Continúan nuestros encuentros con editores venezolanos. Hasta ahora hemos tenido interesantes conversaciones con Víctor Manuel Pinto, Carlos Ortiz, Ennio Tucci y Maria Gabriela Lovera. No solo hemos conocido pasajes de sus respectivos recorridos por este oficio del campo cultural, también aprendemos de sus experiencias y procesos.
Para nosotras es importante el registro, la sistematización. Si de algo se sostiene la cultura, es de la memoria. No hay diálogo sino con otra voz. Para nadie es un secreto que la cultura, y aún más la literatura venezolana, históricamente adolece del resguardo de los acervos, por tanto, todo ejercicio que implique un repaso por la vida de los proyectos culturales es al mismo tiempo una forma de registrar, establecer diálogos sobre la creación y conectar con los debates del presente.
Como es de imaginarse, esta iniciativa conversacional es de largo aliento y estamos comprometidas con su continuidad. En esta oportunidad, nuestro encuentro es con Verónica Vidal, joven editora venezolana que forma parte de algunos proyectos editoriales emergentes (Awen, Pruka, Palíndrumus, entre otros), cuyos catálogos se nutren de modo permanente con autores locales e internacionales, a través de premios literarios y otras convocatorias.
Miguel Antonio Guevara
***
El encuentro con los libros, el contacto con el primer libro que leemos, es una experiencia que nos marca, al punto de convertirse en uno de los recuerdos que más atesoramos. ¿Cómo fue tu primer acercamiento al libro y la lectura?
La primera vez que tuve un libro en las manos fue la hermosa edición de la fábula La ratoncita presumida de Aquiles Nazoa. Recuerdo que a partir de ese libro comencé a inferir las expresiones de los personajes y la repercusión de estas en el desarrollo de las acciones. Más adelante empecé a entender las historias, comencé incluso a contarme mis propias historias con personajes nuevos y a interactuar con el libro como un cómplice en la experiencia lectora: los apilaba en la cama, dormía con ellos y los llevaba a todas partes. De hecho, la primera vez que viajé fuera de Venezuela llené mi equipaje de puros libros y mi papá terminó con dolor de espalda. Para mí cada libro es un lugar seguro para confiar y sentir lo que el autor quiere que yo sienta. Otro libro que marcó mi infancia fue una compilación de cuentos de León Tolstoi, de los cuales el cuento “Dios ve la verdad, pero tarda en decirla”, quebró mi inocencia lectora; me hizo descubrir la oscuridad de los pensamientos de un personaje. Podía sentir el peso de la incertidumbre y debía cerrar el libro unos minutos para pensar. Con el tiempo me di cuenta de que inconscientemente buscaba sentir ese tipo de atmósferas al leer, una vez más, porque el autor me da la libertad de encarnar situaciones muy alejadas de mi realidad.
La educación básica y la universidad me dieron libros que me llevaron a amar el texto científico con la misma pasión que el literario, el problema era que quería leerme los libros completos y eso no era posible. Además, estudiaba una carrera donde si te sumergías demasiado en el libro no veías al paciente y por lo tanto no serías un buen médico. No conforme con eso, consagraba mis vacaciones al italiano, a aprender francés con una señora parisina y a romperme la cabeza por comprender libros en esos idiomas. Yo me retiré de la carrera para comenzar una que me permitiera dedicarme a los idiomas, acercarme más a la creatividad, las historias y la forma de contarlas. Elegí dedicarme solo al libro.
¿Cuándo tomaste consciencia de que además de ser lectora podías hacer libros, y cómo cambió eso tu relación con el libro en tanto objeto?
Tomé verdadera consciencia de ello cuando ya tenía la responsabilidad encima. Cuando Jorge Morales Corona me presentó el proyecto de la revista Awen comencé a mirar hacia adentro y cuestionarme qué quería encontrar en un texto según su género y poder evaluar el impacto que esa obra tendría en otros lectores, según los diferentes escenarios sociales y condiciones de lectura. Pasaba mucho tiempo en las bibliotecas y librerías de mi ciudad comparando libros desde todos los enfoques y evaluaba qué elementos impactaban al punto de llevarlo a casa. De niña diseñaba y escribía mis propias revistas para el colegio; recortaba imágenes de las revistas Meridianito y Síntesis, y agregaba paráfrasis de textos que leía. Mi meta era que los profesores las leyeran y comentaran conmigo, y sí las leían. En el año 2017, cuando me llamaron para trabajar en Awen, mi rutina era leer y evaluar mi propio desempeño a fin de constituir la revista como lo que siempre hemos querido que sea: un medio de difusión que genera interacción y comunidad. Ya no bastaba con escribir mi crítica detrás de los libros que leía, necesitaba tamizar una obra a través de esa crítica extrapolándome al consumidor del texto y la influencia sociocultural que tendría.
