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Sabzian es un cineasta frustrado: hubiera deseado ser artista pero es un pobre hombre, parado y divorciado, sin otro horizonte vital que el de buscar trabajo. Pero se parece a Mohsen Makhmalbaf, al cual admira por su capacidad de reflejar el sufrimiento de gente como él. Al presentársele la ocasión, se hace pasar por Makhmalbaf, de cara a vivir, aunque sea por unos días, una vida que desea pero que está fuera de su alcance. Disfruta siendo Makhmalbaf: tal vez debería ser actor. Pues, ¿quién no interpreta un personaje? ¿Acaso el propio Makhmalbaf no interpreta su papel de director de cine? ¿Y qué decir de Kiarostami? Sólo que ellos han tenido la ocasión de serlo; es decir, de poner en imágenes ficciones que pretenden reflejar la realidad, o tal vez partir de ella para alcanzar otros horizontes.
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La ficción es descubierta y Sabzian es acusado de fraude. Un periodista lleva el caso a la prensa, lo cual despierta el interés de otro cineasta: Abbas Kiarostami. Este visita a Sabzian en la prisión, intrigado por sus motivaciones. Y entonces Sabzian le hace una pregunta clave: “¿Podría usted hacer una película sobre mi sufrimiento?” Kiarostami acepta el reto. A partir de aquí, lo que se nos propone es una especie de juego de espejos: el espectador sabe que está viendo una película de ficción construida por Kiarostami, pero ésta se nos presenta bajo la forma de un documental sobre un hombre (Sabzian) que vive una ficción que a su vez se basa en algo real: la existencia de Makhmalbaf como director de cine que inventa ficciones con las que se identifican personas como él… lo cual quiere decir que esas ficciones tienen cierto sustento en la realidad. Por si fuera poco, hay imágenes que parecen realmente documentales y otras se nos presentan como la reconstrucción cinematográfica de los eventos de los que se habla.
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¿Y qué decir del tribunal, del juez, de los policías, de la familia ante la cual Sabzian ha llevado a cabo su representación? Si la familia se ha dejado engañar es porque ellos mismos necesitan de la ficción para ampliar sus horizontes. Esto es notorio en el hijo, el cual también aspira a ser director de cine, para no acabar “vendiendo pan” como su hermano, y se ha dejado engatusar con la esperanza de participar en una película realizada por un cineasta de prestigio. Todo esto muestra algo inquietante: si vamos más allá de lo aparente se hace difícil discernir entre la ficción y la realidad, pues entre ellas interfieren las fantasías de unos y de otros, las cuales a veces se combinan para llevarnos a extrañas situaciones, que parecen más interesantes que la llamada “realidad”. Tal vez esta se reduzca a dejar de fantasear sobre otra vida posible y actuar como el juez, interpretando nuestro papel sin la menor pasión: pero esta es acaso la peor de las ficciones. Y la mejor ficción parece entonces algo necesario: una no-verdad a través de la cual se descubre una verdad más liberadora que la encarnada por cualquier pretensión de realidad. Pues refleja algo más conmovedor: la existencia de un alma que aspira a liberarse de los sufrimientos que la oprimen.
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Tal vez con esto el propio Kiarostami haya encontrado una explicación a su propia vocación, que no es en esencia diferente a la fantasía vivida por Sabzian. Tal vez deseó un día ser Bresson y esté interpretando ese papel. O tal vez se haya desprendido del sufrimiento que lo llevó a ese sueño y haya llegado a ser realmente Kiarostami. O tal vez simplemente estemos atrapados los unos en los otros, en el espejo sin fin de nuestro personaje y el dejar de sufrir pase por darse cuenta y aceptarlo de forma compasiva, no exenta de ironía.