Esta noche los Leones le están dando un repaso al Magallanes. A este ritmo se llevarán la final en solo cuatro partidos. El ruido aquí es infernal y me cuesta concentrarme. Por suerte los pocos magallaneros que van quedando se mantienen en un silencio enfurruñado.
Te preguntarás por qué empiezo una carta de despedida hablando de béisbol desde un bar lleno de borrachos, sobre todo teniendo en cuenta que odias el béisbol y mucho más los bares llenos de borrachos y que ambos eran temas que nos sumían en fuertes y continuas discusiones. Supongo que me apetecía darle un poco de contexto a esta carta, dejar claro, tal vez para mí mismo, que mi vida continua, que mi decisión no supone un descalabro monumental y que seguramente sobreviviré sin haber sufrido daños de consideración. Como ves hay demasiadas dudas en este última y larga frase. Lo que sí es una certeza es que esta carta que escribo rodeado del bullicio propio del béisbol y de los bares llenos de borrachos será la última comunicación entre nosotros. ¿Quién lo iba a decir? Después de tanto tiempo juntos. Cuatro meses. A mí me parecieron cuatro décadas. Y no porque el tiempo pasado junto a ti haya transcurrido con lentitud. Todo lo contrario. Fue un suspiro, una de esas tormentas de cinco minutos que te dejan calado hasta los huesos. Pero ya no soy el mismo muchachito ingenuo que conociste hace cuatro meses. He envejecido. Me siento viejo y cansado. Ha sido una carrera corta, pero corrida a corazón abierto, cuya meta era un barranco al que me lancé con los ojos cerrados.
No somos responsables de nada. Al menos yo no quiero buscar responsabilidades. Yo fui un idiota enamorado del amor y no de ti. Y tú te limitaste a recrear ese amor, hacerlo real y regalármelo con algunas aportaciones de tu autoría que le imprimieron a nuestra relación una farragosa intensidad psicológica con cierta propensión a lo oscuro. Después de todo, ¿qué importa quién propuso lo de los golpes? ¿No los recibí, acaso, henchido de gozo? ¿No mostraba orgulloso mis hombros amoratados y doloridos? ¿Fue idea mía lo de nuestro escondrijo? Tal vez. ¿Pero no fuiste tú quien creó todo aquel entramado de lujuria culpable que nos hundió en la desesperación?
Leerás esta carta luego de tu cita frustrada. Una cita que organicé yo para no encontrarnos en nuestro lugar de siempre, el anodino banco del bulevar que une las dos partes de la ciudad, el punto medio, el corazón en donde se fueron gestando nuestras desdichas. Estabas hermosa. No podía ser de otra forma. Pero estabas hermosa de una manera nueva. Mientras me esperabas pude observarte con total impunidad. En ese momento eras un libro abierto, uno de esos libros que uno no quisiera que se cerrara nunca. Por primera y última vez pude verte sin máscaras, sin que te escondieras detrás de tus esplendidas actuaciones. Te observé extasiado un buen rato. Desaparecerías pronto y contigo se iría el misterio, el dolor y el deseo, para siempre. Pero me quedaría con la tierna imagen de una mujer fresca y sin disfraces y que esperaba sin angustia.
Como nota a pie de página: los Leones, luego de ganar tres partidos en fila, perdieron los cuatro siguientes de forma humillante y con ellos el campeonato.
No hay finales felices.