Durante siglos, Drácula se mantuvo entre los vivos bebiendo sangre de todo aquel incauto que se cruzara en su camino, pero con los años se fue cansando de su rutina. Ahora se conforma con tomar las bolsas de sangre en el hospital más cercano. La cacería ya le aburre. Todos saben dónde encontrarlo, pero pocos lo visitan. Nadie está interesado en ser vampiro. La tecnología ha avanzado tanto que ya no se necesita estar muerto para ser inmortal. Ocasionalmente recibe visitas, pero son solo de curiosos que desean ver una reliquia en decadencia.
Un día, uno de los hombres más longevos de la tierra fue a visitarlo para conversar con alguien que estuviera a su nivel.
─Vlad ─dijo el hombre─. He logrado aprender todo sobre la humanidad, puedo predecir lo que pasará. Sé dónde está Dios, sé por qué existimos. Conozco los secretos de la mente humana. Con todo este conocimiento puedo hacer cualquier cosa realidad ─continuó haciendo gestos teatrales, verdaderamente convencido de lo que había logrado─. Y solo me tomó mil trecientos años.
Drácula lo observó detrás del humo de su cigarrillo antes de romper el silencio.
─Me alegro por ti, ─contestó sin sorna─. Yo llevo aquí cinco milenios y no estoy seguro de nada todavía.