Los Retratos de la sala de César Seco han sido un ejercicio, un bosquejo escritural que me recuerda La antología de Spoon River de Edgar Lee Masters. Es importante aclarar que el estadunidense nos habla desde la voz de los muertos. De un panteón. Un pueblo de otro tiempo y de ningún lugar. En el caso de César es distinto, puesto que nos habla desde una escritura que respira. Nos dice desde su lectura, de las fuentes vivas de la tradición, sin embargo, no es esta última el móvil creativo o existencial, mucho menos una tarea crítica. Se trata de un diálogo fuera de lo institucional literario, es más bien un registro afectivo, no es gratuito que invite a estos nombres a una sala (¿la suya? No lo sabemos), una en la que se dan cita distintos nombres y caras, no olvidemos que son retratos, imágenes que ya han visto luz en una edición previa (Fábula ediciones, y revista Poesía, 2017) y que el poeta ha escrito y reescrito con la devoción de la relectura; tal vez nunca ha sido tan generoso un poeta venezolano como en estas páginas.
En MenteKupa reeditamos una selección (nuevas versiones) de estos textos junto a un par de apuntes (introductorios y coda) en donde el autor nos muestra un trabajo que sigue curándose y llenando la sala de la nostalgia con los relámpagos de las páginas idas.
Miguel Antonio Guevara
***
Primer apunte
Un vallado de miradas me vuelve al inicio, cuando no había sido, cuando prolongaba mis pasos sin saber que las palabras, las cosas en que se dicen, darían lugar al vaso de mi existir.
Viniendo de la calle a llegarme sentado en la Biblioteca Solar.
Aquí están guardados mis nervios. Quería ser uno: rostros, libros, obras orbitando en torno a mi atención, en tanto buscaba casa a mi soledad y conocerme de verdad.
Más que seres oficiantes de la Palabra, son simples avistamientos, inesperados sentires, súbitas intuiciones, revelaciones acaso, algunas veces elevaciones, inevitables caídas,
afirmación del silencio, sepultura del ruido.
Aquí el traslado de sus voces al dictamen del tiempo o al encuentro de una hiriente gracia o desolado resplandor.
Lo que al oído se hizo verdad compartida, asertivo presentimiento en la cercanía o la distancia: nunca dejarle todo al Alma desoyendo al Espíritu. La fundida sombra del milagro, la invisibilidad a la que la poesía apuesta.
Cuadros. Fotografías. Encuentros. Ofrendas. Homenajes. Retratos.
Heme aquí desempolvando en la memoria una insospechada filiación. O constatando en mí la amistad sostenida en el respeto. La premisa siempre de no dejar que la evidencia se interponga entre emoción y misterio.
La voz lee la escritura. El ojo lee la vida. Miro en cada uno la noche y el día andando.
Se hacen y se deshacen en el rasgado velo y en el vuelo contemplado.
Punto Fijo, 29 de enero, 2016.
Robert Lowell
a Vytautas Subacius
Es algo romántico sin intención, Robert.
Los Life Studies son del año cuando vine
al mundo. Hay acontecimientos compartidos
en ese libro que parecen haber sido escritos
a pedradas contigo. Supimos que no se es poeta por querer serlo o por creer serlo, o
porque se hayan puesto a andar unos versos
por una carretera de papel o por una pantalla que simula un espejo donde no se puede ver
o de repente y tal, el sinfónico silencio te da unas pocas rimas o imágenes que obedecen
o desobedecen en significado a las cosas, así con corte y más, lo que hay entre ellas y tú.
Te leímos y tuvimos claro que ir a consultar
a los maestros estaba antes, mucho antes
que ostentarlo, y fuera cual fuera la respuesta de ellos, antes, ese antes era no dejar de rasgar la muda piedra, incitarla, y esperar que su voz llegara a ser la nuestra. Discúlpame Robert, valerme de algo que a ti no te era ajeno: dramatis, y a partir del estilo de otro, así, levantar en un stadium vacío tu propio trofeo (Steiner, dixit). Simulacro pues no hay entre nosotros, y el actor que sale a escena ¿No es el viejo Pound? ¿Por qué no creer que ya nos interpreta? De tu poesía me atrajo enseguida que abordaras el tema, cualquiera este fuera, dejando la habitación abierta a la persona, de manera cruda, sin olvidar oficiabas el sencillo arte de un ame supérieure; poesía no menor que la que hace uso de una gramática precisa, o profundiza aprehendiendo todo: “Cada poeta es una visión de sí mismo”. Esto tuyo, sí bien
es reiteración, no deja de parecerme ahora: bello y profundo a la vez, sin adorno oye, sin exceso, por lo que te echaron dedo los críticos. ¡Ah, tonterías!, dirás.
