“Contra todos los importadores de conciencia enlatada. La existencia palpable de la vida…”
Oswald de Andrade. Manifiesto Antropófago
“Llevo tu luz y tu aroma en mi piel y el cuatro en el corazón / llevo en mi sangre la espuma del mar y el horizonte en mis ojos…”. Estos versos simples, que no profundizan en la identidad venezolana, han querido ser divulgados como símbolos de nuestro gentilicio por un sector de la sociedad. Absurdos como esta canción, la iconografía de los alimentos y la cultura pop más rancia nos proyectan a un lugar simbólico con el que la gran mayoría de los venezolanos no nos sentimos identificados.
Las patéticas acciones chovinistas, como la del diseñador de modas que elabora prendas de vestir con iconos de una supuesta venezolanidad, por ejemplo el estridente sweater de «harina PAN» que lució el cantante Nacho para un programa internacional de TV, son solo algunos de los estrepitosos ridículos a los que nos someten ciertas figuras públicas ante los ojos del mundo.
Estas imágenes, llenas de un dramatismo heredado de las telenovelas, son el móvil para representar escenas exageradas que buscan imponer la imagen de un país que está fuera de la realidad de nuestros verdaderos símbolos. Un caso reciente fue la intervención “espontánea”, en el 2019, de músicos tocando la canción “Venezuela” en el metro de Caracas. Canción que, dicho sea de paso, fue compuesta y escrita por unos españoles apenas hace cuarenta años, eclipsando siglos de música venezolana originaria. Con todo el respeto que se merecen los talentosos músicos que participaron en dicha intervención, como venezolano jamás me sentiré representado por esta canción, así esté solo en el último glaciar del planeta.
Si profundizamos en la historia, vamos a encontrar gran cantidad de trazos de una identidad falsa impuesta por la industria cultural, como el caso del llanero de botas vaqueras, jean, camisa a cuadros y sombrero de cuero, un calco fiel del cowboy norteamericano y la música country, introducido por la industria del espectáculo para vender discos de “música llanera”.
Estos son apenas algunos detalles de las acciones con las que una parte de la población, en un escándalo mediático, pretende hacerle creer al mundo una idea que solo es un boceto prefabricado de nuestra identidad. Siempre con intereses políticos y económicos manejados por grandes lobbies de poder, que invisibilizan los reales símbolos culturales de nuestra identidad y dejan en el ostracismo siglos de tradición.
Estas burdas representaciones de lo venezolano permanecen orbitando entre los círculos de criollos en la diáspora, sin acceder en grande a los circuitos culturales; es un ciclo de autoreciclaje, que no trasciende de los circuitos de stand up comedy en Miami en sectores como el Doral, algunas ciudades de Latinoamérica y otras contadas de Europa, donde se regodea un sector del país que consume estos patrones chovinistas de una falsa identidad. Afortunadamente, circula una representación más honesta de nuestra cultura y tradiciones, expresada en grandes festivales de música, cine y arte en general, trascendiendo estos espacios rancios de la cultura de masas que pretenden enmarcar la identidad venezolana entre un empaque de harina de maíz y una canción completamente kitsch, escrita además por compositores extranjeros.
La estética tropical y sus estereotipos
A través de la historia, la industria cultural ha estigmatizado al trópico y el Caribe a través de una serie de estereotipos que se fueron sembrando en el inconsciente colectivo a nivel mundial. Piña colada, palmeras, islas paradisíacas, guacamayas, tucanes, indígenas y mulatas fitness son imágenes que, si bien es cierto nos pertenecen geográficamente como habitantes del planeta, se limitan a solo pequeños rasgos dentro de la diversidad de culturas que conforman estas regiones. Cada uno de estos territorios está atravesado por visiones cosmogónicas particulares que se perciben a través de la vista, el gusto, el olfato, el tacto y el oído, que si bien tienen relación no son idénticas.
En la música, la industria por lo general siempre ha buscado el gancho fácil, sumando los estereotipos tropicales y caribeños para explotar sus productos musicales, invirtiendo incluso más recursos en la imagen que en el resultado de la propia música. Lo visual siempre es lo primero que vende, tanto la carátula del disco o la portada de un sencillo, como el videoclip. Es en este punto que la industria se llena de lugares comunes y comienza a repetirse en serie, como en los casos del reggaetón, la salsa y la bachata, géneros que muchas veces pueden convertirse en un loop infinito en sus expresiones visuales y rítmicas, quedándose en la superficie de sus atributos culturales.
