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Vi Stalker, por primera vez, el día de mi 20º cumpleaños, rodeado de mis compañeros del Centre d’Estudis Cinematogràfics de Catalunya. Me impresionó tanto que, al salir, me fui caminando hasta el puerto, casi flotando, tratando de asimilar lo que acababa de ver. Stalker significó la posibilidad de un cine orientado hacia el plano imaginal, en el cual las imágenes se acercasen tanto a las sensaciones, a las emociones (pero no a los sentimientos) y a los pensamientos (pero no a las ideas) que se hicieran capaces de dar cabida a los movimientos y a los anhelos más recónditos del alma. Todavía no la he asimilado. Recuerdo que pensé (más bien sentí, o deseé) que, si alguna vez hacía cine, sería en esta dirección. Pero no se trata del cine, sino de la vida. Stalker es clave en la afirmación de dicha dimensión imaginal, que luego encontré en la conjunción entre la poesía y el islam. Me refiero al campo de la imaginación creadora, explorado por CG Jung y que, siguiendo el hilo de Corbin, nos lleva hasta el sufismo. Stalker es pues en mi vida mucho más que una película. O, mejor, es el impacto del cine en su esencia y en su capacidad más poderosa: la de cruzar todos los filtros mentales y penetrar en el ámbito dónde irradia el corazón, el mismo centro de nuestro ser, para provocar una apertura. La única respuesta es una emoción, pero no una cualquiera. Es la apertura del ojo del corazón de lo que aquí se trata.
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Estamos ante una película intelectualmente compleja, pero que pide ser vista como un viaje visionario. En una primera visión, nos obliga a entrar en ella a través de lo sensible, a penetrar visualmente en esa zona en la cual nuestra percepción normal no alcanza a comprender. Nos pide que nos dejemos fascinar y llevar por la belleza y la cadencia de unas imágenes que en ocasiones parecen salidas de un sueño o de una alucinación. Es sorprendente la capacidad de Tarkovski para transformar un paisaje cualquiera en un paisaje visionario. Se mueve en el plano de la imaginación creadora, desde el cual su cine se genera. Sobre él dijo Ingmar Bergman: “es el más grande, por haber inventado un nuevo lenguaje”.
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Stalker es el guía que introduce al Escritor y al Profesor en la Zona. El viaje está marcado por la tensión entre ambos personajes, como dos polos de la conciencia en busca de su centro. ¿Qué es la Zona? El ámbito de la sensibilidad espiritual. La vida sensible como la vida real, en la cual estamos totalmente sumergidos. Es un estrato más profundo de la existencia, donde no rigen las normas (incluidas las leyes físicas) que funcionan en el plano de la conciencia diurna. Cuando el hombre moderno se sumerge en lo sensible se siente perdido. Pierde sus referentes y no sabe ya como debe comportarse. No sabe orientarse ni encuentra su camino. El Stalker sabe moverse en lo sensible: tiene despierta su sensibilidad para con las cosas, de modo que capta sensaciones y atisba peligros que a los otros se les pasan por alto. Se mueve a flor de piel, con sumo cuidado. Pero para él la Zona no deja de ser un terreno ignoto, cuyos secretos últimos se le escapan. No es un experto que domine el asunto, sino un hombre extremadamente sensible que se pone al servicio de los otros. Gracias a ello consigue llevarlos hasta el centro: el lugar donde se realizan los deseos. Es aquí donde los hombres podrían liberarse de la tiranía de la conciencia, representada por el Estado policial que trata de impedir el acceso a la Zona.
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Pero, ¿queremos realmente conocernos? ¿queremos saber cuál es nuestro más íntimo deseo? ¿queremos realizarlo? ¿y si lo que a la postre desea nuestro corazón fuese contrario a lo que creemos desear? ¿y si lo que realmente somos es muy diferente de la idea que tenemos de nosotros mismos? Los hombres se confunden: piensan que si penetran en ese centro inaccesible, podrán lograr lo que deseen. Y eso es cierto, pero solo en parte. Pues no se realizará aquello que su conciencia diurna cree que desea, sino lo que su ser más íntimo desea. Y eso es peligroso: los pone ante un umbral al cual solo cabe confiase. Una entrega al ser que nos compromete de por vida.
