No tengo idea sobre qué escribir. Esa es la verdad. La semana que viene debo entregar columna y no se me ocurre ningún tema. Nada me interesa. Me paso toda la mañana sentado en la mesa del comedor con la laptop (una Chromebook por la que siento emociones ambivalentes) encendida y la hoja de Word en blanco, mirando a través del ventanal de la sala el anuncio pegado en la fachada del feo edificio de enfrente. “Si tú lo ves, tu audiencia lo ve”, dice. Y parece que la audiencia, la del cartel publicitario, no lo ve, porque desde que vivo aquí, ya hace siete años, no he visto nada anunciado en él.
Ese cartel y yo nos parecemos. No movemos un dedo para revertir el curso de los acontecimientos. Nos sienta bien el anonimato. Jugamos el irónico juego de desaparecer aun antes de haber aparecido. Él pegado a esa fea pared de ladrillos y yo sentado sin hacer otra cosa que ver por el ventanal, pero sin ver nada en realidad.
No es verdad que pase toda la mañana sentado frente a mi Chromebook. También, de vez en cuando, como ya les he dicho en otra oportunidad, me asomo a la ventana atraído por el melancólico llamado del vacío y por la imponderable necesidad de alejarme de mi realidad asomándome a otras realidades. Pero a veces el tiro sale por la culata y esas realidades ajenas funcionan como un búmeran que se revierte contra uno. Como ahora que observo a una anciana hurgando en el contenedor amarillo. Se ha hecho con una rama seca que introduce en la obertura redonda y que luego saca con una garrafa plástica de dos litros de agua colgando de ella. Y es aquí cuando mi viaje a otras realidades se trunca. Porque esa extracción azarosa es una metáfora asombrosamente precisa de la escritura. De eso se trata escribir, de escarbar en la basura y de sacar de allí la materia prima de nuestros sueños y pesadillas. Y, sin embargo, aquí estoy, asomado en la ventana en lugar de estar escarbando metafísicamente en mi basura.
Como si este fracasado intento de evasión no fuera suficiente, un poco más tarde observo un perro cruzar la carretera sin mirar a los lados. Los perros no miran a los lados cuando cruzan una carretera. En una carretera los coches no suelen frenar cuando cruza un perro. Un coche es una construcción de metal que no obedece a leyes naturales. A los perros les aterran los coches, pero no suelen percatarse de ellos. Un perro y un coche están unidos por un hilo muy fino que se rompe en el aire. La carretera es una línea abstracta que se mueve hacia adelante. Nunca se detiene. Tiene la perseverancia del asfalto. Los perros no lo saben. Los coches lo intuyen. No veo nada. O veo el vacío. El drama ya ha ocurrido. Las flores han volado. Tiemblan en el aire. Los pétalos sonríen. Desde el cielo la vista es amistosa. El mundo ha desaparecido. Lo que veo es una farsa. Solían gustarme las farsas. Ya no. Son volátiles y libidinosas.
En fin, mejor no intentar un nuevo escape. Está claro que la mañana no va a poner de su parte y que yo me estoy poniendo insufriblemente poético. Regreso, derrotado, a sentarme frente a mi Chromebook. Me pongo a curucutear el móvil. Veo que tengo un montón de aplicaciones y que la mayoría no las uso. Mis ojos se detienen en el calendario. Hoy es 19 de julio. Entonces, una revelación: las efemérides. ¡Claro! Cómo es que no he pensado en las efemérides. Las efemérides lo resuelven todo. Son el punto de apoyo de un escritor, el archivo del que sacar historias. Aparte de ser el cumpleaños de mi amadísima Rosa Inés, efeméride de efemérides, non plus ultra de las efemérides, ¿qué otro acontecimiento importante ocurrió en esta fecha? Veamos. Así de entrada, en un primer vistazo, me topo con el año 64. El 19 de julio comenzó en Roma, como si se tratase de un acto protocolar, el “gran incendio”. Esto pinta bien. Los incendios son muy literarios y si ocurren en Roma en plena decadencia del imperio, aún más. Sin embargo, hay una pega: me aburre a muerte la literatura histórica. Preferiría mil veces caminar por Madrid en verano a 42 grados a la sombra embutido en vestimenta de alta montaña, antes que ponerme a escribir una vaina histórica. Qué va.
Sigamos. Veamos el rubro de los nacimientos. Al parecer el 19 de julio no fue un buen día para la literatura. Apenas un puñado de escritores nació ese día. Escritores que, sin contar a Sarraute y Cronin, a quienes no he leído y a quienes seguramente nunca leeré, solo conocen en su círculo más íntimo, escritores fantasmas. Como yo. Vaya, he logrado deprimirme aún más de lo que ya estaba. Y luego, por supuesto, otra pega: la biografía. Escribir sobre la vida de una personalidad puede ser aún más pesado, trabajoso y deprimente que hacer literatura histórica. Con las muertes de los famosos y no tan famosos pasa exactamente lo mismo, a pesar de que la muerte, por su dramatismo, por su naturaleza irrevocable, es una veta inagotable para la literatura.
Lo de las efemérides ha resultado un espejismo. He visto allí cosas que no había. ¿Por qué tiene que ser todo tan trabajoso? Si la literatura no es un juego, entonces no me interesa. Ya trabajo yo lo suficiente. Cuando regreso a casa y me siento frente a mi Chromebook lo que quiero es divertirme, partirme el cráneo contra las teclas y dejar que las imágenes surjan de ese oscuro pozo sin fondo y se dispersen en el aire y, con un poco de suerte, alcancen otro cerebro donde anidar. Lo que quiero es que la imaginación me desborde y que la realidad recule acobardada.
Entonces, otra revelación: no son las efemérides. Soy yo. Porque las cosas no tienen vida propia. Es el uso que hacemos de ellas el que le otorga su carácter. Las efemérides solo son datos, información. Pero la imaginación, libre de ataduras racionales, puede insuflarle vida a ese cúmulo de fechas y hechos mortecinos. Por ejemplo, podría empezar diciendo que el escritor Heinrich Christian Boie, luego de una enfebrecida noche de escritura, quedose dormido sobre la mesa de trabajo. La mano que sostenía la pluma se arrastró lánguida hasta golpear el candil que sostenía la vela encendida. La vela cayó sobre el manuscrito recién emborronado y este se prendió en fueg… Pero no. Dejémoslo hasta aquí. Esperemos una mejor oportunidad para abrir las trancas de la imaginación. Ahora tengo hambre y, para ser honesto, un poco de sueño también. Nada como una buena comida y una buena siesta para activar los resortes de la mente.