¿Qué aspecto destacarías de ese primer acercamiento?
Siento que, aunque comencé a trabajar como editora siendo prácticamente una paracaidista en el oficio, nunca di nada por sentado. Podía comenzar a leer y no sentir conexión al principio, sin embargo, continuaba hasta el final y siempre revisaba todos los textos. Aún lo hago, aún leo absolutamente todo lo que llega a la revista y a la editorial, de modo que, si existe la necesidad de abogar por un texto, yo pueda comprender lo suficiente como para defender sus puntos fuertes y tener muy claro qué debería trabajarse a cuatro manos con el autor. Igualmente, leer de principio a fin todos los textos me permite sustentar, apoyar o refutar posturas de mis compañeros con respecto a un material y así constituimos el engranaje de la revista.
¿Esa experiencia cómo determinó el tránsito de tu perspectiva de editora principiante a la editora que eres hoy?
Desde mis primeras ediciones con Awen fui consciente del papel del editor; eres el mediador entre las propuestas de un sujeto y un lector, y la interacción entre ambos solo llegará a constituir una relación fructífera si eres capaz de empujar al autor a que confíe en su lector y viceversa. También debes ser capaz de frenar al autor si con su texto agrede al lector. Quien escribe no puede subestimar al lector, no puede faltarle el respeto transmitiendo una superioridad intelectual que en ningún momento hará su obra más interesante o memorable. Quien quiere ser leído debe haberse leído a sí mismo primero. A partir de esto, como editor puedes inferir qué tanto se conoce a sí mismo un autor, qué tanto trabaja y medita su obra y qué tan consciente es del mensaje que quiere transmitir y de la reacción que desea generar. Puedes sentir si alguien escribe para ser importante y no para comunicar una idea o transmitir un sentimiento. El sujeto que comienza a escribir a partir de certezas o busca convencer a partir de frases moralizantes, se pierde del delicioso placer de identificarse como un humano repleto de dudas, volcarlas en la hoja y brindar una historia, o un poema, que resulte creíble a ojos del lector.
¿Cómo inició tu relación profesional con la edición?
Creo que la relación formal inició desde el momento en que abrí el primer manuscrito a evaluar para Awen. Aunque para aquel entonces era un proyecto incipiente, quise asumir el rigor del proyecto como si se tratara de una publicación muy conocida. No necesitaba coincidir con Jorge en todo, no necesitaba favorecer nada más que la lectura y su papel como enlace entre un autor con algo que decir y un lector con disposición y necesidad de conocer y experimentar. En un abrir y cerrar de ojos ya tenemos casi cinco años trabajando y un magnífico equipo que aporta diversas perspectivas que apoyan la calidad gráfica y literaria de cada edición: Jair Gauna como curador de arte, Liwin Acosta como consultor creativo, Teresa Acosta como traductora y mi esposo John R. González como jefe de redacción. A finales del 2020 me sentí inmensamente feliz de haber recibido la propuesta de Jenifeer Gugliotta Guédez para formar parte del consejo editorial de la revista Pruka. Desde las primeras disertaciones con ella y Norys Saavedra, me di cuenta de cuánto había aprendido en ese abrir y cerrar de ojos que comenté líneas atrás, y que, mirando hacia adelante, la cantidad de aprendizajes que me espera es infinita, en especial porque cada día tengo más libros por leer y más personas con quienes hablar sobre lo que se lee. Este año he tenido la oportunidad de aprender más sobre edición y administración de proyectos editoriales, a través del diplomado que imparte UNEARTE, con profesores excelentes como Carlos Ortiz Bruzual, Estela Aganchul, Yris Villamizar, Elis Labrador, entre otros, de quienes he aprendido que los grandes editores se desarrollaron a partir de su propia decisión, criterio, disciplina y diálogo constante.
Además de ser editora, cuentas con formación académica en Idiomas. ¿Qué aportó tu experiencia editorial a tu educación universitaria y viceversa?
