Hay imágenes que por tan originales se reproducen a modo con medios e impresiones propias hasta renunciar a la primera imagen y su lenguaje, a fin de precisar sus propias intenciones. Perdí la cuenta de las fotografías donde una mujer y un espejo juegan a las transparencias con la orilla de la playa; veo todas originales, pero tan distintas en su lenguaje que, en palabras de Walter Benjamin (2001: 61), cada una se comunica a sí misma […] en sí misma. Hay imágenes que por tan originales son abono de un lenguaje al punto de florecer, justo como ocurre en Un espejo que mira hacia dentro (2022) de Astrid Velasco, parte de la colección Pippa Passes de Buenos Aires Poetry; edición a cargo de Juan Arabia y Rodrigo Arraigada Zubieta, con diseño de Camila Evia.
Dividido en tres grandes bloques, Un espejo que mira hacia adentro, hace sentido al propio título a la mujer-niña-hija-madre de esta ópera prima que se presenta desde un lenguaje propio, construido a lo largo de años: desde su afición a la lectura y las letras, cruzando con su vocación docente y sus veinticinco años de profesión en el campo editorial recientemente reconocidos. Cúmulo de vivencias complementadas bajo la instrucción de algunos nombres sustanciales en la actual literatura mexicana, así como también de otros que próximamente también estarán resonando, para enfrentar y acompañar en el duelo frente a la página en blanco, la aprendiz-compañera-maestra, Astrid Velasco impone sus condiciones.
Ambiciones
La mariposa envidia la altura del ave
(Velasco, 2002: 18)
y las dos codician el viso de la nube
que llueve y sabe contar historias con sus formas.
En el principio fue “flor de lunares” (Ibíd., p, 13), aprendiz con el objetivo puesto en hacer algo con “[…] lo que persiste en los ojos / y significa” (Ibíd., p, 14), “[…] río y no una vieja herida” (Ídem.), “[…] para estar en el mundo con los pies de todos.” (Ídem.) Habitante siempre de la ciudad: unidad de virtudes que a pesar de las adicciones y tensiones que produce en el vivir, Astrid antepone las dos caras de la moneda: una infancia marcada por gloria y tragedia a manos llenas de lodo y nubes con los que confeccionar el cuerpo donde hibernar en espera del tiempo ideal a destapar la sangre vinícola.
La otra
En el espejo somos dos,
(Ibíd., p. 28)
nuestra memoria
diverge el camino.
Una llega al mar de los secretos,
donde los cuerpos no tienen nombre
y las sábanas son telones
para cantar en sudor
la rabia.
Yo le presto a diario mi voz,
sus palabras
ciñen regalos y odios en cardumen
mientras dicen “te quiero”.
El pasado que nos forjó
hoy canta su hecatombe,
invisible para los cuerpos
que desean enroscarse
sin disimulo.
Atropellada la otra
anuncia mi muerte.
El frío duele,
nos tocamos vivas aún:
somos una
antes de ser partida.
Una vez conformada y configurada cada extremidad, el lenguaje se incorpora a fuerza de apotegmas que Astrid selecciona cuidadosamente. Palabras de peso que perturban la cotidianidad: Hoy, Instante, Tarde, Deseo, Canto, Enredarse, Ser, Renacer, Mi dios, Innombrable. Cada una: hilo de la telaraña que espera marcar cada golpe sobre el espejo, no para romperlo, sino para reorganizar el reflejo porque en cada etapa de cambio, no cambia la esencia, pero sí la imagen de quien es uno ante la mirada del resto, eso sí, integrando en cada uno y a su manera el toque erótico (desafiante) que Bataille, sugiere en su ensayo homónimo.
Vocales
Para que la palabra letargo
(Ibíd., p. 29)
Tuviera todas las vocales tendría que pedir
prestada la u a la muerte
y la i que duerme en tristeza.