Estos estereotipos de la industria son reflejados perfectamente en el video Calma (Remix) de Pedro Capó y Farruko, un trabajo impecable con más de dos mil millones de visualizaciones, pero que a nivel narrativo se queda en la superficie de todo lo que ofrece ese esplendor caribe de playas paradisíacas. Un par de años antes, Luis Fonsi, manteniendo los rasgos comunes en este tipo de videoclips, se atrevió un poco más, incluyendo imágenes cotidianas de sectores populares de Puerto Rico. Despacito, un video muy bien logrado con más de siete mil millones de visitas, logra un balance entre los estereotipos y una mirada más honesta del Caribe, en la que hay calles de barrios humildes, juegos de dominó, gallinas, tendederos y otras imágenes que sin caer en la pornomiseria pueden reflejar una mirada parcial de la isla.
Rebola, de Tropkillaz, es un video un poco más evolucionado en su narrativa, que refleja la vida en las favelas de Río de Janeiro sin complejos de usar los estereotipos del reggaetón. Lo importante aquí es la vuelta de rosca, la escena alternativa, tomando recursos de la industria para implosionarla, un dúo de productores independientes que vio la oportunidad en dos figuras del mainstream para surgir como artistas y de paso visibilizar una mirada más real de Brasil.
En Venezuela, la industria musical siempre apeló a los estereotipos en las portadas de discos de la música tropical bailable. Sin embargo, la salsa y parte de la música tradicional en la década del setenta, puntualmente, tuvo una carga importante de la estética psicodélica de la época y la fotografía conceptual del jazz, esquivando claramente los estereotipos del trópico caribeño. Portadas de discos como las de Los Kenya 2, La juventud se impone del Sexteto Juventud y Sin complicación de Un Dos Tres y Fuera reflejan estos rasgos estéticos totalmente distanciados de los convencionalismos vinculados al trópico, dejando una sugestión sublime de esta esencia a través de los colores y lo semiótico.
Actualmente, las bandas venezolanas de pop, indie y sifri rock se encuentran viviendo un revival tropical, o más bien están descubriendo el trópico. En una aparente búsqueda de reconocimiento por parte del mercado musical de masas, hacen un giro brusco y atrevido del pop rock más anglo hacia ritmos como el merengue, la soca y el reggaetón, con una carga exacerbada de clichés estéticos y una investigación muy superficial y apresurada de los ritmos. Siempre con un músculo económico y un amplio margen de recursos, estas bandas rápidamente logran resultados impecables a niveles técnicos y de producción, elementos de los que generalmente carecen músicos y proyectos que llevan años, décadas en muchos casos, investigando los ritmos tropicales y del Caribe.
Resignificar la identidad
Desde sus laboratorios de marketing y segmentación poblacional, a lo largo de la historia la industria cultural ha impuesto patrones de modas uniformes y tendencias para todo el planeta según sus intereses económicos y políticos. El ecosistema de la música es uno de los sectores de la cultura más embestido por estas prácticas, creando géneros musicales a partir de la apropiación cultural o arrebatándole su marca a tribus urbanas, convirtiéndolas en productos de masas, como ha ocurrido a lo largo de la historia con distintos géneros urbanos como la salsa, el punk, el hip hop, el reggaetón y muchos otros ritmos banalizados, empaquetados al vacío y separados de su esencia original.
Esta uniformidad de gustos musicales, durante el siglo pasado afectó sobre todo a los países latinoamericanos y a los más pequeños de Europa, con la penetración de la música anglo y su estética, importada desde Estados Unidos e Inglaterra principalmente, imponiendo a los consumidores solo las opciones que promocionaban las grandes corporaciones del disco. Incluso la salsa, siendo un ritmo latino, desde el principio fue una estrategia de marketing para conquistar el mercado hispano en Estados Unidos, con toda la producción discográfica del género manejada prácticamente desde ahí.
A finales de la década del sesenta y principios del setenta ocurrieron cambios determinantes en la historia social; el mayo francés del 68, la Primavera de Praga, la Revolución cubana, la liberación sexual, la psicodelia y otros eventos fueron el detonante para convertir en un hervidero de ideas subversivas las mentes de muchos jóvenes alrededor del planeta, que amenazaban la estabilidad de cualquier gobierno conservador y de derecha.
Al surgir movimientos contraculturales y musicales de rock en los Estados Unidos, a partir de festivales como Woodstock, el Monterey Pop o el de la Isla de Wight en Inglaterra, surgieron paralelamente movimientos musicales con una identidad que se desmarcaba de la imposición que la industria hegemónica estaba generando, camuflada en el discurso del peace and love, que ya había sido masticado por la industria cultural de masas para imponer sus productos en todo el planeta.