La experiencia como editora ha reforzado mi capacidad de valorar un texto en relación con mis propósitos; si bien al momento de enseñar idiomas uno intenta ser lo más interactivo y relevante posible, puedo elegir entre los materiales didácticos aquellos que tengan mayor impacto no solo desde el punto de vista lingüístico sino sociocultural. Busco que mis estudiantes no vean una lengua extranjera como un simple requisito, sino como un instrumento que paso a paso, a medida que se comprenda y se utilice con mayor naturalidad, puede llevarlos a descubrir nuevas ideas, estilos de vida y expectativas personales. A partir de estas “selecciones”, mis estudiantes se motivan a leer más y a compartir conmigo o con otros estudiantes algún artículo, material audiovisual o libro en la lengua extranjera que estudian, en cualquier momento y sin que yo como profesora lo exija a modo de evaluación.
¿Cómo mantienen el proyecto en términos económicos?, ¿es autosostenible?
Hasta los momentos el principal sostén es el trabajo ad honorem del componente humano de la revista. Este año hemos coordinado diferentes propuestas didácticas a través de la organización de la escuela Awen, un proyecto que pretende dictar talleres y cursos completos sobre distintas expresiones artísticas, entre ellas la literatura, por supuesto, a fin de generar capital para la sostenibilidad de Awen. Actualmente es John R. González quien está dando forma a los talleres literarios, en compañía de Liwin Acosta para la parte de cinematografía. La idea es poder contar con toda una plataforma donde se desarrolle la escuela y se puedan visualizar las publicaciones periódicas tanto de la revista como de la editorial.
¿Tienes alguna faceta que haya cobrado presencia en los últimos años y que no se asocie directamente con la edición y la literatura? ¿Qué aporta ese ejercicio a tu visión como editora?
Últimamente he podido dedicar más tiempo a complementar mi formación como traductora, pero esto es algo que sí he enfocado a la edición literaria. Una vez culmine mis estudios en México, tendré aún más herramientas para consolidar los proyectos de traducción que he trazado, para aumentar la difusión de obras de autores hispanohablantes que publican con nosotros en Palíndromus.
¿Cómo percibes los cambios de formato en lo que entendemos actualmente como libro?
Siento que el libro está siguiendo el cauce evolutivo típico de su condición. A lo largo de la historia, el libro ha querido adaptarse según lo que pida el lector y lo que se considere más práctico e intuitivo. Los procesos económicos que se viven actualmente también favorecen al libro digital como una opción que representa costos de producción manejables y una rápida distribución. Considero que hay que aprovechar la oportunidad de la edición digital; generar interacción a través de herramientas como enlaces, códigos, blogs de discusión y explotar las posibilidades de un diseño gráfico sobrio e impactante. Una de las ventajas que brinda el libro digital es que el lector puede leer donde quiera y cuando quiera, por lo tanto, la misión del editor aquí es hacer aún más cómodo el acto de leer: buena disposición de los textos, tipografías agradables que no cansen la vista y contenidos dinámicos. Lo interesante es mantener la premisa de que el libro convertido en documento digital, o en entradas de blog, sigue siendo relevante e influyente sobre el pensamiento social, es decir, que nunca debe separarse del cuidado de un editor.
¿Qué recomendarías a editores que apenas comienzan su trayectoria?
Creo que lo principal para ser un editor competente es conocer los recursos que emplea cada género literario, ser conscientes de la hibridación y las tendencias que manejan los autores actualmente. Quizás parezca algo muy evidente, pero no está de más recordar que cada género tiene una estructura y un discurso que le otorgan enfoques y públicos diferentes. Hay que tener muy claro qué se quiere publicar según la línea editorial y, por sobre todas las cosas, respetar un criterio propio.
Me encanto la entrevista, doy fe como su padre que soy de la afición a la lectura que tuvo desde que era una niña, le gustaba hacer ademas sus propias revistas, para discutir con sus maestros. Siempre quería llevar un libro donde iba, y en verdad cuando viajo fuera de Venezuela por primera vez llevaba un bolso viajero que pesaba como si tuviera piedras. y eran puros libros. La admiro mucho.
Me pareció fascinante lo que habla sobre el lector y la relación del autor con el lector.
Me parece auténtica su apreciación sobre la edición porque se nota la experiencia, el camino recorrido