revés.
A continuación una selección del autor:
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Bajo tu lecho
el vientre de la luna
te humedece.
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Andamio solar
cuyo cortejo vaga
bajo la sombra.
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El poeta vaga
en la sombra como el
pez en el agua.
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Quedan palabras
sin descifrar la noche
yerran las almas.
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Luna creciente
lleva sus costras claras
cubre su boca.
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Acobardarse
ante la cura de sal
devota llaga.
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Cables de plata
urden las horas parcas
del sueño yerto.
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Inquieta luna
muéstrame tu lado
menos ardiente.
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Lados «B» agrios
una copa salpica
vuelvo al sueño.
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Suicidio virtual
el oráculo calla
escarcha corroe.
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Trasnocho fulgor
cura abierta y pus
toso cenizas.
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Luciérnaga
monitor oscuro de
la noche sacra.
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El sabor agrio
de tu sudor después
del sexo culto.
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Un cuarto solo
el ordenador ciego
haz fulminado.
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Sigue la noche
dando su leche negra
orlo su boca
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La arena va
cubre su hierro fatal
demorándose.
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Rúo senderos
agrestes sin destino
trago arena.
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[*] Harakiri a traición, Fundación Editorial El Perro y La Rana. Sistema Nacional de Imprentas – Falcón. Col. Arenas del Desierto. 2016.
[1] Anthony Alvarado. Pueblo Nuevo de Paraguaná 1982. Poeta y escritor. Docente en la Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt. Ha publicado “Piedras sobre la cruz” (coautoría), “Antología de la cueva” (coautoría), “Harakiri a traición” (poemas), “Consejos para sumergirse en el agua” (poemas). Textos y artículos suyos han aparecido en la prensa local y revistas de Venezuela. Actualmente cursa una maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda.
Escritura que se ha hecho en mí totalmente vivible, en toda la plenitud y profundidad de los sentimientos encontrados .
Grande poeta ..Te leo y te imagino inmenso y eterno en tu hablar …Grandes conocimientos de ciertas situaciones de la vida …Me siento tan pequeña con mis poemas..
.Abrazos
Tanta belleza…..puro aroma que penetra profundo….. emociona esa luna creciente que implica un nuevo orden …. Puro polvo viajando veloz con el viento …. Toso cenizas. chatarra carcomida. ….. y ese fascinante momento en que lo soez se hace sutil ternura como paisaje interior… lluvia. llanto en el estomago vagando en la sombra! 🌹
Tanta belleza! Puro aroma que penetra…. Fascinante historia de un hambre de siempre …. Noche transformada en Luz, en luna creciente. un nuevo orden ternura como paisaje interior …. y esa lluvia. llanto en el estomago vagando en la sombra! 🌹