En Brasil surge el tropicalismo, como respuesta a la imposición anglo, y en Alemania aparece el Krautrock, movimientos musicales que trascendieron en la historia y lograron en gran medida otorgarle alguna autonomía a la industria musical de sus países, evitando hasta cierto punto la injerencia de las transnacionales; cuando esto ocurre al menos se mantiene intacto el idioma y su esencia musical, sin repetir patrones del mainstream.
El tropicalismo emerge incluso antes de los grandes festivales de Woodstock y la isla de Wight, el mismo año que el Monterey Pop Festival. Con su origen en el interior del país, específicamente en Salvador de Bahía, a miles de kilómetros de las capitales financieras y culturales del gigante amazónico, Caetano Veloso, inspirado por el cine con contenido social de Glauber Rocha y su película Terra em Transe, en medio de una dictadura y una constante tensión política, le da forma al disco que bautizaría con su primer corte al movimiento Tropicalia, nombre que rinde homenaje a una instalación del artista plástico Helio Oiticica.
Paralelamente, Gilberto Gil, otro músico del estado bahiano compañero de Veloso y en su misma página creativa, estaba creando su disco homónimo en la misma línea discursiva de aquel, inspirado por el disco Sgt. Pepper’s de The Beatles y la música tradicional del nordeste brasilero. Ambos tuvieron arreglos del compositor Rogerio Duprat, un músico académico carioca influenciado por los movimientos vanguardistas de la música contemporánea europea, que coincidió en Alemania y Francia con los compositores avant-garde Pierre Boulez, John Cage y Karlheinz Stockhausen.
De este trío integrado por Veloso, Gil y Duprat surge la composición del disco que catapultó al movimiento en la historia: Tropicália: ou Panis et Circencis. Una obra a la que convocan colaboradores como el poeta Torquato Neto, las cantantes Gal Costa y Nara Leão, el músico Tom Zé, la banda de rock psicodélico Os Mutantes y el escritor Capinam. Este disco fue lanzado en mayo de 1968, al mismo tiempo que ocurrían las olas de protestas en las universidades francesas que conmocionaron al mundo y le dieron un giro a la voz política de la juventud en Occidente.
El tropicalismo, en su búsqueda de hacer una constelación de diálogos, estaba inspirado en el plano intelectual por el «Manifiesto Antropófago» (1928) del poeta Oswald de Andrade, que fue el resultado de la discusión entre varios artistas que se venía arrastrando desde la semana de arte moderno de 1922, cuando el mismo autor redactó el «Manifiesto Pau-Brasil». Durante los años siguientes, el debate sobre el futuro del arte en el país se fue dividiendo hasta generar el «Manifiesto Antropófago», apoyado por una facción de los modernistas. Tropicalistas, concretistas y poetas marginales de los setenta, son apenas unos pocos de todos los movimientos artísticos que se han inspirado en el manifiesto del poeta Oswald de Andrade.
El planteamiento simbólico del acto antropófago sugiere la posibilidad de consumir y deglutir información cultural de distintas fuentes junto a elementos propios, como método para comprender y conformar una identidad. No es casualidad que durante los últimos cincuenta años la industria musical brasilera ha transitado por toda la gama de géneros musicales del mundo, con sus ritmos originarios como base principal y sin alterar el idioma.
El Krautrock también responde al inconformismo de la juventud de finales de los sesenta y a la necesidad de desmarcarse de la cultura estadounidense, como una respuesta política a las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y un acto de resistencia al poder hegemónico que representaba el Plan Marshall en algunos países de Occidente y especialmente de Europa.
La juventud alemana, inconforme con la oferta cultural estadounidense, buscaba el acto antropófago de la misma forma que los tropicalistas, consumiendo y deglutiendo toda la información cultural proveniente de los Estados Unidos para resignificarla con nuevos elementos. En especial el Krautrock exploró más que todo el rock psicodélico y el jazz, incorporando música concreta, minimalismo y electrónica a estos géneros, a través de unos procesos de producción en los que la consola para la grabación y mezcla era un elemento protagónico para el resultado final, como un instrumento más, tomando como referencia principal a los maestros del dub Lee Perry y King Tubby.
Con menor proyección internacional, pero con resultados increíbles, se impulsa en la década del setenta el fenómeno en España del rock flamenco, con el grupo Smash, que fusionaba rock progresivo con flamenco y la obra de Camarón de la Isla, que atraviesa un mestizaje importantísimo en la música y marcó para siempre el futuro de la música española. De la misma forma, en la década del sesenta la isla de Jamaica crearía su propia identidad musical mucho antes de la proyección mundial de Bob Marley, en Cuba la nueva trova le da un giro caribeño al folk norteamericano, y en sus inicios el reggaetón mezcla el caribe con el hip hop y el pop anglo. En las Antillas inglesas, la soca, el calypso y el chutney music se convierten en la respuesta caribeña a la penetración cultural de sus colonos y la industria musical hegemónica.