De tu persona llamó mi
atención el que hablases de los poetas
estudiados en el aula como si fuesen estos
amigos cercanos que te esperasen allá
afuera, compañeros sí, de mesa o trago,
sin importar lugar, tiempo o lengua. No
otra cosa fueron mis amagos en el aire
sin tu regio instrumental de profesor,
rebosando el vaso por supuesto, un
jardín frondoso servía toda su sombra
a otros, pero no a ti. Con ellos fundaste
una Casa del Escritor, se dice por allí
que todos ambiciosos o una compañía
anónima de vagos. Algo parecido en
mi ciudad solar hicimos, Robert, ayunos
de ambición, entre paredes de un ebrio
sueño de bahareque; umbral de un seguro derrumbe, sumergida va la Casa a ser un depósito de ruina, o en museo que no es más que la muerte, poeta, lo sabes tanto, como sabías a qué se daba tu gusto.
Leer Life Studies a principios de los noventa,
puerta abierta dejó a episodios de la mía
que no dejan de reflejarse en mí tal luz
lenta y circulante de faro anclado a mi
escritorio. Cierro los ojos, en tanto ellos,
los recuerdos, se pasean en la torre de
mi cabeza vuelta bruma: la broma de mi
hermana mayor vuelta cierta para el resto
de los míos: es un loco; espumando por
por la boca y los dientes trozando labios
y lengua aún en el álbum familiar. Me orino
dormido, de noche, hasta la adolescencia.
Sísifo de barrio con su piedra al cuello.
Nadie llegado de todos los puertos, sí:
pastillas, substancias, especias, alcohol,
detonan en mi masa cerebral, dejando
viva a la bestia atada a mis neuronas. ¡Oh!
Rayo fulminante y convulso que no tuvo
al principio la ayuda adecuada: psiquiatras,
¡uy!, aturdido, escoriado cada vez, sapo
en su burbuja de saliva, ilícitas aventuras
de quien no ve de qué lado de la acera se
expande la luz, apartados lugares de tunas
que mi piel espinan todavía y hacen brotar
el rojo sol que solo hoy me atrevo a poner
en letra conversando contigo, Robert. ¿Es
esto romántico? Quedémonos poeta con
la tontería. Silvia y Anne, cómplices, bien
que han podido anunciar el desenlace.
Dormirte en un taxi camino a casa fue
después de todo digno de quien se opuso
a la guerra y juzgado por ello fue, episodio
que pudo sembrarte depresión, pero nunca
más que los desdichados hechos de tu
infancia, imagen devuelta por cercanos
(Bishop, Berryman), el resentimiento como
perla guardada a tu madre, herida sugerida
no descrita tal como era, pues fueras faltado
a tu poética, y eso nunca, qué lástima. Te
bastaban trozos como este: “La mesa
doméstica ha cesado y tú también, inclinas
la cabeza sobre lo que has escrito y corriges,
a veces disgustado, con una cara inexpresiva
como los girasoles”. Tu mujer puso su mano
en tu corazón; pero este no quiso hablar.
Rafael José Álvarez
a Eugenio, su hijo
Ya en la luz
lo invisible llega a sus ojos
con la moderación
que le asistía
cuando el polvo del patio
lo traía íngrimo
a las primeras líneas
donde se posaba
el colibrí.
Tras sus pasos
los indicios del follaje
detenido por el breve lapso
en que la nube le decía
por dónde el ojo de agua
engulle a los hombres
diminutos de ocre
fieltro.
El viento lo hacía
volver tras la puntuación
antes que tras la puerta
alguien moviera la aldaba
y las mujeres de casa
pronunciaran
avemarías clarísimas.
Avanza a duermevela
hurgando la pupila del gallo
donde unos relámpagos
escarban la osamenta
de ese alguien
que no ven
pero está
nunca ido.
Ha oscurecido en la hoja
del cuaderno y la abuela
acude al charco
a dialogar con los difuntos
familiares.
Por una hendija
del sueño
él sale
del poema.
José Barroeta
a Gonzalo Ramírez
Te has bebido la copa de tus muertos.
¿Puedes oírme en la insomne biblioteca
de fantasmas concurrentes? Espabilado
asisto con mi cuaderno de hojas sueltas
por donde ya la tinta está escribiendo.
No sabría decir en qué lugar estás, busco
a tientas en un margen: te imagino con
otros conversando bajo el claro cielo
de Pampanito esta vez, sombrío, al otro
lado, donde los seis puntos cardinales
son uno solo. No estás aquí, trueno ebrio
celebrando al Loco Pernía, aquel que de
cuajo arrancó un alto árbol en ofrenda
a su hermana y sembró rosas en sus dos
senos. Se me ocurre sea Ella este asombro,
vida y muerte a un mismo instante: Eglee
o la extraña. Le llamaste así en tu tono
rimbaudiano, Pepe. Adherida a tus huesos,
habla con dulces labios y calla con regia mueca. El que fuiste vuelve a ser sombra
de camino. Si de matar al padre se trataba,
te bastó el poema. Ella va, viene y quienes
dicen aguardarla la tienen con ellos, sin
enterarse que ha llegado. Entra, da vueltas,
próxima y ya sentada, hablando de que no
hay más, que siempre estuvo respirando
allí el mismo aire que se nos escapa.
