“Morte e vida das hipóteses. Da equação eu parte do Cosmos ao axioma Cosmos parte do eu. Subsistência. Conhecimento. Antropofagia”.
“Muerte y vida de las hipótesis. De la ecuación yo parte del Cosmos al axioma Cosmos parte del yo. Subsistencia. Conocimiento. Antropofagia”.
Fragmento del Manifiesto Antropófago por Oswald de Andrade.
“The label of Love” es una mención especial que hace en su programa el locutor Gideon Coe, de la BBC radio 6 de Londres. El 24 de febrero de este año, el turno le correspondió al sello venezolano Olindo Records. Durante la transmisión del programa sonaron seguidos cinco temas del sello entre los que se destacaron las últimas producciones de Raúl Monsalve y los Forajidos Bichos, la reedición del disco The Message de Gerry Weil y Betsayda Machado y La Parranda El Clavo.
En esta importante emisora a nivel global ya se ha vuelto costumbre para DJ y locutores colocar música venezolana en programas especializados de world music, como es el caso del veterano de la escena groove mundial Gilles Peterson, reconocido coleccionista, DJ, productor, entrepreneur musical y agitador cultural que, desde hace años, viene promoviendo música venezolana en su espacio con artistas como Virgilio Araque, Aldemaro Romero, Raúl Monsalve y los Forajidos o Gerry Weil. Así como también ha recibido en su base de operaciones, y donde funciona su sello discográfico Bronswood, a la artista venezolana Luzmira Zerpa y a la banda Insólito Universo, con el mismo entusiasmo, Gilles Peterson promociona artistas venezolanos desde worlwide fm, plataforma de referencia mundial de la escena groove y world music que, además, es un festival anual que reúne músicos de los cinco continentes.
Gladys Palmera, principal referencia de música tropical a nivel global, es la otra plataforma que desde sus inicios ha promovido la música venezolana, inclusive incorporando a su equipo de columnistas a periodistas del país caribeño, especialistas en la materia como Lil Rodriguez y playlists de la DJ Lionza Ma. Recientemente el programa ¿Qué onda?, intituló uno de sus capítulos: Universo Hevy + Diáspora venezolana, espacio en el que sonaron bandas y músicos como Venezonix, Orestes Gómez, La Vida Boheme entre otros.
Los festivales a nivel mundial comienzan a interesarse cada vez más por la presencia de bandas musicales venezolanas. Orestes Gómez tiene una notable demanda y participación en los más importantes festivales de jazz mexicanos y en convenciones de instrumentos musicales en la costa este de Estados Unidos, donde ha sido convocado como baterista y productor musical para promocionar grandes marcas que lo patrocinan.
En Europa, el bajista Raúl Monsalve ha estado de gira por años con la reconocida banda inglesa The Helliocentrics, junto a la leyenda del afrobeat Orlando Julius, en festivales donde luego participó con su banda Monsalve y los Forajidos. De la misma forma, El Conjunto Papaupa, Betsayda Machado y la DJ Anacaona han encendido las arenas de grandes festivales alemanes como el Fusion Festival y otros en el resto de Europa.
Los que aquí menciono son apenas algunos artistas de los miles de venezolanos que tienen un trabajo sostenido y notable en distintas escenas alrededor del mundo, desde los circuitos más underground de grandes capitales y ciudades de provincia, pasando por los más importantes festivales y la escena mainstream de la industria cultural, como es el caso de Arca, recientemente nominado a los premios Grammy y quien colabora muy de cerca con Rosalía y Bjork.
Escarbando identidades
Si hay algo que ha caracterizado a la industria musical durante años, es la apropiación cultural. A través de la historia, las hegemonías del mundo no han dejado de colonizar este continente, en especial la franja comprendida entre Tijuana y la Patagonia, con el esplendor Caribe en el medio, una de las regiones insulares del planeta más explotadas cultural y turísticamente.
Cuando Bob Marley en su visita a Inglaterra, firmó en 1973 un contrato con Chris Blackwell para Island Records, por un lado, la mística del reggae sucumbió a las garras de la industria cultural, pero por otro, el mensaje profético de Marley y el rastafarismo se difundió por el mundo; sacrificios por conquistas, “una para Dios y otra para el Diablo”, diría el músico caraqueño Gustavo Corma, o como manifestó Rubén Blades en su ópera salsa: “Maestra vida camará, te da te quita, te quita y te dá”.
El reggae se masificó, salió de Trenchtown y las calles de Kingston a los grandes escenarios del mundo. Los dreadlocks viajaron de los tabernáculos Nyabinghi a las peluquerías de Nueva York y Londres; el verde, amarillo y rojo, llenaron las vitrinas de las tiendas de ropa urbana y toda la discografía pop de los próximos años incluiría una balada reggae.
Paralelamente ocurría lo mismo en Nueva York. Ciertas mafias de la industria musical se apropiaron de ritmos antillanos para diseñar uno de los géneros musicales que más produjo dinero en la década del setenta: “La salsa”. Luego ocurrió lo mismo con el merengue, el vallenato y cualquier cantidad de música folclórica que la industria secuestraba para edulcorar con ritmos anglos más dirigibles para las masas del mundo.
