¿Sueñan las élites con una arepa en NFT decorada con la cromointerferencia de Cruz-Diez? ¿Con un incienso en la mano izquierda, vino blanco o un mantel a la orilla de la playa? ¿Con el extravío propio de quien, teniendo todos los recursos a mano, no puede ingresar a la “realeza” de un estatus tan cercano pero ajeno? Sí, pensamos en las élites, en las actuales, en esa especie de “alta cultura” que, aun postulando una limitación ontológica para la sensibilidad estética popular y subalterna, construye un “kitsch” que se cruza en el registro de la apropiación cultural. Pensamos en las élites culturales actuales, porque son ellos quienes, estando en la orilla opuesta de nuestras apuestas, tienen las condiciones materiales para ensamblar vanguardia, movimiento, tendencia, gueto, secta. Ojo, decimos condiciones materiales y no hegemonía. A fin de cuentas, la materialidad económica, con sus galerías, sus locales, editoriales, etc., dejan huella, hacen circular productos y generan prácticas de consumo. Mientras, los subalternos, estamos condenados a ediciones chiquitas, a archivos contaminados, al boca a boca, al mano en mano. Todo arte subalterno, por más absurdo que parezca, tiene la marca de una épica. ¿Quién puede acceder a una edición de Los buzos de Lucila Palacios o Tierra talada de Ada Pérez Guevara? ¿Quién puede ir un día, con normalidad, a una librería y encontrar un poemario de Teófilo Tortolero?
Las señales son claras. Circula aquello que la élite permite circular. Y no, no queremos ser apocalípticos. Solo queremos dar cuenta de una desigualdad que revela una situación que se sostiene a pesar de los esfuerzos de investigadores y promotores culturales. La interrogante fundamental es la siguiente: ¿Cuál es el “canon” cultural, literario, artístico, audiovisual, musical venezolano? Los optimistas, jugamos en el archivo. Por ejemplo, un sábado cualquiera, luego de una caminata por Sabas Nieves, nos adentramos en los laberintos de la Pulpería del libro e iniciamos la búsqueda. Como si de un Dupin caribeño se tratara, comenzamos a rastrear textos de Guillent Pérez, Andrés Mariño-Palacios o Ramón Díaz Sánchez. Los más beneficiados, si se quiere, podemos acudir a la biblioteca familiar para encontrar en ella La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio, Por el Canal de Panamá de Lowry o la edición de La galera de Tiberio que realizó la Universidad Central de Venezuela. Al resto, le toca recorrer cada fin de semana el puente de la Fuerzas Armadas para hacerse con aquello que puede encontrar. Lo mismo sucede con otras artes no auráticas, como la música: el vinyl del Amor ya no existe…, el cd de Dermis Tatú, etc. Pero si de las auráticas hablamos, ya no depende de nosotros, ni de los optimistas, ni de los beneficiados, ni de los jodidos. Depende del curador del momento, del burgués coleccionista, del antojo del ministro o de alguna fecha importante que saque a flote una colección condenada a los depósitos.
Dijimos élites y le agregamos culturales. Y lo decimos porque sentimos que estamos en un momento de transición. Entre aquella generación que entregó cuerpo y alma en el “caracazo” y aquella que, como dijo Boris Izaguirre en el documental Zoológico de Fernando Venturini, no está dispuesta a perder su belleza. Una generación y dos vías posteriores. La primera, la de la migración, la popular. La segunda, la pequeña burguesa. La primera, la jodida, del Rappi, de la precarización, y la segunda, que puede regresar a Venezuela a producir un film como La fortaleza. ¿Caracas, ciudad de despedidas?
Ante esta situación, no tenemos respuestas. Tenemos solo interrogantes: ¿Cómo intervenir en este escenario? ¿Aún es posible revertir ese proceso de desnaturalización de la función creadora que denunciaba el “Manifiesto del Congreso Cultural de Cabimas»? ¿Aún es posible romper con la “alienable docilidad” que tanto Estado como mercado le imponen como condición al artista? Hoy, más que nunca, es necesario el rescate de una tradición teórica y de prácticas intelectuales que se ocupen de la producción simbólica de la realidad, tanto en su materialidad, como en sus procesos y significados sociohistóricos. Es esta apuesta. La de esta revista digital que, aunque mínima, esperamos que juegue en las pasiones de aquellos nostálgicos optimistas que aún recorren laberintos.