Vallejo
a Gabriel Jiménez Emán
La noche de su pantalón
baja por una acera de su camisa.
Hablo de un hombre parado
en una esquina
con un pan escrito bajo el brazo.
Su lado del dado:
vidrio de la sintaxis molido.
La mujer: hueso de sus besos
y abrazo de sus costillas.
Escucho el pan de la piel entre ellos.
Endecasílaba penumbra
santifica a tu indio en un valle de frío.
Amén.
Juan Sánchez Peláez
a Floriano Martins
Quizá a Lautreámont y a Nerval
el Señor en el cielo haya recibido
Quizá los dos estén allá
comiendo yogurt con hierbabuena
Míralos, Juan:
un par de muchachos
y están contentos
Quizá Isidoro y Gerardo
aprendieron ya a manejar bicicleta
Uno al otro se persiguen en las nubes
y rebuznan como el burro de Vallejo
La noche llevan aún en sus bolsillos
y se la muestran al Señor
como un juguete.
Raúl Gómez Jattin
Ahí va el hombre al que la guayaba se le
pudrió en la cabeza. Consumido a trozos por sí
mismo, con un pie en la luna y otro pateando
el polvo triste de las calles de su pueblo.
Raúl, iracunda loca, hace mofas en una plaza
de moral pobre y sobreentendida.
¿Qué van a saber de locura y su vecina muerte?
Qué de que el olor a mierda que en el pantalón
corto tijereado llevas es el azufrado aroma
de un infierno personal jamás fingido.
Raúl, marihuano y hongo buen amigo.
Porque bueno fuiste, ¿quién lo duda?,
pero no en el sentido que otros dicen serlo
y no lo son. Buenos sí, tus amigos y comadres
que un tazón de sopa dieron a tu delirio
y usadas camisas como te gustaban
del colorido puño abierto de mariposas.
Tú más que nadie lo supiste: el amor castiga
no con desamor sino con más amor.
La adolescencia algo perdido que no vuelve,
pero se espera. Porque amor en ti fue
el penetrado detrás de la puerta, hundido clavo
tímido a los once en caliente hoyo de gallina.
Iniciado en la púbica pelambre de una burra.
El infame tiempo siempre queriendo robar
a esto las palabras con metáforas ajenas
y seducido por la arboleda de Villon
insistías noche a noche a dejarlo, no obstante,
más que palabras o simple letra poesía.
Vivir por siete años en una hamaca es dormir
lo más cerquita del aire. Ahí va el puta pana
Raúl de Cereté, temido y burlado bajo la lluvia
de semen que lo arrastra, lo unta a los postes,
y rabioso respondes a pedradas a la grosera
risa de los muchachos de la Escuela. Raúl,
su cara embadurnada de lágrimas de orine.
Bello loco sabes, lastimaduras de la calle duelen, pero solo sangran pena las del alma.
Y la que duele más la hace la hojilla del desprecio: una madre a la que no perdonaste
el adulterio y dar a luz a un niño que no llegó
a ser grande, ahogado en ron blanco por el humo de la yerba, basuko y doña coca, para que no se fueran a juntar las palabras con la seductora voz del diablo en el abismo, neurótica siempre y amargada, disfrazada
de Belleza, confundida sí, queriendo, con el silencio de Dios que lo dice todo y pide solo atención, oído al instante.
Fuiste tan genial que tu propia burla fue saber
volverte loco para guardar tu corazón de tanta
maldad repartida por ahí; tu escupido, apaleado corazón, lo dispuso.
Peligroso para otros a los que perdonas <porque no saben lo que hacen>
con quien a falta de cruz se echa en el pavimento con
el brazo doblado sirviéndole de almohada,
esperando que el río de los sueños le acompañe dentro del túnel.
Ahí va el poeta que no teme a la muerte. Tú
mismo pasando al lado tuyo. ¿Qué más te
puede pasar? <Ser poeta es más que
destino literario> Esto está en un poema tuyo que
tu vida corrobora.
Teófilo Tortolero
para Antonio Trujillo
Antes de hablar el sentir suena.
Desprendido para no volver en
la pausa que antecede a beso.
Llaga perfumada no sanó
la música adentro, pudo ver sí,
la sombra, el tristísimo polvo
de los campos de merino. Él.
De pie, justo donde el jaguar
perseguía la luna con pasos
hondos, en casa silenciados.