En Venezuela, ese proceso antropofágico cultural se comenzó a sentir, tal vez, con algunas aventuras fusionadas de la Billo’s Caracas Boys, grupos de salsa como Los Kenya o el Sexteto Juventud, pero, puntualmente en el sentido de la investigación, aparece a partir de la onda nueva de Aldemaro Romero en los sesenta, y atraviesa las siguientes décadas en proyectos como La Banda Municipal, Autana, Adrenalina Caribe, Guaco, Bacalao Men y las otras bandas que reseño a continuación.
Factoría del Tropical Groove venezolano
En un breve recuento de las últimas cuatro décadas, podemos encontrar en Venezuela proyectos musicales perfilados dentro de un groove tropical auténtico, que inventaron nuevos ritmos a partir de la fusión, con una identidad marcada que los convirtió en únicos e irrepetibles alrededor del mundo. Para ubicarnos en contexto voy a desglosar una breve lista de bandas venezolanas que considero exploraron nuevos sonidos para generar una marca nacional que puede distinguirse en cualquier lugar del planeta.
Guaco
El guaco es un pájaro con carácter, una suerte de halcón mestizo blanco y negro con una identidad marcada. Este fue el nombre que decidió para sí una joven banda de gaitas del estado Zulia en la década del sesenta, cuando una madrugada en el medio de un ensayo vieron un pájaro guaco posado en un chaguaramo, que los observaba mientras ensayaban. De esta génesis cósmica surge la agrupación más longeva del país que, a pesar de reformas y de irse reinventando a lo largo de más de cincuenta años de carrera artística, con una soberbia discografía, nunca se ha detenido. De una gaita con un ataque particular, Guaco fue transitando la música popular con el ritmo de la historia, incluyendo en su repertorio géneros musicales e instrumentos de vanguardia, otorgándole un color y un sonido a su música irrepetibles en el mundo, definiendo una identidad propia: Guaco es Guaco.
Aldemaro Romero
Músico académico y reconocido compositor que sembró los cimientos para generar una identidad propia en una música venezolana que a la vez dialoga con la música popular del mundo. Como resultado de una profunda investigación de nuestra música tradicional, el jazz, el bossa nova, el pop y la música académica, Aldemaro Romero le dio forma a la onda nueva, un ritmo de fusión admirado por músicos, investigadores y coleccionistas del mundo, que nunca trascendió a los espacios de ciertas élites para convertirse en música de culto sin acceso masivo.
La Banda Municipal
El concepto de Big Band de jazz que proponía el pianista austriaco-venezolano Gerry Weil en su trabajo anterior, The Message, evolucionó a este ambicioso proyecto, también de culto y corta vida, que fusionó la música tradicional venezolana con jazz y rock progresivo, para generar un sonido único en la historia de la música venezolana y mundial.
Grupo Sietecuero
Una banda importante en el área de la fusión tropical, siendo el primer proyecto venezolano que se atrevió a salir de los estereotipos de la música del Caribe, específicamente de la salsa, para crear un nuevo sonido que incluyó el rock, el jazz, el pop y la música tradicional venezolana. Esta banda se convierte en la piedra fundacional de la música pop tropical de autor en el país, al disolverse y fragmentarse en tres de las agrupaciones más populares de la década del ochenta: Daiquiri, Adrenalina Caribe y Yordano. Separando las distancias, ocurrió algo similar a la constelación del disco Bitches Brew del trompetista Miles Davis, que evolucionó en proyectos como Weather Report, Mahavishnu Orchestra y Return to Forever.
Adrenalina Caribe
Uno de los proyectos que surge de la fragmentación de Sietecuero. La banda liderada por Evio di Marzo continúa explorando los ritmos y géneros de su agrupación anterior, estampando su carácter a las letras, comprometidas con causas sociales, el arraigo por el caribe y la poesía. Un sonido realmente único que, sin responder a los estándares del mainstream, logró colarse entre la cultura de masas como la televisión, la radio y el circuito nacional del entretenimiento.
