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Elpidio González
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Cuerda para pescar En el extremo de una cuerda los pescadores atan un dolor inminente. Es una puñalada que relumbra, una lámpara que estalla en los potreros. Sus dedos fabrican nudos, también llevan el pan a la boca. La saliva, de cualquier modo, será agua convertida en vino, será vino convertido en sangre.
Carta de navegación La luz es precisa. Se encadena un millón de veces a las ñangas, a esos nudos que la vida ofrece al mar y al lodo. Afuera, el agua es fuego y mediodía. Es la petrificación del canto de un gavilán mangotero. Es la sustancia de un poema detenida entre las manos. Es un cadáver que pesca por las noches, que llena el frío de la madrugada. Entre la sal y los mangles, no hay sitio para unas piernas: todo es luz. Aquí se camina con los ojos.
Epitafio en una playa Escribo este poema para preservar tu risa entre el sonido de las olas. Sé que un día ya no podré reconstruir mis huellas a la orilla del mar, pero quizá entonces alguien pronuncie estos versos con los pies hundidos en mis pasos y entre el rumor y las palabras tu risa desde mar adentro se estrellará otra vez sobre la arena.
David Ng
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Un cassette de biología Lado a, la vida en movimiento. El sonido de una voz más grave te llama al ritmo del inicio, materia encendida como un cometa al rojo cuando la noche es alta. Dentro del cuerpo del hombre el universo no es tan oscuro cuando te hacías, cuando ciegamente dividías el todo para hacerte mitad más entera. Ahora tu cabeza se llena de códigos que nunca alcanzarás a imaginar, duermen para ser tejidos en otro espacio igual de hermoso. Sólo se ha depositado en ti la desenfrenada carrera de un latido. Del otro lado, el impulso del agua es tu fuerza ante la amenaza. Fluye sobre la estela que deja el agotamiento en el caudal. Cabeza y cola rumbo hacia el centro atrayente del propio sol. Húndete en su núcleo, urdan el inicio. Lado b, la vida en reposo. Pequeño sol, es tu fuego el necesario, el momento es ahora. Dentro de una mujer, tu cuerpo ahora mil veces tu cuerpo se suelta a la corriente, fluye como el trayecto de una estrella hacia la nada y el todo. Rompes las fronteras con tu nado circular hacia otro comienzo. Esperas la llegada de tu yo más mediato. Tu corona, selecciona de miles que giran como manecillas, uno, que, agotadas sus fuerzas, cae en el propósito de tu propósito dejando atrás el cuerpo, queriendo ver otro mundo. Frente a frente se miran sin ojos.
Noticia a la familia A simple vista, cuando la gente llora se afea, el maquillaje de las mujeres se corre, la máscara de los hombres duros se cae. Hay lágrimas que salen con lentitud y tratan de simularse con el bostezo. Otras brotan a raudales sin permiso. Hay de tristeza, de rabia, cada momento propicia un sabor impar. Al final la percepción es la misma: el concepto de belleza lavado por agua salada. Nada como el mar para sincerar un rostro. La alegría, a veces toma forma de lágrima, de verdad.
Nunca estamos listos Decía: “Para las vainas importantes, amor, nunca estamos del todo listos. Mira cómo hemos venido a la vida: con los ojos cerrados con tanto para ver, las manos vacías con tanto por entregar, los pies descalzos con kilómetros por descubrir. Y así lo hacemos, avanzamos por ese puente delgado como una aguja cosiéndonos al todo y descosiéndonos al todo. Mira cómo aparecen días, gentes y campos para hacer del tiempo lugares en la memoria. Mira cómo besamos una boca sin estar seguros si nos confirmará con hechos los para siempres que pronuncia. Cómo tocamos un cuerpo que se entrega en la noche como un salto premeditado para echar la luz a gritar en nueve meses. Nunca estamos listos para las vainas importantes, amor.”.
Kafda Vergara
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Barraza Humedad de amaneceres sobre poroso piso gris despierto con el aroma a metálico pez moribundo y un sabor a niño salado en la Avenida de Los Poetas. Revivo ahora el escape a la panadería. Orejas dulces y tostadas me esperan en la esquina que todo lo oye. El Secreto es un oleaje que rompe entre Los Masones y El Cuartel Las orejas saben a un mundo y sus rumores. Muerdo los ecos de las profecías nacionales. Lo perdido entra por la boca y por los oídos. Daniel Santos le dice adiós a los muchachos Benny Moré todavía pregunta cómo fue Ramiro nace en todos los balcones Juanito Alimaña merodea por ahí y el loco de la esquina de siempre sabe que con cédula o sin cédula la batida, al igual que el tiempo se lo llevará. Abro los ojos y me acaricia el viento Y con él vuela el olor de mis orejas. Aúlla ahora la memoria involuntaria ante los escombros y los muertos silenciados bajo la Cinta Costera. Desde entonces las orejas me saben a nada como las dulzuras ajenas.
