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Seis poetas panameñas (Selección de Ariel Romero Hernández)

Ariel Romero Hernández Por Ariel Romero Hernández
24 mayo, 2023
en Poesía
0

.

Elpidio González

.

Cuerda para pescar

En el extremo de una cuerda
los pescadores atan
un dolor inminente.
Es una puñalada que relumbra,
una lámpara que estalla en los potreros.
Sus dedos fabrican nudos,
también llevan el pan a la boca.
La saliva, de cualquier modo,
será agua convertida en vino,
será vino convertido en sangre.
Carta de navegación

La luz es precisa.
Se encadena
un millón de veces
a las ñangas,
a esos nudos
que la vida ofrece
al mar y al lodo.
Afuera,
el agua es fuego y mediodía.
Es la petrificación del canto
de un gavilán mangotero.
Es la sustancia de un poema
detenida entre las manos.
Es un cadáver que pesca
por las noches,
que llena el frío
de la madrugada.

Entre la sal y los mangles,
no hay sitio para unas piernas:
todo es luz.
Aquí se camina con los ojos.
Epitafio en una playa
 
Escribo este poema
para preservar tu risa
entre el sonido de las olas.
 
Sé que un día
ya no podré reconstruir mis huellas
a la orilla del mar,
pero quizá entonces
alguien pronuncie estos versos
con los pies hundidos en mis pasos
y entre el rumor y las palabras
tu risa
desde mar adentro
se estrellará otra vez sobre la arena.

David Ng

.

Un cassette de biología

Lado a, la vida en movimiento.
El sonido de una voz más grave te llama al ritmo del inicio,
materia encendida como un cometa al rojo cuando la noche es alta.
                          Dentro del cuerpo del hombre 
el universo no es tan oscuro cuando te hacías,
                                             cuando ciegamente dividías el todo 
                                             para hacerte mitad más entera.

Ahora 
tu cabeza se llena de códigos que nunca alcanzarás a imaginar,
duermen para ser tejidos en otro espacio igual de hermoso.
Sólo se ha depositado en ti 
                  la desenfrenada carrera de un latido.

Del otro lado, 
el impulso del agua es tu fuerza ante la amenaza.
Fluye sobre la estela que deja el agotamiento en el caudal.
                                       Cabeza y cola 
rumbo hacia el centro atrayente del propio sol.
Húndete en su núcleo, urdan el inicio.

Lado b, la vida en reposo.
Pequeño sol, es tu fuego el necesario, el momento es ahora. 
                                  Dentro de una mujer,
tu cuerpo ahora mil veces tu cuerpo se suelta a la corriente, 
fluye como el trayecto de una estrella hacia la nada y el todo.
Rompes las fronteras con tu nado circular hacia otro comienzo.
Esperas la llegada de tu yo más mediato.
Tu corona, selecciona de miles que giran como manecillas, 
                                               uno,
que, agotadas sus fuerzas, cae en el propósito de tu propósito
dejando atrás el cuerpo, queriendo ver otro mundo.
Frente a frente se miran sin ojos.
Noticia a la familia


A simple vista, cuando la gente llora se afea, 
          el maquillaje de las mujeres se corre, 
          la máscara de los hombres duros se cae. 
Hay lágrimas que salen con lentitud 
y tratan de simularse con el bostezo. Otras 
          brotan a raudales sin permiso. 
Hay de tristeza, de rabia, cada momento 
propicia un sabor impar. 
Al final la percepción es la misma: 
el concepto de belleza 
             lavado por agua salada. 
Nada como el mar para sincerar un rostro. 
La alegría, a veces toma forma 
de lágrima, 
de verdad.

Nunca estamos listos

Decía:
“Para las vainas importantes, amor,
nunca estamos del todo listos.
Mira cómo hemos venido a la vida:
con los ojos cerrados con tanto para ver,
       las manos vacías con tanto por entregar,
       los pies descalzos con kilómetros por descubrir.
Y así lo hacemos,
avanzamos por ese puente delgado como una aguja
cosiéndonos al todo y descosiéndonos al todo.

Mira cómo aparecen días, gentes y campos 
para hacer del tiempo
lugares en la memoria. 

Mira cómo besamos una boca 
sin estar seguros si nos confirmará 
                      con hechos 
los para siempres que pronuncia.
         Cómo tocamos un cuerpo que se entrega en la noche 
como un salto premeditado
para echar la luz a gritar en nueve meses.

Nunca estamos listos para las vainas importantes, amor.”.

Kafda Vergara

.

Barraza

Humedad de amaneceres
sobre poroso piso gris
despierto con el aroma 
a metálico pez moribundo
y un sabor a niño salado
en la Avenida de Los Poetas.

Revivo ahora el escape a la panadería.
Orejas dulces y tostadas me esperan 
en la esquina que todo lo oye.
El Secreto es un oleaje que rompe 
entre Los Masones y El Cuartel
Las orejas saben a un mundo y sus rumores. 

