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Kawase hace caligrafía con la cámara, siempre en movimiento. Toma como punto de partida un tema universal como es el duelo por la pérdida de un ser querido: una de las emociones más profundas y sombrías. Lo que conmueve es la sensibilidad tan minuciosa (tan japonesa) con la cual es tratado el tema: su trazo delicado y tembloroso, como corresponde a un cine que filma los movimientos del alma a través de lo sensible.
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Shun vive apesadumbrado por la ausencia de su hermano Kei, desaparecido de forma misteriosa y del cual no se ha sabido nada durante cinco años. Su presente siempre está vacío, marcado por una carencia que lo anula. Pinta un cuadro de su hermano desaparecido, que planea como un fantasma sobre todos sus actos, como una sombra que le impide la alegría. Un vacío que se nos muestra en cada gesto, en cada circunstancia, y que da a la película su tono. El protagonista avanza sin energía por callejuelas y pasillos, que parecen estrecharse a cada paso. A su alrededor, la vida pugna por salir adelante. El impulso vital, representado tanto por su joven amiga Yi como por el nuevo embarazo de la madre, no puede detenerse. Vivimos, como muestra el padre con la caligrafía, en el tránsito entre la oscuridad y la luz.
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El tono sombrío depara una alegría, tan profunda como la tristeza de la que debe surgir. ¿De dónde nos llega esta capacidad de transformarnos? Sin duda, esta inscrita en nuestra alma, pero hay acontecimientos capaces de propiciar el cambio. Uno de los aspectos más destacados de Shara es cómo nos muestra la potencia transformadora de la tradición. Esta es la noticia: la tradición da vida y nos transforma, tanto a través de la caligrafía como del Festival de Basara. Memorable la danza en la que Yi avanza inexorable, impulsada por la fuerza de los antepasados, empapada por la lluvia, para deshacer el nudo. Una energía sanadora canalizada a través de la mujer. Es ella quien tiene un auténtico poder de arraigo, de entrar en comunión con la fuerza de la naturaleza, para captar esa fuerza que proviene de los antepasados. Si hasta ahora hemos visto a Yi como una joven inquieta y dulce, pero algo temerosa, ahora la vemos como una mujer, pletórica de vitalidad. Shun la mira desde la barrera, al principio atónito, para irse empapando poco a poco por su feminidad, bajo la lluvia que los une.
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Esto nos prepara para el alumbramiento, en el cual Reiko, su madre, le dará un hermano. La secuencia del parto, filmada como un documental, es preciosa. El llanto de Shun, al ver a su nuevo hermano, muestra su catarsis, el fluir de las emociones enquistadas. La renovación de la vida cura las heridas, bajo el signo de la continuidad, del triunfo de la maternidad sobre la muerte. Desencadena la liberación de Shun y, con ella, la del espíritu de Kei. La cámara sale de la casa y se aleja por el callejón, donde se eleva. Planea sobre la ciudad de Nara, para mostrarnos el punto de vista del cielo misericordioso. Hemos asistido al milagro de la sanación de una familia. La renovación de la vida, como un acto físico-espiritual de conexión con la tradición y con la naturaleza. Esto convierte a Shara en algo más que una magnífica película. Es un grito de asombro y un acto de conciencia. Lo esencial sigue teniendo sentido para aquellos que mantienen vivo el vínculo con la tradición a través del arte.
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