Daiquirí
Otro de los proyectos que surge de la disolución de Sietecuero, liderado por Alberto Slezinger, también sigue el mismo rumbo de exploración tropical fusionada con pop y música dance de la década del ochenta. A diferencia de Adrenalina Caribe, el grupo Daiquirí sí busca frontalmente penetrar el mercado y la cultura de masas, incluso estaba listo para la exportación. Su sonido, bastante original, fue el resultado de músicos en su mayoría graduados de Berkeley College y se caracteriza por una prolijidad y limpieza técnica, particularidad de las grandes bandas pop de la época.
Autana
Cuando la música es creada bajo una atmósfera honesta y de inspiración no es calculadora ni se proyecta en el futuro, simplemente fluye como un arroyo de creatividad. Autana es una banda de culto que dejó en Caracas una huella importante en el campo de la investigación de la música afrovenezolana, afrocaribeña y su fusión con géneros populares como el jazz y el rock. Formada en el Taller de Percusión y Arte Integral Sarría, a través de la unión de jóvenes convocados por inquietudes que los conducían a buscar nuevas formas de docencia y procesos creativos con la música como móvil y principal objetivo. De esta lista es la única banda sin disco.
Los Amigos Invisibles
La banda más longeva formada en la década del noventa y con mayor promoción internacional, con un ritmo incesante de giras, nominaciones a los premios Grammy y ganadoras de un gramófono. Jóvenes que transitaron su adolescencia en la década del ochenta, al formar la banda la década siguiente absorben toda la cultura popular de su ciudad y el país en general, tomándole el pulso a la sociedad venezolana para fusionarla principalmente con los ritmos más exquisitos del funk, el acid jazz y el house, siempre con matices tropicales de merengue, salsa, bossa nova y otros géneros consumidos por la cultura de masas. Definitivamente, fue esta honestidad creativa la que condujo a la banda a su proyección internacional.
Bacalao Men
Una banda caraqueña que se conforma con integrantes de diferentes proyectos orientados a los ritmos tropicales fusionados con el funk y el rock de la década de los noventa. Sebastián Araujo, baterista de las bandas legendarias Sentimiento Muerto y Dermis Tatu, acude al llamado de Pablo Estacio, líder de la banda Quinto Combo, para formar un trabuco lisérgico caribeño al que Cayayo Troconis definió como “acid salsa” en un programa de televisión días antes de su muerte.
Raúl Monsalve y los Forajidos
Raúl Monsalve es un bajista venezolano residenciado en París, con una larga trayectoria junto a diferentes bandas en su país y Europa. Ha explorado diversos géneros tradicionales afrocaribeños y afrovenezolanos de una manera profunda, influenciado por los grandes maestros de la percusión venezolana, a quienes ha tenido la suerte de conocer. Raúl Monsalve y los Forajidos es uno de sus proyectos musicales, que recientemente lanzó su tercera producción Bichos, esta vez editada en formato vinil a través del sello venezolano Olindo Records, con base en Londres. Un ritmo inédito de música afrovenezolana, que dialoga muy de cerca con el afrobeat, el latin jazz, la música electrónica, e incluso lo más atmosférico del Krautrock.
Insólito Universo
Es una banda conformada por la poeta, cantante y cuatrista venezolana María Fernanda Ruette, junto a sus paisanos Raúl Monsalve, en el bajo, Edgar Bonilla, en el piano, y Andrés Sequera, en la batería. Cada uno con una buena cantidad de millas acumuladas en Caracas y Europa dentro de proyectos musicales y artísticos en general. El grupo se forma en la ciudad de París en el año 2016, a partir de una investigación profunda de la música tradicional venezolana, para llevarla a un lenguaje universal en el que intervienen elementos de otros géneros y otras épocas, con matices contemporáneos.
Menciono solo las bandas de arriba por razones de espacio, tomando en cuenta como criterio su trayectoria, labor sostenida en el tiempo y soporte discográfico. La excepción, Sietecuero y Autana, se debe a la profunda investigación de ambas bandas en los ritmos tropicales y afrocaribeños fusionados con jazz y rock, además del legado que dejaron ambas bandas por sus fragmentaciones en proyectos siguientes como Daiquirí, Adrenalina Caribe y la carrera en solitario de muchos de sus músicos.
Debo agregar que la lista de bandas con este rasgo, crear una identidad dentro de la música hecha en Venezuela, es larga, proyectos como El Guajeo, LapaMariposa, La Muy Bestia Pop, Frank Quintero y Los Balzehaguaos, Melao, Grupo Pan, el Quinto Aguacate, Los Cuñaos, Un dos tres y fuera, son apenas algunos de los nombres que revolucionaron la música, inventando nuevos ritmos a partir de la música tradicional venezolana trasladada a otros géneros. En la próxima entrega revisaremos procesos de reconocimiento y difusión de la identidad musical venezolana en el panorama actual.