18 de mayo de 2022
Santa Marta es diferente a Bogotá. Siento como si no estuviese en Colombia. Caribe tenía que ser. Aunque hay algo, un demonio etnográfico tal vez o un antropólogo políticamente correcto que me dice que Bogotá no es Colombia sino una pequeña parte de ella, el capitalcentrismo demandando, como suele ser en cualquier parte. Reelaboro, mejor dicho, Santa Marta es Caribe y así como ella hay otro pedazo de Colombia que también es Caribe y seguro es diferente a Bogotá. La fría Bogotá. Me gusta lo diferente que es Santa Marta a Bogotá, me refiero a que la gente no tiene aquella distancia mantuana, el su merced, ese no en la boca cada vez que se pregunta, ese pathos de la distancia. Mi vocecita interior me recuerda: aquí en Santa Marta la gente es Caribe, no lo olvides. Se parecen más a ti. Solo hablas de lo que te hace sentir más cómodo o menos cómodo. Ahí se anidan los prejuicios.
Hoy fuimos a la playa, caminamos, nos dimos un baño, tomamos cervezas y picamos. Escuché un podcast y miré al mar. Solo me gusta ir a ver el mar. Odio la arena ¿quién no odia la arena? Es la misma playa Caribe. Vi una cabeza que se movía a los lejos dentro del agua. Como solo tenía lentes de sol no podía ver de qué se trataba. Era un hombre con un esnórquel o lentes o algo así. Llevamos mucho sol. Aunque debería estar acostumbrado a él no lo soporto. Tal vez por eso me fui de Barinas. Demasiado calor para este cuerpo tan débil y estropeado. Es lo único que no me gusta de Santa Marta y la razón por la que no viviría aquí. Uno siempre debe preguntarse al estar en un lugar nuevo ¿Podría vivir aquí?
Pero hay algo en lo que que sí se mantiene la colombianidad bogotana en Santa Marta, me refiero a esa opulencia, esa limpieza. Mi ojo de sociólogo intentando comprender la política pública no deja de funcionar, supongo que es parte de la (de) formación profesional. O supongo que vengo de un pueblo de bárbaros en donde todo, incluso en el pasado, siempre estuvo desordenado, es decir, cuando no había crisis (¿hubo acaso un momento en donde no haya habido una?) todo era igual, los terminales, las playas, todo de cabeza salvo por algunas cuadrículas del este de Caracas o los barrios y las urbanizaciones de gente “bien” en el resto del país. Conozco demasiado el interior de mi país y eso resuelta negativo porque tengo pocas cosas buenas qué decir al respecto. Nos gusta el desorden y no debería haber problema con eso. Aceptar nuestro barranco. Creo que sueno esencialista como Paz en Máscaras mexicanas y no me gusta. A lo mejor por eso prefiero ver sospechosa esa opulencia, ese orden, porque a lo mejor tengo razón o porque también siento envidia. Por cierto, la palabra “orden” está en el plan de gobierno de uno de los candidatos a la presidencia colombiana, a finales de mes eligen nuevo presidente. La palabra “orden” también está en la bandera de Brasil. Me recuerda a Comte, a las premisas positivistas de orden y progreso.
En Santa Marta hay muchos mendigos, gente pidiendo dinero en la calle. Otra cosa en que se parece a Bogotá. Mi esposa y yo siempre cargamos monedas para esos casos. A veces por miedo y otras porque uno no deja de imaginarse en una situación similar. Mis viejos amigos masones me enseñaron a darle dinero a la gente que lo pide en la calle, sin muchas explicaciones, sin aspiración alguna de caridad y esas cosas. Todo eso me hace pensar en los mendigos de mi país. Hay una extraña diferencia entre los mendigos en Venezuela y el resto de lugares que he ido, a lo mejor será porque los mendigos en Venezuela se parecen más a mí. Quien sabe. Es inevitable que sienta diferencias, después de todo y aunque me niegue a aceptarlo, estoy en otro país. Tan cercano y lejano al mismo tiempo. La forma en que opera el nacionalismo no deja de ser misterioso, patético y fascinante. Me refiero a cómo la comunidad imaginada cambia con solo cruzar la frontera. Del otro lado la carne se vende en kilos, aquí en libras y así. Todo eso configura, desde luego, un modo de ver las cosas. Aquí, aunque se supone que la economía está “bien”, la carne está más cara. Son matices muy extraños los que estoy viviendo, sobre todo porque también hay inflación. Pero eso sí, me alcanza para comprar más cosas inútiles aquí que en Venezuela. Es muy extraño. En Venezuela me alcanza más el dinero para comprar comida de verdad y aquí me alcanza más para comprar estupideces. Chucherías, cervezas y toda esa comida basura que nunca me provoca pero que de igual forma termino comiéndomela de forma automática, casi que por inercia.
