Como en la vida misma, en el cine también cierran y abren ciclos. The Irishman puso la tapa del frasco en el cine de gánsteres, un género que nació al calor de la prohibición con clásicos como Scarface de Howard Hawks y The Public Enemy de William A. Wellman. Se trató, sin dudas, de un cierre honorable para cien años de películas que marcaron una dimensión de la experiencia estética cinematográfica. Por supuesto, el cierre de un tipo de filmes no supone necesariamente que nunca más veamos producciones sobre las mean streets, prueba de ello es Peaky Blinders que sigue escalando en calidad temporada tras temporada.
Una renovación del género llama a que los directores más jóvenes y las generaciones intermedias asuman las riendas. Fue lo primero que pensé al terminar de ver The Gentlemen, la nueva película de Guy Ritchie, estrenada en estos días en Netflix; hay vida después de Scorsese. Tras una serie de fracasos, algunos bochornosos como Aladdin, el director británico retoma la esencia frenética de sus primeras dos películas, recuperando la marca personal que lo catapultó por primera vez. Por supuesto que, por eso mismo, no se trata de la aparición de algo completamente nuevo, pero en este contexto post Irishman sí deja la sensación de que hay una marca definitiva que, esperemos, llegue para quedarse.
Sin el ritmo completamente delirante de Snatch y Lock, Stock and Two Smoking Barrels esta nueva película de Ritchie deja ver un cineasta que ha madurado bien, haciendo hincapié en una estructura narrativa que juega abiertamente con el espectador. De hecho, literalmente, el personaje que conduce la trama nos invita a jugar en los primeros minutos de reproducción. Entonces, ¿de qué va la peli? Pues, de matones grandes y matones pequeños que negocian el cambio de manos en el control de negocio de la marihuana en las islas británicas, ¿qué podría salir mal? Todo.
Michael Pearson se quiere retirar joven, para disfrutar de la esposa a quien idolatra y criar a unos hijos que aún no ha tenido. Está en el esplendor de su carrera en el mundo del narcotráfico y ante la inminente legalización que se ve venir, quiere entregar lo que con mucho esfuerzo ha logrado construir. Para eso contacta a Matthew Berger, otro magnate gringo que desea invertir en este lucrativo ramo de la horticultura. Las cosas se van a complicar gracias a la aparición de un mafioso chino Dry Eye, empeñado en forzar los cambios generacionales dentro del crimen organizado.
En el desarrollo de la trama irán apareciendo otros personajes: Raymond Smith, la mano derecha de Mickey Pearson; Lord George, el jefe de Dry Eye; los youtubers “The Toddlers”, que se graban cometiendo pequeños delitos; Rosalind, la esposa de Pearsons; The Coach, el entrenador de los youtubers peleones; Phuc, el guardaespaldas de Dry Eye cuyo nombre protagoniza el momento con mayor “humor Ritchie” de la película; Big Dave, el editor de un diario amarillista empeñado en hundir a Mickey; y, por supuesto, Fletcher, un investigador privado contratado por Big Dave, quien guiará la narración de toda la trama.
Hugh Grant, que encarna a Fletcher, realiza una de las actuaciones más destacadas de la película. Aparece en la primera escena para explicar a Raymond los detalles de su investigación siguiendo a Mickey Pearson, exigirle que le paguen para no hundirlo y venderle el guion. ¿Cuál? El de esta misma película. A través del diálogo entre el investigador codicioso y el “caporegime” de Mickey se despliega el elemento metacinematográfico que busca jugar con los espectadores entre las posibilidades narrativas de la ficción dentro de la ficción.
Otro de los elementos secundarios potentes es el contexto que permite el desarrollo del negocio de Pearson y gracias a lo cual produce marihuana masivamente sin ser descubierto. Resulta que la aristocracia inglesa en decadencia, incapaz de mantener sus castillos y estilo de vida, recurre a este magnate de la droga, que ha sabido hacerse un lugar entre los ricos, para que los ayude en su tragedia. Para mantenerse a flote, lores y ladies permiten que Mickey se instale en las hectáreas de tierra que rodean sus castillos y que establezca sus huertos. Con esta situación, Ritchie introduce una sátira política directa sin extenderla en la trama ni perder el ritmo que viene desarrollando, centrado en los enredos que produce la interacción entre los diversos mafiosos.
Si algo destaca en The Gentlemen es la estilización clásica de los personajes a través de la elegancia en el vestuario y las marcadas diferencias entre los grupos de personajes, visibilizadas empleando este recurso. Basta detallar el grupo de matones juveniles a cargo de Coach, con sus chándales a rayas. Este elemento tradicional, en el que destaca también la finura de Raymond, interpretado por Charlie Hunnam, se mezcla perfectamente con aquellos puntos en los que Ritchie puede romper con sus antecesores, al agregar una mayor fuerza a los personajes femeninos, con Rosalind a la cabeza, quien dirige un taller mecánico exclusivo para mujeres, o con algo impensable antes, las continuas “puntas” sexuales de Fletcher a Raymond a lo largo de las escenas juntos.
El plano contrapicado desde el maletero enseñando a Coach y Raymond permite confirmar lo que algunos críticos ya decían desde sus primeras películas; Guy Ritchie es una combinación original entre Scorsese y Tarantino, sazonada con el tempo de Danny Boyle. Un hijo pródigo de los 90 que sirve perfectamente de bisagra para los cambios de siglo. ¿Qué vemos en ese plano? Los personajes, cuya construcción con ciertos códigos morales, evidente cuando McConaughey –dando voz a Mickey– interpela a Lord George, o la resistencia Colin Farrell –en el papel de Coach– para continuar haciendo trabajos sucios, recuerda al trabajo recurrente de Scorsese. Por supuesto, el plano en sí mismo y el diálogo sobre Phuc que, junto a la estructura narrativa no lineal, es puro Tarantino.
A fin de cuentas, el inicio de una nueva etapa en el cine de gánsteres no requiere originalidad total, sino la capacidad para introducir nuevos elementos en el género acordes a este tiempo. Más allá del propio Ritchie y lo que haga a partir de ahora –podría volver con un bodrio, o peor, Aladdin 2– The Gentlemen servirá como un referente para nuevas y nuevos realizadores que seleccionen un tema que no desaparecerá de manera definitiva de la gran pantalla, al menos no por ahora.