A pesar de lo que pueda indicar el título de esta crónica no, no he viajado a Venezuela, no he regresado a la patria, signifique lo que signifique esa palabra más sobrevalorada que desprestigiada. Ha sido un viaje emocional, un déjà vu pavoso que no pasó de la plaza Urquinaona en la ciudad de Barcelona. Algunos, al llegar hasta aquí, ya verán por dónde vienen los tiros. El resto tendrá que esperar un poco, puesto que aún no voy a entrar en materia. La materia es demasiado jugosa como para ventilarla de una vez. Además, quiero darle un poco de contexto, un contraste que magnifique la ya de por sí desmesura de este absurdo tropicalizado que viví yo junto a mi esposa a nueve grados en la panza de Europa.
Volvamos un poco atrás, unos seis años en el tiempo, cuando recién llegado a España me enfrenté a los trámites burocráticos para obtener el DNI, el número de seguridad social, y luego, más tarde, cuando mi familia se reunió conmigo, los DNI de mis hijos y los trámites en extranjería para conseguir la residencia a mi esposa y su NIE. Les confieso que me asombró la rapidez y la pulcritud de los trámites, el buen trato, un poco ingenuo tal vez, de los funcionarios. Durante seis años no supimos qué era hacer colas y cada visita que hicimos a un organismo del Estado no duró nunca más de media hora…, hasta que llegamos a plaza Urquinaona frente a la cual funciona el flamante Consulado de la República Bolivariana de Venezuela, compatriota. He allí el encontronazo con la patria.
Me reencontré con una cola como Dios manda: larga en el espacio y duradera en el tiempo. Una cola conversadora, desorganizada y que se aglutinaba, como debe ser, hacia el inicio en un caos de cuerpos nerviosos y ansiosos de información. Coño, si hasta vi al pana con un juguito en la mano y mordiendo una empanada que sobresalía de una bolsa grasienta que luego, cuando un poco más calmado, repuesto del shock que me produjo encontrarme de sopetón en plena avenida Urdaneta, observé mejor, resultó ser un pastel de quién sabe qué diablos comprado en el Starbucks de la esquina.
Pero el reencuentro más entrañable fue con mi recordado funcionario, el gordito mal encarado, sobrado y condescendiente que actúa como un rey en su pequeño y miserable feudo, ese pedacito de acera, en este caso barrida por el viento frío del otoño, en que reina con mano de acero y al que hay que suplicar sumisamente que nos eche unas migajas de información a la cara, el funcionario que no tiene vida privada (porque a mí no me da la gana de que la tenga), que es solo funcionario y que vive atrapado en su pequeña parcela de poder y que cada día que pasa le aprieta y le pica más. Mientras lo observaba evolucionar a lo largo de la cola, ordenando lo que ya estaba ordenado, ignorando las preguntas ávidas de un puñado de ciudadanos que revoloteaban a su alrededor y echando a los acompañantes y los desubicados del frente de la entrada del edificio, yo me preguntaba si es que este güevón se creía que estaba en la avenida Baralt, rodeado de buhoneros y carteristas, en medio de ese caos fulgurante, espeso, sofocante y bullanguero que es el centro de Caracas.
Y ahora sí, la apoteosis de este extrañísimo día: el tipo, mi recordado funcionario, sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta Nort Face un puñado de papelitos numerados y los repartió en la cola en riguroso orden de llegada. ¡Coño, los papelitos con los números! ¿Cómo pude haber olvidado los papelitos con los números? Esa sí que fue una verdadera cachetada espacio-temporal. Entonces sí que me materialicé completico en los pasillos del Centro Simón Bolívar con sus pisos pegajosos y mugrientos, su iluminación mortecina, su olor a fritangas, el griterío de los vendedores ambulantes y el bullicio metálico y grasiento del tráfico en la calle.
Yo que había ido con mi ingenuidad a cuestas a hacer un trámite más de los tantos trámites que había hecho estos últimos años en Cataluña, y me di de bruces con mi país de mierda tan querido. Pasé el resto de la mañana en una especie de éxtasis melancólico, con una sonrisa en los labios y un agüero en los ojos. Pensaba alternativamente: me regreso ya a mi divino caos, y yo a esa vaina no vuelvo ni loco. Pensé, también, en lo largo que tiene el brazo la patria y en el rocambolesco llamado que me estaba haciendo en ese mismo momento con su vozarrón que, no sé bien yo por qué, imaginaba aguardentoso.
Una vez terminado el trámite que nos había traído a esta populosa esquina trasplantada desde los trópicos, cuando le dimos la espalda al Consulado de la República Bolivariana de Venezuela y nos alejamos en dirección a Plaza Cataluña, reintegrándonos poco a poco en la realidad del otoño barcelonés, se me ocurrió una idea genial, un tiro al piso y un emprendimiento tan nuestro que no pude reprimirme y le dije a mi esposa que ya que estábamos por qué no volvíamos al día siguiente con una cava de anime llena de empanadas de cazón y unos potecitos de guasacaca. O con esos quesillos de rechupete que tú haces, agregué.
Muy bueno todo. Aquí en Portugal, en un rapto de saudade, hacemos empanadas de «cazón» con una bicha que llaman tintureira, y que debe ser prima hermana de aquel, porque bien aliñada se parece igualita Felicitaciones.
Tarde pero seguro. Gracias por la lectura, Juan. Tal vez algún día podamos comernos juntos unas de esas empanadas de «cazón». Un abrazo.
Muy bueno, Quim.
Gracias Wilmer. Esperando ese libro tuyo.
Justo en estos días se comentaba en un chat las colas que comienzan a formarse a las 5 am, para que a las 9am, cuando abre el consulado venezolano, salga el funcionario a repartir los números famosos, costumbre autóctona, por la que, ese mismo gordito, nos recuerda a la llamada patria. Y eso que al hacer el trámite por Internet, te dan hora de cita previa. Pues claro, demasiada civilización no cabe en nuestras fronteras, de la que el consulado forma parte. Y bueno, tu idea de emprendimiento seguro funcionaria, porque una cola sin empanada grasienta de cazón, carne mechada o queso, no es una cola colo debe ser.
Gracias Carlitos. Como dicen aquí en España, yo flipé con esa visita al consulado venezolano.
Excelente Joaquin, nosotros vivimos una realidad parecida, trajiste a mimemoria recuerdos que ya estaban archivados.
Un abrazo
Gracias Javier. Un abrazo.