Silencio vengo a pedir
y no lo negará nadie
viendo en esta ocasión
es lícito e importante.
Pero mientras me lo aprestan
quiero ahora preguntarles
una loa, que parece
cosa nueva y disparate.
¿Cuál es el aquel monstruo fiero
que nació de nobles padres
y parió una madre sola
y de muchas madres nace?…
Lope de Vega
Título de la obra: Silencio vengo a pedir.
Textos: Miguel de Cervantes; Lope de Rueda; Luis Quiñones de Benavente; Luis Vargas Tejada.
Espacio escénico y dirección: Orlando Arocha.
Asistente de dirección: José Manuel Suárez.
Elenco: Jesús Miguel Das Merces, Nathaly Ordaz, Orlando Paredes, Antón Figuera, Abilio Torres, Rafael Carrillo, Margareth Aliendres, Larisa González.
Músicos: Luvin Zabala, David Vásquez.
Vestuario: Raquel Ríos.
Arreglos y dirección musical: Alexander Hudec.
Producción: La Caja de Fósforos.
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En su feed de Instagram (@lacajadfosforos), la sala de teatro La Caja de Fósforos presentó la obra de este modo: “espectáculo inspirado en los cuadros del Bosco y la cultura urbana latinoamericana, que busca poner en contacto el universo literario del Siglo de Oro Español con la cultura latinoamericana”. Con esta pieza la sala, situada en la Concha Acústica de Bello Monte, reabrió sus puertas al público: viernes (6:30 p.m.); sábados y domingos (4:00 p.m). Todo indica que estará en cartelera hasta el domingo 8 de mayo.
Una mujer joven, casada con un anciano celópata, refiere su profundo aburrimiento sexual. Un par de menesterosos que viven en la calle intentan robar comida a otro miserable. Una mujer adúltera coge con todos los del pueblo ante la mirada impotente de su marido. Un estafador arribista corteja a una histérica-histriónica “de bien”. Un hombre se pierde de su lugar y de sí mismo. Un patrón que abusa. Una gente que canta, que ríe, que estafa, que miente, que jode y que goza.
Silencio vengo a pedir logra que lloremos de risa y nos conmuevan las precariedades que encarnan sus personajes; pero también logra identificarnos, conectarnos, hacer de hoy, de nosotros, cómplices y espejos de lo que está en escena. ¿Aún tiene qué decirnos el Siglo de Oro Español? ¿Relación entre el Caribe y la picaresca? La obra quizá responda y muestre cierta continuidad de aquella en la “viveza criolla” que nos hunde, y que también, nos ayuda a sobrevivir.
Orlando Arocha, en la dirección, compone una puesta en escena sin artilugios de sala: músicos, actores, escenografía fija que es (literalmente) paja y puertas, sin mayores variaciones de iluminación, con un vestuario útil tanto para el trajín de ciertos escapes como para esconder amantes y permitir la lucha libre de “cholitas” al mejor estilo del Alto Boliviano. La música enhebrada entre las diversas situaciones (interpretada por los mismos actores) es otra forma de decirnos “de aquí venimos”: del barroco al polo, por ejemplo.
Nada distrae en este compendio de “entremeses”. Nada cansa. Nada aburre. Toda la atención es para el elenco. Todo está dispuesto para que la palabra de los siglos XVI y XVII, interpretada por estos cuerpos, nos hable de asuntos contemporáneos; un castellano antiguo y en perfecta rima que entre galimatías y jerigonzas entendemos cómodamente. Comprendemos lo que está pasando.
El ritmo de los textos, de los versos, se nos presenta a veces con cadencia, a veces con sorna, a veces con encantador malandreo. Y es que esos rostros que cambian de personajes, de pieza, de ritmo, de situación, de registro, de vestuario y maquillaje, que pasan de farsantes a actores y se tuercen hasta rozar lo grotesco, nos traen de nuevo la catarsis del teatro. Nos hacen preguntas y nos ofrecen el desnudo placer de mirar.
Qué alegría encontrar tus letras después de aparecer en mi sueño.