Semejante dolencia pudo ser
(o lo fue) nostálgica niebla
de una mujer en su mirada.
En la página del mostrador
bajo el sombrero de fieltro,
asiduo quebranto en la cantina
vertiendo la noche en su copa;
esperando la última tierra, sí:
nunca angustia tan bella hubo
Blas Perozo Naveda
i.m.
Hay un corocucho
dado al mal de
escribir bien por lo
que el membrete de la
falsía lo apedrea
con saña brutal y
pendenciero odio
Caín le llaman
por Haticos Enano siniestro
en LUZ Hopalong Cassidy
de San Pedro a Maracaibo City
a siniestra dispara
a diestra y a la misma
siniestra dispara
Provoca oírlo decir
‘tierra’ provoca oírlo
decir ‘padre río’
perseguir el viento
de Paraguaná
escribirlo sin afán
en casa de Chicha
y Cheo Verlo venir
sincrónico
escribiéndolo ya
brisa calladita
bebida con aguamiel
en el cacharro azul
antes que se
vuelva polvo y letra y
se nos meta
por los ojos
¿Lenguaje?
de eso sabe profesor él
doctor L’Sorbonne
Lengua muerde
muerde lengua
risita de pekinés
me sabe a eme me sabe
a “Date por muerto
que sois hombre
perdido” con su
uniquita “Mala fama”
que a condición
de lengua
es larga y mucho decir:
atente si te haces su
enemigo te jurunga
con el dedo
de jurungar
al señor fascista
al señor rector
(sin mentirita, sin
teoría) este poema
se deja de vaina
para que
diantre! entre
Blas
Alejandra Pizarnik
El espejo con tu rostro poblado
de un discreto acné.
Detrás tuyo mirándote por dentro
esa otra que envidiabas.
Sus cualidades caminando
sin las tuyas por toda la casa
tal una sombra de vidrio.
Familia de apellido pisado
por la guerra, ajena familia
en un país del Sur.
Tu nombre para ser grande
en medio de quien no eras tú.
No siendo quién. Y quién no es.
Para que los ojos apagados
de la muerte te desvelen
saliendo del cuaderno.
No podías estar mejor acompañada
que de la soledad y sus menudos
pasos deshabitados.
Ella, presuntuosa columna.
Esa doble que deja caer el agua
en tu interior. Tímida por afuera
y allá revuelta de afán y auxilio,
esperándote en el fondo sin llegar.
El adiós llorando con lágrimas
de serpiente muda.
Música y noche. Candado de lluvia.
El cuaderno habla como tú hablas.
La recámara de pastillas conclusivas.
El puente que has elegido no puede
sostenerte de ningún lado.
Solo puede mirar a un ángulo intenso
para arrojarte.
Miedo. Luz. Un aire que no terminas
de conocer.
Entre comillas
Lo que unos lectores olvidan es que los poemas (todavía creo que son poemas) están hechos de una materia propia proveniente de la poesía de los autores, de otra de instantes mínimos, pero relevantes y reveladores de sus vidas. El resto es a donde el poema mismo pueda conducirnos. Seguimos comprometiendo al lector, a menos que él se salga por la tangente o rechace palabras, versos, fragmentos, imágenes o el poema completo. Aceptamos lecturas y apreciaciones desprejuiciadas; porque no todo puede ser pitos, vítores y aplausos.
Fíjense que todo parecía ir bien en el diálogo cuando se trataba de poetas que desde el lenguaje podían trascender nuestra visión de vida; esto hasta que aparecieron a los que, por el contrario, la vida desbordó, solo que también, ¿por qué no?, encontraron cómo y con qué lenguaje decirlo. Créanme, si no hubiese sido así no hubiese traído a esta sala sus polvosos retratos, fueran estos en blanco y negro o a color, y los colocara unos junto a los otros.
Ya he dicho que modestamente creo, sin pretender convencer a nadie, que la poesía es el ‘lugar’ verdaderamente decisivo de ‘libertad’. No son los credos ni las ideologías. La poesía y los poetas han sido perseguidos siempre, no es tanto que “atenten contra la moral y las buenas costumbres”, es que dicen la verdad, comenzando por las suyas, no se la ahorran, hasta en la poesía surrealista que se le deja el hacer al “automatismo psíquico”, eso que al principio la gente no entendía o en lo que solo veía o escuchaba arte, pero después cuánto supo encontrar de la vida propia de sus creadores, entonces pudo reconocer algo más que sus rostros. Los poemas llevan algo de eso.
No sé si lo han percibido, en los Retratos hay algo también de juego: como quien en una galería monta y desmonta una exposición, puede que vaya alejándose del orden o que sienta que insistentemente vuelve en la blanca pared (¿la página del cuaderno o el documento vacío en la pantalla?) a ese orden y que todas las miradas le van devolviendo de alguna manera su rostro.
Comentarios 1