Olla Común El pan se remoja en ganas de vivir el sudor brilla entre huidas y trincheras. En esta olla común calentamos el vientre espesamos la sangre de venas cansadas y el fogón hierve las sales de la tribu. A este caldo acudimos menguantes como hijos de una raíz invisible. Lamemos Las Venas Abiertas bañadas en lenguas de fuego. Sorbo a sorbo y golpe a golpe hermanamos en el café y la piedra.
Changó Cuando sueña Santa Bárbara y está llena su copa de oro El monte celebra. Huye La Virgen de su cueva venerada prisionera de la cal y se desnuda para tomar el sol que la corona. Cuando sueña Santa Bárbara la mujer llama al hombre vestido de hacha y de monte. Bañado en abre-camino el pueblo prepara festivo la posesión de los cuerpos. El tabaco hace el resto.
Yacqueline Ureña Otero
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Medusas violetas ¿Qué es tu mirada sobre las cenizas del mar? Una isla en el horizonte bajo la oscuridad de una tormenta de medusas. ¿Qué son tus ojos de algodón de piedra flotante? Hormigas sobre el agua devorando peces. ¿Cómo sería tu muerte en los campos de naranjo? Savia que se desliza por la niebla de arena. ¿Qué son tus manos en el ruido de tus palabras? Hojas de almendros que abrigan la lluvia y entristecen el mar.
Escombro de pétalos Tierra de espuma que olfatea el silencio de una marea de espejos. Perfume de ira que sopla la cola del volcán extraviado en el hielo. Un querubín de montaña se arrastra galopando y el ruido se burla de los caballos bailando sobre flores que alumbran los escalones de mármol. Al final del pasillo, los nances maduros se entierran en el grito del aire y nacen escombros de pétalos dorados.
Gato de plomo En un árbol de mango habitado por llaves de cobre La tórtola custodia sus hojas caídas Un búho de plumas rojas se posa sobre una roca Sus garras descansan sobre el rocío El lobo blanco se despide de un pequeño jaguar Una nutria duerme bajo la sombra de un flamboyán. El lagarto con ojos de oruga danza sobre la arena Mientras un gato de plomo llora cerezos Mis manos de aguja pescan luciérnagas que cruzan la mar
Alessandra Monterrey Santiago
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El árbol de la muerte Vi el esqueleto de un árbol sostener las llaves perdidas del paraíso, la frialdad de los soles agitados con el trino del encierro, mientras una espada ardiendo dirigía el aleteo de las llamas en el bosque. Cada llave tenía un sonido distinto: una cantaba como los cardos salpicados por el viento, otra como el andar de los escarabajos, otra como un puño de canoas en una isla de coral, y también las que eran el pálpito de las esponjas, el graznido de un espejo muerto, el dulzor de las cenizas. El árbol de la muerte era sagrado y por eso ardía, por eso ardía y fuimos bellos porque andábamos descalzos y mil flores de alheña perfumaron de luz nuestra piel. Entonces, morí por la verdad.
Lautreamont El gato tiene los ojos de vidrio y alhelí. Marosa di Giorgio Hoy el gato ha mordido el tallo de una dalia perdida en el refrigerador. El gato tiene la voz de un piano, un llanto ultrasónico, un ronroneo de garúa, la insistencia de un niño tirano. El gato llora en las noches, trota en la cama hasta que acaricias su quijada o le lanzas una almohada. ¡Guur miau guur miau! El gato quiere comerse al sol. Se esconde entre la hierba para un asalto. No es que quiera matar a un ruiseñor, sólo quiere arrancarle una pluma y con ella levitar hasta mordisquear la luz. Lautre tiene la carita y las patitas pintadas. Una madrugada me miró fijamente y me lo contó: Se tomó el café de los duendes, y por su travesura le dejaron las manchas por vestido. Te gusta tocar piezas de alemanes resentidos, Lautreamont las detesta y camina por las teclas. No hay de otra. Te prefiere ensayando la música de Satie. Y yo también.
