Dos muchachas caminan por Ciudad de México, van pícaras y sonreídas. De pronto, una es sacudida por un hombre que la tropieza, ella sin querer o poder contenerse grita: “¡Coño de la madre!”. Él se disculpa avergonzado y pregunta: “Eres venezolana, ¿verdad?”. La historia continúa y se pone buena, pero no es posible gastar más líneas en este cuento.
La expresión que dio pie al encontronazo es ciertamente muy de Venezuela. Sin embargo, es común en muchas lenguas aludir a la sexualidad de la madre de quien se pretende agraviar. Esto evidencia la perspectiva, judeocristiana quizá, que relaciona a la Madre con lo virginal, ¿la madre de Cristo?, imponiendo sobre ella un velo de paradójica castidad que le arrebata su potencia de goce y cuya oposición simbólica encarna la Puta.
La Mujer fue escindida. Por un lado de la espada cayó la dadora de vida, abnegada, cuidadora, sufrida, incondicional, mutilada de su sexo y sensibilidades carnales. Y por el otro, echó a andar la de apetitos desaforados, promiscua, deseada y deseante, de sexualidad hipersensible y voraz, mutilada de su humanidad afectiva.
No podemos decir que pase igual con el Hombre, según este imaginario permanece íntegro. En su condición de padre nunca se ve privado de su potencia sexual, de hecho, se asocia directamente a ella. Nadie dice, por ejemplo, pipe de tu padre o hijo de puto.
Coño de tu madre, coño de la madre, el coño de su madre, coño de madre, son expresiones que suturan sacrílegamente las dos partes de la Mujer. Por obra y gracia del lenguaje la Madre recupera su coño, es decir, su sexo, y con ella toda su posibilidad de goce. Eso es lo que ofende.
Luego, como sucede con casi todas las expresiones injuriosas, el habla común logra asignarles cualidades polivalentes y terminan siendo usadas también para nombrar a un amigo cercano, vamos a esperar a ese coño’e madre; para referir a un lugar distante, eso queda en el coño de su madre; para denotar sorpresa, ¡coño de la madre, me asustaste!; y así, en otros usos que nada tienen que ver con el insulto.