No obstante, en la selección cabe destacar que Territorio se repite dos veces y no es por error, al contrario, Astrid aprovecha la virtud del lenguaje para en la primera acometer un territorio lingüístico con el cual habrá de trabajar e identificarse: “Sé que mis palabras son bandera” (Ibíd., p. 34), mientras su contraparte páginas adelante, abarca al territorio el destino onírico: a donde ir, bajo consciencia de que todo lo vivido antes, en su medida ha afectado su mente y cuerpo, estoicamente acepta las circunstancias al punto de tomarlas con justa medida de destino hacia donde decantarse: “Hoy, / erigidos en ojos / que miran hacia dentro, / cercamos sus confines / para hacer del desliz / un territorio”. (Ibíd., p. 43) Siempre de la mano con el lenguaje: “La garganta es el desván de los sueños.” (Ibíd., p. 47)
Por último, el turno queda al presente donde la madre-editora-escritora toma la batuta donde al comienzo, cada cierre de poema se vuelve clave de una vida dedicada a hacer todo lo necesario para continuar: “Cada amor ha sido jugar a sacarse la piel / y los ojos.” (Ibíd., p. 51), “Ciega, firmé el tratado / sin leerlo.” (Ibíd., p. 52), ante todas las consecuencias que pudiera acarrear, incluso contra sí misma.
[…]
(Ibíd., p. 56)
Frente a mí, hablas a tu espejo
y dialogas.
Mas es tu misma voz bífida
la que responde al reflejo de tu alma
sobre paraísos inciertos
que dejaron de abrigarme.
Fuerza que habrá de reconvertirse en anatema contra la rendición:
[…]
(Ibíd., p. 58)
Se puede nadar y reír entre las ruinas,
lecho de naufragios que ofrecen sombra
como árboles trasquilados de un destino.
Ahora hospedan juego.
Toda piel habrá de renovarse y recordar con líneas
su pasado de llaga.
A pesar de la clara vicisitud de ser algo de todo para todos, donde “La vida es un continuo llenar los hoyos / y con bombardeos, volver a abrirlos (Ibíd., p. 59), hasta el punto de proyectar hacia sí misma el resentimiento acumulado: “Estrangulo mi mano / para sofocar con dolor el dolor.” (Ibíd., p. 62) Y entre tanta perdición, atisba un rayo de luz a través de las nubes cargadas de llanto.
Si casualmente se le reclamara a los fotógrafos de la poca originalidad por todos los atardeceres que han capturado, bien podría decirse lo mismo de cada pintor que otro, por ser estas de la misma marca e incluso el mismo tono que produce la fábrica de óleos. A los músicos por el cargo de perpetuar la forma de sus instrumentos, así también al carrito de los camotes de no usar otra afinación para su silbido, las campanas de los heladeros (que por cierto ya casi están extintos, al menos en la ciudad). De todos los escritores serían los más culpables por no usar otras palabras. Sin embargo, no es cuestión del instrumento sino de cómo lo utiliza que denota la particularidad y familiaridad.
Un espejo que mira hacia adentro de Astrid Velasco es de los textos donde el título te anticipa que viene el golpe, pero no la magnitud de este, algo así a la técnica del corazón explosivo usada por Beatrix Kiddo sobre Bill; este último sabía de su letalidad y de último pudo comprobarla al último paso. No hay final feliz, ni alentador, que tampoco es tan extraño que suceda cada vez más en la literatura, porque ya está tan cerca de la realidad que acaso es posible saborearla y hacer de esta magnitud un primer libro, solo deja entrever la magnitud de fuerza que aún esconde Astrid entre las plumas de todos sus escritorios. Esperamos vuelvan a converger pronto para dar cuenta que justamente, hablarse a uno mismo sobre sí, puede llegar a unir a tantos extraños con solo unas cuantas palabras.
Fuentes
Benjamin, Walter (2002) “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos” en Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV. RobertoBlatt (trad.), España: Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.
Velasco, Astrid (2022) Un espejo que mira hacia dentro. Colección Pippa Passes. Argentina: Buenos Aires Poetry.