A todos nos emociona cuando se encuentran varias de nuestras pasiones, por eso no dudé en compartir –sin haberla visto– The English Game, la serie que estrenó Netflix a finales de marzo. Incluso se la envié directamente a algunos amigos que, además de ser apasionados del fútbol y del cine en igual medida, también tienen una interpretación del mundo a la izquierda de los sentidos comunes.
La serie quiere contar cuando los obreros del norte de Inglaterra obligaron a que el futbol saliera de su claustro aristocrático para empezar a convertirse en el deporte masivo que conocemos hoy en día. Fergus Suter es el arquetipo fundacional del futbolista asalariado, que viniendo de la pobreza más baja utiliza su habilidad para paliar su precaria situación y solo piensa en ayudar a su familia. Mientras que Arthur Kinnaird es la síntesis más acabada del encuentro entre la burguesía y la nobleza inglesa, una unión que tardó un par de siglos en consolidarse. ¿Qué une a estos dos hombres? La pasión por el balón y la cancha.
A lo largo de seis capítulos Suter y Kinnaird personifican un conflicto social que enfrenta en el campo a los obreros de las fábricas con los sucesores de los ricos ingleses. En una época donde aún no existía el jugador profesional, el fútbol se encontraba restringido primero a los jóvenes estudiantes de las caras academias londinenses, aunque luego van entrando en los torneos los equipos organizados por los dueños de las fábricas en el norte del país, quienes formaron grupos entre sus trabajadores. Mientras unos llegaban a la cancha bien alimentados y descansados, los otros tenían que terminar jornadas de hasta doce horas y seis días para desplazarse en tren y llegar temprano a los torneos.
La serie se desarrolla en 1879 e inicia con la llegada de Fergus Suter y James Love a Lancashire para formar parte del equipo de Darwen. El dueño de una pequeña fábrica lanera los contrata por sus reconocidas habilidades en el fútbol, aunque trabajan allí, en realidad se les paga casi exclusivamente por jugar, convirtiéndose en los primeros jugadores profesionales del fútbol, lo que les traerá varios conflictos con sus compañeros de equipo.
En ese momento se juegan los cuartos de final de la Copa de la Football Association y gracias a la presencia de los nuevos talentos Darwen logra empatar con el Old Etonians, el equipo dirigido por Kinnaird, compuesto por caballeros, banqueros y empresarios.
En el capítulo siguiente los creadores de la serie intentan darle el contexto social a la ficción, siendo el único episodio donde cumplen plenamente lo que ofrecen: la lucha de clases a mediados del siglo XIX disputándose en la cancha. Durante sesenta minutos se despliegan en la pantalla los conflictos laborales, la complicidad explotadora en el gremio, la reducción de salarios, la huelga, la decisión de no jugar mientras dure el paro, la negociación fallida entre los obreros y los burgueses, los disturbios consecuentes, y la ambivalencia de Suter respecto a la lucha de sus compañeros de clase. En un episodio Julian Fellowes –productor y guionista– dispara todos los cartuchos que hacían de la serie una propuesta interesante.
Todo podría haber terminado ahí –como diría Don Pinarello– pero no, le falta dos tercios a la serie. ¿Qué viene? Todos los dramas personales posibles: A Suter le ofrecen más dinero por cambiarse de equipo, acepta el trato para salvar a su madre y hermanas del padre golpeador y borracho, se enamora de una joven agitadora, esta trabajadora tiene una hija bastarda con un empresario textil, el empresario le cuenta a la esposa, la esposa dirige una casa de beneficencia y ayuda a la madre del hijo de su marido en un acto de caridad. Por otro lado, Arthur Kinnaird es un banquero de buen corazón, el papá es un banquero de mal corazón, su esposa no puede tener hijos, se pelea con sus colegas porque quieren impedir que participen los obreros en su deporte, hasta que logra convencerlos apelando a un discurso altruista y la amenaza de formar una nueva liga. En definitiva, las subtramas que permitirían desarrollar la relación entre el conflicto de clases y el fútbol se tragan toda la serie y la convierten en un culebrón para ver a la una de la tarde.
¿De quién es la culpa de esta decepción? Del espectador poco informado y un tráiler engañoso. Julian Followes es el creador de un drama ambientado en los comienzos del siglo XX que duró seis temporadas en 52 episodios. El eje de Dowton Abbey es la familia Crawley, unos aristócratas de Yorkshire que viven en el castillo que da nombre a la telenovela. El drama se desata cuando la titularidad de las propiedades se ve afectada a partir de la muerte de los dos herederos, quienes viajaban a bordo del Titanic. The English Game es una especie de spin off algo más sucio, por aquello de los obreros bebiendo en bares y levantando antorchas –solo durante el primer tercio–. Followes desperdicia la oportunidad de hacer una obra social de época prefiriendo continuar su camino y repitiendo un drama histórico desequilibrado, que no satisface a quienes están interesados en la historia de la lucha de clases ni a los amantes del fútbol.
En cualquier caso ese no es el único problema, sino el entusiasmo acrítico con el cual algunos portales de izquierda celebraron la aparición de la serie y sobre los cuales puedo descargar parte de la responsabilidad cuando tenga que disculparme con quienes la recomendé. En el izquierdadiario la catalogaron como “una muy buena propuesta para maratonear en cuarentena”, y como no quiero juzgar los criterios cinematográficos del articulista, solo me queda pensar que la izquierda está tan carente de productos culturales masivos que termina por rezarle a cualquier santo.