El rostro inflamado como una bomba detrás de la confesión arde la herida la ceguera sabe que el dolor punza el miedo al abrir los ojos de la agonía la dermis inventa otro color pueril liviano.
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El primer gesto de esperanza es la última inocencia. Paula, debo confesar: así como los pájaros cantan sobre el alba, los árboles se entristecen al final del día, la luna es más valiente que yo desafía los rayos en plena aurora, siempre ser niño descansar sobre el azul del horizonte hasta que el sendero sea aniquilado por la corriente. Alguien nos dijo: Entre el temblor y la precipitación el gris del día es una marca en mi voz la nube extravía el agua predice la imposición del pozo alumbrado
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Resignarse como el capullo atado al horizonte desencadenarse con la garganta mojada, botar espuma de manantial en el más diáfano silencio. Piensas: Algunos espejos queman el rostro al recoger los cristales la piel niega reconstruirse, fotografía de la infancia bálsamo de corriente ígnea arropa los capullos del frailejón, los riega, guarda sus hojas secas cuelga no olvida la montaña susurrando un nombre oculto en la arena Piensas: Algunos jardines se difuminan con el carboncillo gotas huérfanas son capullos que gotean una y otra vez Nube de gas explota sobre mi rostro desaparece las huellas del gris celestial pronuncia paisaje a media mañana. Basura armonizada por el rocío de una flauta, abyecto lugar de sauces donde la ternura es una camisa de fuerza y mi pecho un anochecer que abandona el retablo invisible Vibran las paredes caen las ventanas, sobre el pasamanos: la respiración artificial hecha sueño.
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La corteza del pan cae sobre mi cuerpo desnudo el café se derrama sobre el viento. Una señal persistente como la inquieta roca empapa el cataclismo
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Mientras el agua hierve vaporizan restos abundantes al calor. Mientras la taza enfría el agua sucumbe diáfana distorsionada desolada. El gesto pueril del llanto alimenta el silencio el patio resuena hasta el último ardor. El silencio de la campana rompe el presagio de los abedules las plantas se extravían al final del ocaso La inocencia es la de los parques repletos de golondrinas vientos huérfanos.
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La alegría es diferente a la de la llegada celestial tres años más tarde comprendí que el ceño fruncido, es el portal a la fecundidad inefable del árbol río caudaloso. Entendí que la mirada extraviada es el único centro y te digo: Azucena, tú devuelves la flor al centro del jardín y es así como se destruye el tejido. En el silencio busco la vocal al descifrar tu sudor te desnudas, y yo me siento huérfano, como la lluvia al dejar de caer. Los truenos anuncian la llegada de nuestros cuerpos abandonados. Verte es un dardo al punzar mi corazón estallido del árbol susurrando miedo. Tú me revelas el anhelo de los agonizantes por conservar su desdicha o su amor . Azucena: Eres el sable que devora mi morada inventada, un dibujo apenas conocido que ama sin suspirar Por las tardes reproduzco resonancias de tu robusta tesitura ante mi cuerpo repleto de espigas. Cuando me alojo en el silencio escucho el agua que hasta hace unas horas Tonificaba nuestros tímidos cuerpos. Desde entonces preparo el mismo desayuno barro mi habitación la cocina. Afrodita, Hares y Atenea, me preguntan por ti. Se vive en la aurora innombrable, yo también te extraño como una canción persistente aguardo en el silencio cierro los ojos, repito la inicial de tu apellido como un rosario me persigno todos los días en tu nombre. Disipo la tarde permanezco atado al sendero que lleva tu sombre al colibrí lo derrota su vuelo.
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En la puerta de mi casa hay una virgen que observa mis movimientos, al ritmo del aire esconde mis ojos En la habitación veo la nube en forma de cúpula desierta soplo invisible de gaviotas imagino el color de mi aliento no perder quién soy un derrumbe de anfibios muertos. entre aullidos de pájaros sangrientos, el bálsamo de la frente retumba en mis ojos de cobarde taciturno.
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Anotaciones a partir de la observación diaria Solsticio Entrar al portal quemar los dedos alrededor de la sortija. Aprender tu semblante naranja como el capullo aguarda nuestra secreta soledad, los jardines son huella la energía no es de Dios
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Mis labios tiemblan al compás del hielo fugaz Soy el gato que frunce el ceño enumera las gotas desnudo tu insomnio hago un pozo helado de lágrimas nombro cantos propios en la montaña que nos inventa. En la precipitación del sol aliento de horas calcinadas llevan el epitafio de mi nombre.