He perdido la cuenta de las veces en las que me he encontrado con películas de personajes que hablan y hablan, pero la sensación es de estar estancado. Estas son historias donde el diálogo es un sinsentido, donde el guionista da información que no va a ningún lado y que no le sirve al espectador para entender cosas que no está viendo, pero que están ahí. Por supuesto, esto no sucede con The Trial of the Chicago 7.
Esta es una película basada en el juicio de siete hombres –en realidad ocho, pero eso lo verán en la película– que fueron detenidos por las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam que se dieron en 1968 durante la Convención del Partido Demócrata en Chicago, Illinois.
Escribe y dirige Aaron Sorkin, por lo que desde el principio hay cierta idea de cómo se va a contar la historia. Es decir, tenemos un guion cargado de mucho diálogo y, en este sentido, Sorkin es maestro en la materia. Es el hombre que dice que los personajes no son personas, aunque lo parezcan, y que repite hasta la saciedad que nosotros no hablamos en diálogo, haciendo de esto una especie de regla que lo ayuda a configurar lo que son sus relatos.
Las personas no hablan en diálogo; los personajes, sí
Cuando se va a escribir un guion hay que tener varias cosas claras. Una es la estructura de la historia; otra son los personajes, cuáles son sus intenciones y también los obstáculos que se les presentan, cómo hablan y, por supuesto, el universo al que pertenecen estos personajes. Esto último es muy importante dentro de la escritura del guion, porque para poder saber cómo hablan los personajes se debe entender que el universo en el que está la historia tiene sus limitaciones y que la forma en la que hablan nuestros personajes está muy ligada a este.
Por esta razón, la frase sorkiniana que dice “solo los personajes hablan en diálogos” cobra mayor sentido. Porque cuando el personaje de una película es empujado a decir cosas que no tienen nada que ver con lo que se está viendo en pantalla, el público se pierde y no logra conectar con lo que se está contando. Y esto es así porque los diálogos deben ser información que complementan el relato, no verborrea.
En The Trial of the Chicago 7 las acciones y los diálogos orbitan a través del juicio, pero también a lo que llevó en primer lugar a la detención. Y aunque hay momentos en los que Aaron Sorkin hace uso de su herramienta del diálogo de malentendido para dar descanso y mostrarnos el carácter de los personajes, nunca abandona el universo de la historia. Lo que hace que la narración sea fluida.
Pero esta fluidez es también gracias al poder interpretativo de los actores, con un Sacha Baron Cohen en el papel de Abbie Hoffman, uno de los acusados, que sin lugar a dudas es digno de una nominación. Pero no es el único: Jeremy Strong, Mark Rylance, Eddie Redmayne y el gran Frank Langella, en el papel de Julius Hoffman, en esta película son máquinas de la actuación. Y no es para menos, porque si no es por la forma en la que estos actores, a través de sus acciones y sobre todo de los diálogos, interpretan a estos personajes, la película se viene abajo.En este sentido, The Trial of the Chicago 7 me recuerda un poco a Spotlight, otra película en la que el peso interpretativo de los personajes y el diálogo era fundamental para el relato, más allá de la búsqueda de una simbiosis entre el guion y la narración en imágenes. Quizá el gran punto débil de la película es que no hay una gran experimentación cinematográfica o revolución visual, pero es que tampoco la historia lo exige, y está bien. La temporada de premios tiene una candidata, veamos quién se suma.