Desde que tengo memoria viajar a Colombia no cuenta como viajar a otro país. Por alguna razón, a lo mejor la xenofobia con la que crecí me convenció de eso, Colombia era un lugar feo en nuestra mitología comparativa, pero según recuerdo, todo me parecía que era al contrario, es decir, más ordenado, mayor variedad de mercancías, gente respetuosa, aún cuando Venezuela era considerada “mejor” las cosas en Colombia no eran muy diferentes a lo que describo actualmente. Luego vendrían otros viajes en donde constaté que tal vez mi país no era el mejor del mundo como nos habían acostumbrado a creer desde la escuela. En eso coincidimos todos en mi país, en creer aquello. Últimamente eso está cambiando, para eso sirven las diásporas. Para algo sirven después de todo. Más allá de las ideologías y de cualquiera de las distancias. Pero creo que aún con mi cambio de criterio tras la experiencia y otras cosas (tengo ya un poco más de cuatro años viajando de una a dos veces por año, pasando una temporada en el “hermano país”) ese asunto de no contar a Colombia como otro país se sostiene en mí, como si no se vale decir que estoy “fuera de Venezuela” cuando digo que estoy en Colombia, como si fuese algo menor o como si la distancia, es decir, el poder cruzar por tierra como cualquiera que tenga pies le quitara, le restara valor al viaje y la experiencia. Porque eso también podría ser: una especie de resabio clasista. Es decir, como todo el mundo puede venir a Colombia, pues no vale mucho la pena. No cuenta como récord y average de pasaporte. Como si no fuese gran cosa venir a Colombia porque no hay ningún estatus en hacer un viaje que cualquiera puede hacer. De verdad creo que estas cosas podrían estar detrás de esos resabios ¿Y si fuese a Brasil sentiría lo mismo? Creo que por la sencilla razón de hablar otro idioma ya desplazaría mi creencia anterior. “En Brasil hacen aviones…”, suelo comentar cuando hablo sobre Brasil con alguien, nunca he ido. Alguna vez hace mucho tiempo vi el mural de la frontera. Sostengo, como le dije algún día al poeta Floriano Martins, que lo único que sabemos de Brasil es de garotas y fútbol. Y ahora le agrego, en modo camp, que también sabemos de ellos por el modernismo brasileño. Tupí or no tupí. Pero creo que me estoy saliendo del tema ¿Realmente importa en un diario que pretende ensayar y no termina de definerse por uno o por otro?
Creo que Colombia me hace bien, nos ha hecho bien, siempre ha funcionado en nuestras vidas, la mía y la de mi familia, me gusta recordárselo a mi esposa. Uno es un poco lo que ha hecho de sí mismo, lo que hace en el presente y sobre todo lo que ha hecho los últimos cinco, diez años. Las estadías en Colombia son como un estado de transición para nosotros, siempre nos dan algo, sea material o de la voluntad, del espíritu (un amigo, un trabajo, una reflexión, un paisaje, una tristeza), un empujón hacia un nuevo estado de las cosas. Nunca se ha mostrado como un lugar para establecernos, siempre ha sido para eso, una correa que nos transporta, un estado para calibrar las cosas y ver que todo marcha mejor de lo que creemos, sobre todo porque en cada momento la situación parece estar cargada de nuevas cosas que antes no estaban. Así como ahora el paisaje es diferente, la temperatura, la gente, el lenguaje, porque en Santa Marta también hablan diferente, más cubano, más puertorriqueño, más Caribe, más Caribe que en cualquiera de las costas venezolanas cabe decir (si es que existe algo así como un acento más Caribe que otro). Así como la lengua es distinta, debo aceptar que también nuestra situación no es la misma de nuestras anteriores visitas. Tal vez nunca habíamos estado con mejores recursos, en todos los sentidos. Hoy la lista es diferente, el cielo, el equipaje, la escalera horizontal de nuestro viaje es más noble y nos invita a que avancemos escalón por escalón sin mayores preocupaciones que las más ordinarias del día a día. No podría dudar de que la situación es diferente y sobre todo es mejor a las anteriores. A cualquiera de los momentos que hayamos vivido. El inventario es otro.
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