Muerdo los ecos de las profecías nacionales.
Lo perdido entra por la boca y por los oídos.
Daniel Santos le dice adiós a los muchachos
Benny Moré todavía pregunta cómo fue
Ramiro nace en todos los balcones
Juanito Alimaña merodea por ahí
y el loco de la esquina de siempre
sabe que con cédula o sin cédula 
la batida, al igual que el tiempo
se lo llevará.

Abro los ojos y me acaricia el viento
Y con él vuela el olor de mis orejas.
Aúlla ahora la memoria involuntaria
ante los escombros y los muertos
silenciados bajo la Cinta Costera.

Desde entonces 
las orejas me saben a nada
como las dulzuras ajenas.
Olla Común

El pan se remoja en ganas de vivir
el sudor brilla entre huidas y trincheras.
En esta olla común calentamos el vientre
espesamos la sangre de venas cansadas
y el fogón hierve las sales de la tribu.

A este caldo acudimos menguantes
como hijos de una raíz invisible.
Lamemos Las Venas Abiertas
bañadas en lenguas de fuego.
Sorbo a sorbo y golpe a golpe
hermanamos en el café y la piedra.
Changó

Cuando sueña Santa Bárbara
y está llena su copa de oro
El monte celebra.

Huye La Virgen de su cueva
venerada prisionera de la cal
y se desnuda para tomar el sol
que la corona.

Cuando sueña Santa Bárbara
la mujer llama al hombre 
vestido de hacha y de monte.

Bañado en abre-camino
el pueblo prepara festivo
la posesión de los cuerpos.

El tabaco hace el resto.

Yacqueline Ureña Otero

.

Medusas violetas

¿Qué es tu mirada sobre las cenizas del mar?
Una isla en el horizonte bajo la
oscuridad de una tormenta de medusas.

¿Qué son tus ojos de algodón de piedra flotante?
Hormigas sobre el agua devorando peces.

¿Cómo sería tu muerte en los campos de naranjo?
Savia que se desliza por la niebla de arena.

¿Qué son tus manos en el ruido de tus palabras?
Hojas de almendros que abrigan la lluvia
y entristecen el mar.
Escombro de pétalos

Tierra de espuma que olfatea el silencio de una marea de espejos.
Perfume de ira que sopla la cola del volcán extraviado en el hielo.
Un querubín de montaña se arrastra galopando y
el ruido se burla de los caballos
bailando sobre flores
que alumbran los escalones de mármol.
Al final del pasillo, los nances maduros se entierran en el grito del aire
y nacen escombros de pétalos dorados.
Gato de plomo

En un árbol de mango habitado por llaves de cobre
La tórtola custodia sus hojas caídas
Un búho de plumas rojas se posa sobre una roca Sus
garras descansan sobre el rocío
El lobo blanco se despide de un pequeño jaguar
Una nutria duerme bajo la sombra de un flamboyán.
El lagarto con ojos de oruga danza sobre la arena
Mientras un gato de plomo llora cerezos
Mis manos de aguja pescan
luciérnagas que cruzan la mar

Alessandra Monterrey Santiago

.

El árbol de la muerte

Vi el esqueleto de un árbol sostener las llaves perdidas del paraíso,
la frialdad de los soles agitados con el trino del encierro,
mientras una espada ardiendo dirigía el aleteo de las llamas en el bosque.

Cada llave tenía un sonido distinto:
una cantaba como los cardos salpicados por el viento,
otra como el andar de los escarabajos,
otra como un puño de canoas en una isla de coral,
y también las que eran el pálpito de las esponjas,
el graznido de un espejo muerto,
el dulzor de las cenizas.

El árbol de la muerte era sagrado y por eso ardía,
por eso ardía y fuimos bellos porque andábamos descalzos
y mil flores de alheña perfumaron de luz nuestra piel.
Entonces, morí por la verdad.
Lautreamont 

                                                                                 El gato tiene los ojos de vidrio y alhelí.
                                                                                 Marosa di Giorgio


Hoy el gato ha mordido el tallo 
de una dalia perdida en el refrigerador. 

El gato tiene la voz de un piano, 
un llanto ultrasónico,
un ronroneo de garúa,
la insistencia de un niño tirano. 

El gato llora en las noches,
trota en la cama hasta que acaricias su quijada
o le lanzas una almohada. 

¡Guur miau guur miau!

El gato quiere comerse al sol.
Se esconde entre la hierba para un asalto. 
No es que quiera matar a un ruiseñor,
sólo quiere arrancarle una pluma 
y con ella levitar hasta mordisquear la luz. 


Lautre tiene la carita y las patitas pintadas. 
Una madrugada me miró fijamente y me lo contó:
Se tomó el café de los duendes,
y por su travesura le dejaron las manchas por vestido. 