La distancia de la luna Fui a cortar la estrella mía / a la azul inmensidad. Rubén Darío Intento imaginar la impresión de mis pasos en el regolito lunar detallar el humus estéril que abriga las heridas de los meteoros más tristes en la guerra perenne de navíos feroces. Puedo perfectamente alcanzar un refugio lanzando una piedra o ser la niña que cuenta los escalones para visitar a dios. Cuento absolutamente todo las hormigas que marchan en el jardín los platos que friego las estrías rapaces de la madera las gotas que se deslizan en el espejo hasta las estrellas que atrapo de noche con mis pestañas. Pero hay distancias en donde mis números se ahogan en ellas son signos chamuscado en los márgenes y por eso tropiezan contra ríos de yeso fundido y lagartos de papel otean para cortarme la piel y alejar los pies de mi cuerpo. Calcular la distancia me enseñó a presentir la orina deslizarse entre mis piernas si no soy precisa con los minutos para expulsarme al baño marcado mientras calculo -también- la trayectoria de aquel que irá al espacio, del que orbitará la Tierra, y del que pisará la Luna en nombre de todos, perforando con ese arpón bandera ese suelo que nunca podre pisar.
Jhavier Romero Hernández
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El Zarpe Es la mañana. La marea sube, arrastramos el bote hasta la orilla. Subimos el trasmallo, la lona, el tanque de gas y la estufa. Joaquín besa en cámara lenta la foto carnet de su esposa que lleva siempre en la cartera. Yo todavía llevo pegado el olor de mi mujer dormida. Su fragancia de nomeolvides me recuerda cuando clarea la madrugada en Otoque. El bote empieza a moverse, al principio lento, luego tan rápido que tengo la sensación de que volamos. Mungo maniobra el motor fuera de borda mientras dice un rosario. En la radio suenan las canciones de Nenito. Joaquín se pone de cara a la brisa para secarse los sobacos. Y de pronto ya no estamos solos, una manada de botes surge desde todos los puntos de la orilla. Ahora salomamos, gritamos de un bote a otro. Preguntamos por la salud del hijo o de la madre. Levantamos la mano para saludar al tío o al sobrino. Alguien quiere café o pide un minuto prestado. Y entonces lo entiendo: somos un grupo, un cardumen, un arrecife coralino, una bandada de pájaros o manos cuyo único cielo es el océano.
Día de pesca El pescador sabe de la tristeza del crepúsculo: fuego enamorado del mar. Jesús Cos Cause Cerca de Valladolid¹, el mar es verde, como un monte hundido. Arrojamos el ancla a veinte brazos de la isla. Damos gracia a los peces por responder nuestro llamado, y le pedimos a La Virgen nos proteja de los malos vientos. Echamos el trasmallo, lentamente, como si pusiéramos un animal herido en el oleaje. Mungo se acomoda bajo la tolda y enciende un cigarrillo. Joaquín y yo vigilamos el trasmallo. Joaquín lleva un sombrero grande de paja y los pájaros lo confunden con un nido. Yo llevo una gorra de “Los Vaqueros del Oeste”² y el sol del mediodía me da piquetes en la nuca. Mungo habla de una muela que le duele, a Joaquín le preocupa que su niña se resfría mucho, y yo les cuento de los días en que fui a rezarle al Naza en Portobelo. Las horas pasan y el trasmallo se llena, es un Arca de Noé de criaturas marinas: el pargo con su armadura roja, la cojinúa y su timidez amarilla, el congo con su casco de espinas, la sierra y su espada desnuda, y la mantarraya como una enorme mariposa atravesando el cielo de los bosques acuáticos. Mungo enciende el motor para subir el trasmallo. Joaquín tira de un lado y yo del otro, una bandada de pelícanos vuela en dirección a un comerío. Mungo le mete cañaña al motor y el trasmallo finalmente sube. El bote se llena de peces que se agitan como miles de hojas movidas por el viento. Es la tarde. El fuego del crepúsculo se enamora del mar. A lo lejos, un bote remolca a otro que se quedó varado. Entonces regresamos todos, juntos: la manada, los alegres, la tribu del agua, los delfines de tierra. En la orilla, saludan los chiquillos, mientras juegan con caracoles y cangrejos 1.Islote del Pacífico panameño. 2. Equipo de béisbol de La Chorrera, Panamá.