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Esta pequeña película china se nos presenta como una reflexión en torno a un viejo sueño cinematográfico: realizar una película en la cual la cámara ocupe el lugar de la mirada del protagonista, al que otros personajes se dirigen y al cual solo podríamos ver reflejado en un espejo. En Suzhou River esto no es un mero truco. Su protagonista ve el mundo a través de la cámara, que es como verlo a través del cine. No es exactamente un voyeur, pero no deja de verlo todo como posible escenario para una película. Es un cinéfilo. Se pasea por el mundo como si fuera una pantalla.


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Cualquier suceso puede ser filmado. Basta añadir una pequeña historia para que se dispare la imaginación. Mientras capta las imágenes, la imaginación las liga en una narración a través de la cual se expresan sus deseos. Lo que surge, como era de esperar, es una historia de amor. Es decir, la proyección de necesidades inconscientes. Esto es algo fascinante, que pide ser filmado. El ojo del corazón se encuentra con los ojos del rostro. La cámara los une y ya tenemos la base para una película. Un fragmento de vida captada en torno al río: un depósito de inmundicias, cuyo aspecto sombrío invita a la tragedia. Donde aparecen los sentimientos aparecen las sombras. La imaginación no puede contenerse, pues la realidad no la complace. El vacío que se abre entre la realidad y el deseo provoca fantasías. El mundo se desestabiliza. En esta encrucijada la imaginación se abre a nuevas dimensiones. Lo extraordinario se cruza con la vida. El cine es algo más que un testigo mudo. Lo cual propicia la confusión entre la realidad y la ficción; o entre lo físico y lo psíquico. La imaginación carece de límites, tiene el poder de transformarlo todo. Pero, ¿en qué medida incide sobre el mundo? ¿puede alterar el curso de las cosas? Más bien, podría llevar a confundirnos y a perdernos, incapacitándonos para ver las cosas como son: tal y como la cámara las muestra. La causa es el deseo, el cual es incontrolable. Pero nunca se sabe: tal vez ese deseo nos abra a lo real de un modo más certero, a pesar de las turbulencias y de las confusiones que provoca. Sin deseo las cosas no llegan a mostrarse y nos quedamos con su superficie.


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Como vemos, Suzhou river tiene mucho de juego, lo cual le permite soñar con un final feliz. Pero, ¿es esta la opción más poderosa? La tragedia reclama sus víctimas, sus exorcismos, sus catarsis: “el amor es una ciudad oscura, las lágrimas son cálidas y los sentimientos fríos”, canta Meimei. No importa entonces si todo es un engaño. No importa si el tatuaje es de quita y pon, si July es Madeleine o Meimei es Moudan, o si Moudan es Madeleine, cómo la música parece sugerir. ¿Qué es un final feliz cuando presentimos que la felicidad de unos es la desgracia de los otros? Tal vez por eso se impone la tragedia. No podía ser de otra manera si su protagonista está obsesionado por la imagen. Sea como sea, mejor bajo la lluvia y por la noche. Con la cámara en mano, a flor de piel, como un presentimiento de las potencialidades ocultas del rostro que se escapa para retener el tiempo junto a sí. Pero la imagen, al final, se desvanece y solo queda la memoria.

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