El resto es historia, a finales del siglo XX y comienzos del XXI las multinacionales del disco dan con la fórmula mágica y comienzan a reproducir clones en serie de Shakira, Jennifer López, Christina Aguilera, Ricky Martin, Chayenne, Marc Anthony, Carlos Vives; siempre desde el molde original que es el que más factura y nunca desechan, pero repetidos en serie con réplicas que pronto desaparecen del mercado.
En la mitad de la década del ochenta le tocó al gigante brasilero salir de sus fronteras al planeta con su música, prácticamente al mismo tiempo que el país salía de una dictadura de treinta y cinco años. La música popular brasilera, conocida internamente como MPB, representada por grandes músicos como Gal Costa, Caetano Veloso, Maria Bethania, Gilberto Gil, Chico Buarque, Milton Nascimento, Alcione, Djavan y un infinito etcétera que recorre los ocho millones y medios de kilómetros cuadrados del país, se proyectaron al mundo en su idioma, convirtiéndose en uno de los huesos más duros de roer para la industria musical. De una identidad inquebrantable y un arraigo cultural que no se negocia, le dijeron al mundo: “Con la música brasilera no se jode”.
Argentina que, en la década del ochenta, también venía golpeada por una dictadura militar y el sufrimiento de la barbarie que desapareció a millares de personas, a finales de la década y comienzos de la siguiente, internacionalizó su rock característico con bandas como Fito Páez, Charly García, Soda Stereo y más adelante Los Fabulosos Cadillacs. Paralelamente ocurría lo mismo desde México con bandas como Café Tacvba, El Gran Silencio, Molotov y Caifanes. Tímidamente bandas alternativas de otros países latinoamericano, bajo la sombra de las antes mencionadas, eran usadas para rellenar las giras y engavetar proyectos, pero ese cuento lo echa mejor Gustavo Santaolalla, víctima y victimario del documental por encargo Rompan todo.
En plena globalización y revolución tecnológica, los viejos patrones de la industria van cambiando y las nuevas generaciones entienden que ya no es necesario un edificio en Beverly Hills lleno de oficinas, departamentos y estudios de grabación para tener un sello discográfico. La magia de la cadena de la producción musical podía ocurrir desde una habitación con una buena computadora, una interfaz de audio y unos monitores de campo cercano. Ventaja que logra democratizar de algún modo la confección de un disco; pero este espejismo no duraría mucho tiempo, el monstruo de la industria sigue teniendo el control de la promoción y la distribución.
Como ocurrió a principios de siglo con el boom del pop latino, ocurre en la segunda década del siglo con el boom del pop progre latino, un género que encajó perfecto para el momento político del subcontinente y el consumo de la cultura de masas. Esta vez con un nuevo objetivo: bastardear todo el folklore latinoamericano para generar falsos patrones de identidad en el consumo, revendiendo su propia cultura a los pueblos. Calle 13 a la vanguardia, seguido de bandas como Bomba Estéreo, Choquib Town, Kevin Johansen, Ana Tijoux, Dengue Dengue Dengue, todos y cada uno en la cresta de la ola de su momento histórico, haciendo equilibrio entre ética y estética para no sucumbir a las demandas de la industria.
Si hacemos un mapeo en los últimos párrafos, se detecta la ausencia de una tierra virgen inexplorada musicalmente hasta el momento por la industria pesada, una tierra con una ubicación geográfica perfecta, atravesada por el trópico y con la frente hacia el Caribe, un caso sui generis para exploradores de la industria, una cultura indescifrable pero con sentido estético, rica en contenido musical y ritmos variados, el próximo objetivo de esta década: Venezuela.
Esta nueva década comenzó con un sacudón planetario, la industria musical mutando y el género urbano en la crisis de los cuarenta. René Pérez, frontman de Calle 13, se retiró a fabricar cervezas artesanales y a contar chistes ebrio por Instagram; Li Saumet se convirtió en un ser de luz en una playa paradisíaca del caribe colombiano; y la Mala Rodriguez transmutó en una suerte de Tongolele postmoderna; de igual modo muchos que dieron todo lo que tenían musicalmente, reclaman un merecido descanso. Pero la industria no se da por vencida, sigue escarbando identidades, busca nuevos ritmos y nuevos orígenes.
Aquí es donde comienza la inquietud por ese lugar indescifrable, impenetrable, indómito; ese lugar que fue el soporte de una gigante industria de distribución discográfica durante treinta años, pero con una agenda totalmente desordenada en términos de industria musical.
Aparece entonces la intriga ¿Qué tendrán esas arepas que le encantaban a Cerati? ¿A qué sabrá ese mango de Betsayda Machado y La Parranda El Clavo que ha puesto a bailar tambores de Barlovento a gringos, ingleses y alemanes? ¿Quién compuso ese “Caballo Viejo” con el que Arca sedujo a Bjork y Rosalía? ¿Cómo se toca ese afrobeat con quitiplas y culo e’ puya con el que Raúl Monsalve tiene bailando a los franceses y a media Europa?
Estoy seguro que estas y otras interrogantes están pasando por la cabeza de muchos A&R de distintas corporaciones, esperando los indicados para impulsarlos en la cresta de la ola. Ahora nuestra pregunta debería ser: ¿Esperamos a que entre la industria musical o les entramos nosotros? O nos ponemos de acuerdo o la colonización será la continuación de un eterno déjà vú.