En enero llegué a los Estados Unidos y, obviamente, una de las primeras cosas que quería hacer era ir al cine y ver una película en formato IMAX, o en IMAX Digital que no es lo mismo, como aclaró mi estimado Sebastián Cova cuando le conté en una conversación que tuvimos días pasados.
Así, buscando una sala para ver alguna película supe que iban a pasar The Godfather, por el 50 aniversario de su estreno en cines (el 14 de marzo de 1972). No dudé y enseguida compré la entrada; no me arrepiento de haberlo hecho. La película no tiene ningún elemento extra, es la misma historia, no tiene escenas nuevas o algún contenido que ya no se haya visto ante. Lo que sí tiene es la experiencia de verla en pantalla grande. Tiene esa sensación de ir a un estreno, aunque fuese de una película “repetida”. Pero, realmente, si lo analizamos un poco, ¿es lo mismo verla en la televisión de la casa que en el cine?, ¿verla por primera vez en el cine es «repetirla»? Yo creo que no, y no es por un tema del tamaño de la pantalla solamente.
En la sala de cine se establece una experiencia personal particular con la historia que el director y todo el equipo involucrado te cuentan. Por supuesto, en ese espacio la cuestión se torna mucho más íntima, te vuelves parte de lo que se narra, y de una u otra manera también construyes una nueva narrativa; tu visión del universo en el que te has involucrado.
The Godfather es una tragedia shakespearena en la que un rey mafioso abdica en favor del príncipe que se suponía iba dirigir el negocio familiar hacia formas más íntegras y legales. Porque si lo analizamos muy bien, y observamos a los personajes de Santino, Michael y Fredo, es difícil no darse cuenta de que Sonny es el que tiene todo para ser el próximo líder de la familia, él es quien va a llevar las riendas de todos los negocios de los Corleone y el que va a seguir de una u otra manera el camino de lo que Vito –su padre– fue construyendo a lo largo de sus años como Don. Sin embargo, con la muerte de Sonny, Michael es la esperanza de un “nuevo rumbo”. Ese nuevo rumbo, prometido por Don Vito al principio –tener un Corleone en la Casa Blanca–, se va desmoronando a medida que avanza la película y nos damos cuenta de que por más que lo intentan y por más que Michael evita meterse en el negocio familiar, su destino está sellado.
Michael Corleone se convierte no solo en el Don, sino también, como personaje, se le nota mucho más convencido, comprometido y hasta cierto punto implacable ante cualquier cosa que atente contra la estabilidad de la familia. Esta transformación se sella en la secuencia del bautizo, cuando todos los líderes de las demás familias son asesinados, y durante la escena final, cuando vemos a través de los ojos de Kay cómo Michael se convirtió en aquello que negó en el matrimonio de su hermana, al principio de la película.
Hablar de El Padrino o The Godfather es hablar de uno de los clásicos del cine por antonomasia. Es una historia que va más allá de la mafia o peleas entre bandas del crimen organizado. Es un relato de padre-hijo, sucesión, lo inevitable, la venganza y, sobre todo, mantener el honor de la familia intacto.
Ver esta película es la tarea obligada que tiene cualquier persona que se considere amante del cine o cinéfilo, y si tiene la oportunidad de verla en la pantalla más grande que pueda, o en una sala de cine, mejor.