Fontaine, el protagonista, es un verdadero héroe, pero de un tipo especial. No es un héroe que combate enemigos exteriores sino uno que lucha por su liberación, sin ejércitos ni armas. Por eso, en la película los carceleros apenas aparecen: ni un solo rostro de un soldado alemán, ni mucho menos esos nazis crueles típicos de las películas de fugas. Tampoco se trata de un héroe del espíritu, que se abisme en la noche oscura del alma. No es un místico que conquista castillos interiores. Es un resistente y ha sido encerrado porque ha volado un puente. Lo que quiere Fontaine es algo tan simple como escapar de la prisión en la cual está encerrado. Algo que el resto de los presos, igual que sus carceleros, consideran imposible.
En esta situación, su determinación es admirable. Su ir haciendo, su ocuparse en una dirección precisa, haciendo pequeños movimientos, aunque sea sin un plan. Trabajo consciente, determinación, coraje, confianza… Luchar en silencio para mantenerse vivo. Hacer algo con unos medios paupérrimos en una situación desesperada. Lograr todo con apenas nada. Fontaine es un héroe porque confía en hacer posible lo imposible. Cualquier detalle que lo lleve a su liberación es un logro. ¿De dónde saca el hombre fuerzas cuando todo está perdido? ¿Cómo lograr la salvación si se habita en un infierno del cual -aparentemente- no hay escapatoria? Pues no tiene ni idea de como logrará escapar, pero no deja de anhelarlo y de trabajar por ello. Si hay confianza, todo irá bien, le dice a otro preso. A partir de esta certeza se hace capaz de ir abriendo espacios para su liberación, avanzando en solitario, aunque con la solidaridad de otros reclusos.
Si Fontaine es admirable es porque Bresson es admirable. Todo lo que acabamos de decir sobre su personaje es aplicable a él mismo: al modo como filma, a su determinación, a su paciencia, a su coraje, a su precisión, a su delicadeza, al modo como avanza con Fontaine y nos hace partícipes de esa lucha que, más allá de las circunstancias de cada uno, nos afecta. En este punto la película se presenta como una suerte de arquetipo y la liberación de Fontaine como el paradigma de toda liberación. Sin narcisismos ni aspavientos, evitando todo gasto de energía en la dirección equivocada y conteniendo toda emoción superflua, para concentrarse en lo esencial. Cada gesto es una gesta, cada mirada contiene una visión, cada palabra puede ser una revelación. No hay por tanto que gastarlas.
La cárcel donde Fontaine está encerrado es nuestra propia vida. Todos esperamos, condenados por la inercia, una muerte sin gloria, un fin no deseado en manos de nuestros carceleros: las normas, las disciplinas, las rutinas, las redes del poder… La mayoría no creemos -no sabemos- que exista siquiera la posibilidad de liberarse. Asumimos nuestra situación como normal: vivimos resignados. Sólo unos pocos mantienen viva la esperanza: por eso son considerados como héroes y admirados por los otros. Viven completamente orientados a esa posibilidad. Aunque no tengan ni la menor idea de como podría producirse, no dejan de intentarlo. Su austeridad es el signo de un poder secreto. Su simplicidad es su grandeza. Bresson es uno de ellos.
Hacia la mitad de la película, el pastor le entrega un papel con un fragmento de la Biblia, como palabras de aliento. Es el diálogo entre Jesús y Nicodemo: “tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere…” En ese momento se escucha una ráfaga: acaban de fusilar a Orsini. A su modo, él también ha logrado liberarse. Su sacrificio ayuda a Fontaine en su proyecto de fuga. En este momento se hace evidente que estamos ante una película cristiana, pero no en un sentido superficial de adhesión a un credo, sino como un enigma y una promesa. El sacrificio no puede ser menospreciado, igual que la renuncia. No tiene el sentido de una mortificación morbosa de la carne, ni de una negación del mundo, sino que forma parte de dicho anhelo de liberación. Así sucede en el cine de Bresson: ha renunciado a la espectacularidad o a toda emoción superficial para suscitar una emoción mucho más profunda. Es una cuestión de fines y Bresson apunta a lo más alto. Pero eso es algo que no todos pueden reconocer. Depende de sus fines.
Llega un momento en el cual todo parece conspirar con dicho fin, en contra de lo previsible. Todo parece suceder según un designio inexplicable. Lo imposible parece ya posible. Solo era imposible para el preso, pero no para el hombre nuevo que tiene que nacer. Tanto la fuerza como la confianza le llegan del futuro: un horizonte de libertad por el cual hay que trabajar en el presente. Lo que sea llegará y no podremos evitarlo, le dice un compañero. Confía y lucha: oriéntate a la nueva vida. La liberación ya no es algo imposible, sino algo inevitable. Pero habrá que dar el paso: tomar la decisión de escapar de la prisión, decidir el cuándo y el cómo, aún a riesgo de la propia vida. Lo difícil es decidirse, dice Fontaine. Y nosotros lo sabemos: estamos con él en este punto. Detenidos con él en este punto.
También aquí sucede algo: se le comunica su condena a muerte y se le hace saber la inminencia de su ejecución. Esto, que es sin duda una noticia horrible, en realidad actúa como el detonante de su decisión: no tiene ya otra posibilidad. Lo imposible es entones la único opción. Pero, justo en ese momento, aparece la última dificultad, en la forma de un compañero de celda. Se trata de un joven de 16 años vestido parcialmente con un uniforme del ejército alemán. ¿Se trata de un colaboricionista al cual han detenido por alguna trapichearía? Se establece la comunicación, pero también las dudas. Para escapar deberá deshacerse de él o hacerlo cómplice. Pero, ¿cómo confiar en este crío, vestido con una chaqueta del ejército enemigo? Fontaine le dice: “déjatela puesta, tú eres lo que eres”. A lo cual Jost pregunta: “¿quién soy?” Se trata justo de eso… En ese momento Fontaine recibe una inspiración, que Bresson nos muestra con una serie de planos de gran sutileza. Tenemos a dos hombres en una celda estrecha, frente a frente. La secuencia culmina con un movimiento de cámara, una mirada luminosa y una frase: “faltaba que tú vinieras”. Es la confianza absoluta en el destino lo que nos lleva a la confianza en el prójimo, sin la cual la liberación es imposible. Un poco más tarde, en plena fuga, es cuando sabe que no se ha equivocado: sólo jamás lo habría conseguido.