Te gusta tocar piezas de alemanes resentidos,
Lautreamont las detesta y camina por las teclas.  
No hay de otra.
Te prefiere ensayando la música de Satie.
Y yo también. 
La distancia de la luna


                                                                  Fui a cortar la estrella mía / a la azul inmensidad.
                                                                  Rubén Darío


Intento imaginar 
la impresión de mis pasos en el regolito lunar
detallar el humus estéril que abriga las heridas 
de los meteoros más tristes 
en la guerra perenne de navíos feroces. 

Puedo perfectamente alcanzar un refugio 
lanzando una piedra 
o ser la niña que cuenta los escalones para visitar a dios. 

Cuento absolutamente todo
las hormigas que marchan en el jardín
los platos que friego
las estrías rapaces de la madera
las gotas que se deslizan en el espejo
hasta las estrellas que atrapo de noche con mis pestañas. 

Pero hay distancias en donde mis números se ahogan
en ellas son signos chamuscado en los márgenes
y por eso tropiezan contra ríos de yeso fundido
y lagartos de papel otean para cortarme la piel
y alejar los pies de mi cuerpo.

Calcular la distancia me enseñó
a presentir la orina deslizarse entre mis piernas 
si no soy precisa con los minutos
para expulsarme al baño marcado 
mientras calculo -también- la trayectoria 
de aquel que irá al espacio,
del que orbitará la Tierra,
y del que pisará la Luna
en nombre de todos,
perforando con ese arpón bandera
ese suelo
que nunca
podre
pisar.

Jhavier Romero Hernández

.

El Zarpe

Es la mañana.
La marea sube,
arrastramos el bote hasta la orilla.
Subimos el trasmallo, la lona,
el tanque de gas y la estufa.
Joaquín besa en cámara lenta la foto carnet de su esposa
que lleva siempre en la cartera.
Yo todavía llevo pegado el olor de mi mujer dormida.
Su fragancia de nomeolvides
me recuerda cuando clarea la madrugada en Otoque.
El bote empieza a moverse,
al principio lento,
luego tan rápido que tengo la sensación de que volamos.
Mungo maniobra el motor fuera de borda mientras dice un rosario.
En la radio suenan las canciones de Nenito.
Joaquín se pone de cara a la brisa
para secarse los sobacos.
Y de pronto ya no estamos solos,
una manada de botes surge
desde todos los puntos de la orilla.

Ahora salomamos,
gritamos de un bote a otro.
Preguntamos por la salud del hijo o de la madre.
Levantamos la mano para saludar al tío o al sobrino.
Alguien quiere café
o pide un minuto prestado.
Y entonces lo entiendo:
somos un grupo,
un cardumen,
un arrecife coralino,
una bandada de pájaros o manos
cuyo único cielo es el océano.
Día de pesca

                                 El pescador sabe de la tristeza del crepúsculo: fuego enamorado del mar.
                                 Jesús Cos Cause

Cerca de Valladolid¹,
el mar es verde,
como un monte hundido.
Arrojamos el ancla a veinte brazos de la isla.
Damos gracia a los peces
por responder nuestro llamado,
y le pedimos a La Virgen 
nos proteja de los malos vientos.

Echamos el trasmallo, lentamente,
como si pusiéramos un animal herido en el oleaje.
Mungo se acomoda bajo la tolda
y enciende un cigarrillo.
Joaquín y yo vigilamos el trasmallo.
Joaquín lleva un sombrero grande de paja
y los pájaros lo confunden con un nido.
Yo llevo una gorra de “Los Vaqueros del Oeste”²
y el sol del mediodía me da piquetes en la nuca.

Mungo habla de una muela que le duele,
a Joaquín le preocupa
que su niña se resfría mucho,
y yo les cuento de los días
en que fui a rezarle al Naza en Portobelo.

Las horas pasan
y el trasmallo se llena,
es un Arca de Noé de criaturas marinas:
el pargo con su armadura roja,
la cojinúa y su timidez amarilla,
el congo con su casco de espinas,
la sierra y su espada desnuda,
y la mantarraya como una enorme mariposa
atravesando el cielo de los bosques acuáticos.

Mungo enciende el motor
para subir el trasmallo.
Joaquín tira de un lado y yo del otro,
una bandada de pelícanos
vuela en dirección a un comerío.
Mungo le mete cañaña al motor 
y el trasmallo finalmente sube.

El bote se llena de peces que se agitan
como miles de hojas movidas por el viento.
Es la tarde.
El fuego del crepúsculo se enamora del mar.

A lo lejos,
un bote remolca a otro que se quedó varado.
Entonces regresamos todos, juntos:
la manada, los alegres,
la tribu del agua,
los delfines de tierra.

En la orilla, saludan los chiquillos,
mientras juegan con caracoles y cangrejos

1.Islote del Pacífico panameño.
2. Equipo de béisbol de La Chorrera, Panamá. 
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