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Llegados a este punto el escritor y el científico, que hasta entonces han sido rivales, se entienden. Ambos están del lado de la conciencia: tienen un papel asignado, una mentalidad asumida y unos criterios a los que deben atenerse. Son criterios elevados, que se les presentan como incuestionables. Para ellos la Zona está supeditada a los criterios que emanan del mundo al que pertenecen y con los que se identifican. El personaje del escritor es el más complejo: no deja de mostrar su crisis creativa, la zozobra en la que vive. La razón parece obvia: si el arte pierde su sentido trascendente se convierte en la expresión del ego del artista. El escritor es consciente de la situación en la que vive. Pero es incapaz de comprender, pues permanece encerrado en sí mismo, preso de esa misma egolatría que lo ha convertido en escritor.
Llegados al umbral, tienen miedo a descubrir lo que desean. El Stalker no es una excepción. El caso del Puerco Espín, su maestro, planea como una sombra sobre él. La historia se nos va contando a retazos. Durante años condujo a otros a la Zona, sin entrar él mismo en el cuarto donde se realizan los deseos. En uno de estos viajes murió su hermano, al que amaba. Esa es la razón por la que decidió entrar en el cuarto, convencido de que lo que más deseaba era la vida de su hermano. Pero al cabo de unos días se hizo millonario milagrosamente. El cumplimiento de ese deseo inconsciente le reveló de forma descarnada su verdadera naturaleza. No pudiendo soportarlo, se suicidó.
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Es entonces cuando el científico comprende que la Zona es inofensiva: nadie podrá usarla en su provecho para realzar sus deseos conscientes de dominio, de afán de lucro, de destrucción… Pues en verdad nadie conoce sus más íntimos deseos. Podemos llegar al umbral, podemos asomarnos al misterio de nosotros mismos. Pero no podemos traspasarlo. Un velo protector nos previene a hacerlo. La fractura en la que vivimos no es necesariamente un mal, sino el fruto de un impedimento que emana de una sabiduría sobrehumana. El velo protector es el silencio cósmico que nos precede y lo traspasa todo: un abismo entre la verdad y la palabra, entre la imagen y la cosa en sí, entre la conciencia y el deseo.
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Pero, ¿porque esta dificultad de traspasar los velos y acceder a lo más auténtico de nosotros mismos? Lo dice Stalker: los intelectuales tienen el órgano de la fe atrofiado. En caso contrario sabrían lo que su corazón anhela. Falla la fe: es decir, la confianza en la realidad desnuda, en la inocencia de la vida como tal, en el propio ser. ¿Y que decir del propio Stalker? ¿Acaso él mismo tiene fe? Sin duda tiene una conexión sensible con la Zona. Se ha quitado la coraza y vive a flor de piel, haciéndose dolorosamente vulnerable. Por eso sufre más que nadie. Él sabe hacia donde guía a la gente, pero él mismo tampoco puede dar el salto. Podríamos considerarlo como una especie de bodhisattva, que puede liberarse pero se sacrifica para liberar a los otros. Con la frustración de ver que estos, a la postre, no desean la liberación. Pero esa sería una visión piadosa. Cuando, tras el regreso de la Zona, su mujer le pregunta porque no la lleva a ella, él le contesta: ¿y si no logras nada? De modo que a él también le falta esa fe que reclama de los otros.
Así acaba el viaje: en la conciencia de esta contradicción. Pero Stalker no termina ahí. La secuencia final, tras en retorno de la Zona, ofrece una conclusión distinta, en la cual las protagonistas son mujeres: la mujer y la hija del Stalker. El plano final lo cambia todo, a modo de revelación del poder que emana de una vida nacida de la cercanía con la Zona. No podemos entrar en su última cámara, pues ésta está en nosotros. Es un poder de traspasar las leyes de la física y entrar en lo inefable.
Siempre la quise ver. Ahora que puedo lo haré. Hermosa descripción que despierta mi interés
Gracias ❤️