Denuncias por acoso y abuso sexual en el ámbito cultural venezolano; rudas movilizaciones en Colombia contra los ajustes fiscales y la reacción violenta de su Gobierno; un incremento salarial que sobrepasa la potencia imaginativa del realismo mágico y supone que un trabajador venezolano sobreviva con tres dólares mensuales; nuevas oleadas de Covid; el triunfo de la derecha en Madrid; un cohete chino fuera de control que puso en vilo durante varios días a buena parte del orbe; bombardeos indolentes en Gaza y un triste etcétera. El equipo editorial de Mentekupa sigue estos acontecimientos y reflexiona. A lo largo de los debates, una angustia aparece con intermitencia: ¿cómo hacer para financiar la revista en un contexto de precarización laboral programada?, ¿cómo lograr que sea autosustentable en medio de un bloqueo económico que anula las opciones de monetización y de intercambios comerciales con el exterior?
La respuesta no apunta a asumir el credo buenista del emprendedor, que en el mejor de los escenarios conlleva a mercantilizar y hacer vendible, en este caso, los procesos creativos y técnicos que posibilitan nuestras publicaciones. Pero es insoslayable e ineludible la necesidad de capital para que perdure el proyecto y subsistan las cinco personas que lo echamos adelante; capital con el cual no contamos.
Vuelve al ruedo la idea del arte como privilegio del sifrinaje que puede darse el lujo de no trabajar para dedicar sus días a crear y contemplar lo bello. Sin embargo, la mirada crítica a la constelación histórica de revistas culturales latinoamericanas revela una verdad: separar arte y vida es imposible cuando de rebasar límites estéticos y creativos se trata.
La discusión sobre marcos financieros y de sustentabilidad se ve ahogada por nudos de tensión, negociación, conflicto y mediación. Por un lado, las lógicas del mercado. Por otro, el voluntarismo de la acción que, aunque noble, puede llegar a convertirse en servilismo político, además de ser inviable desde un punto de vista económico.
La cuestión es difícil, porque entrando al detalle del campo cultural venezolano, parece haber solo dos opciones: 1. Depender de la política cultural del Gobierno nacional (con sus consecuencias ético-morales); y 2. Incorporarse al circuito sifrino de la cultura nacional (con sus consecuencias ético-morales).
Hasta los momentos creemos posible forzar la puerta de una tercera salida, toda respuesta al problema financiero debiera pasar por la articulación de creadoras y productoras culturales, individuales y colectivas. Estamos convencidas de que para la mayoría la situación actual se define así: salimos juntas o no salimos.
En general y con sus matices, estas ideas son aplicables a la América toda.