Hay voces que se apoderan de la escritura. Con voces me refiero a estilos, maneras según lo que hemos escrito. El lenguaje burocrático, académico y periodístico son algunos ejemplos. En mi caso, hay dos voces que siento han hecho de las suyas. Peleo de forma constante con ellas. Me refiero a la voz académica y a la voz de la teoría, que para mí no son las mismas voces aunque parecen serlo.
La voz académica es reconocible porque el sujeto que la habla es un extraño colectivo que oímos y leemos desde la academia y desde dicha comunidad. Siento que puede restar cosas. Ritmo. Imágenes. Plasticidad. Aunque no niego que un buen escritor, una buena escritora pudiera sortear sus baches. Pero es mejor limitarse a hacerlo bien, a como lo dictan las reglas y que la escritura sea lo más pulcra posible para tales efectos. La voz de la teoría a veces es académica pero otras no.
La voz de la teoría es la que se refiere a un análisis crítico y cuando se expresa lo hace con referencias atadas al campo teórico. La separo de la academia, aunque puede que a veces forme parte de ella, porque hay teóricos y voces teóricas que están fuera de la academia. La mayoría de los grandes teóricos que he leído lo estuvieron. Mucha gran teoría pasó a formar parte del canon, de la historia intelectual (ya estoy sonando teórico) y de la academia misma luego de presentarse como una obra que no se podía pasar por alto; hay veces en donde las teorías se sostienen porque hay una comunidad, un networking que las sostienen, pero en muchos casos también hay teorías que se defienden solas, libros que se bastan a sí mismos.
Por todo esto, en la escritura, en lo que a ideas se refiere, no todo se limita a lo político, al marketing de la industria del libro, a los intereses del campo cultural (que todos comportan un tipo de voz, de voces), para que un trabajo se presente, encuentre su lugar y se mantenga como obra. Así han sido y así son las cosas. Han cambiado un poco por la masividad de lo digital y sus maneras, por lo que el cómo será el destino de lo escrito aún está por verse. Hay casos en donde se imponen ciertos libros, ciertas voces, pero es coyuntural. Esa permanencia sobre ciertos autores y libros seguirá siendo así por las razones ya expuestas. Lo cierto es que por dichos libros pasarán los meses y los años y nadie se acordará de ellos aunque se hayan comprado y estén por ahí en alguna biblioteca. El furor pasó. Pero hay otros casos, que son los que más me interesan, los que cobran vida por sí mismos. Por sus popias voces, por su propia escritura. Esos libros que se comportan como un libro de ética para Wittgenstein, libros que aparecen y hacen estallar a los anteriores.
Esa imagen me hace volver a la idea de la diferencia entre libro y escritura. A lo mejor los libros que perduran no son libros sino más bien un tipo de escritura, una voz, unas voces que permanecen.
Como decía, lucho con esa idea de voz a diario. Con esas voces. Con la académica que solo quiere ver el análisis de las cosas desde esa visión, desde ese sonido, desde esa distancia. Con la periodística, la del tuitero y su caza constante de likes. También me pregunto si lucho con la voz del bloguer que me ha dado de comer tantas veces. Me he visto terminando textos propios, literarios, con las típicas coletillas con llamados a la acción de los textos publicitarios. A veces los borré y otras no, porque las voces, sean las que sean, tienen su fuerza y su personalidad y se justifican, me vi a mí mismo justificándome y diciendo que estaba bien, que no había problema con eso. La escritura funciona así como una constante vigilancia sobre nuestra propia mímesis cotidiana. Alguna vez me dijo un amigo que uno tiene que tener cuidado cuando escribe porque podría estar releyendo. Yo terminé agregándole que también hay que tener cuidado cuando se escribe porque se podría estar reescribiendo; o tener cuidado cuando se piensa porque se podría estar releyendo o recreando alguna de esas voces. Después de todo, el ejercicio meta de la escritura siempre está allí: no se escribe sino en el marco, bajo el cobijo de una pregunta ¿por qué escribo lo que escribo mientras estoy escribiendo? Suena un poco raro, pero no hay problema, digamos, un problema general que nos agobie sino más bien el problema está en la posibilidad de querer escribir con cierta voz y que la otra, las otras voces, no lo permitan. Pongamos un escenario: querer escribir con una voz narrativa pero que una de aquellas (académica, teórica, ensayística o lo que fuere) se superponga y no termine de contribuir a la casa que construyes. La idea sería dominar las voces sin que te dominen, porque se tiene que comer, porque al mismo tiempo hay tareas burocráticas y creativas que realizar. No confundir este argumento con el acto de manejar, controlar las técnicas de escritura, porque creo que no se trata de eso. Se pueden manejar las técnicas pero nunca se está del todo seguro si la técnica habla por ti. La voz te controla a ti.
La escritura suele ser un vástago. Neurosis. Un poco esquizo la escritura. Pero no todo el tiempo se puede estar como Baudelaire, embriagados con la palabra. Ahora funciona de una manera distinta, el mito del escritor, de la escritora, es otro y la escritura también demanda otros asuntos. Vivimos una escritura sin mito y sin escritor, Barthes dixit. Tal vez la embriaguez del presente es diferente. Con tanto ruido y tanta borrachera del mundo mismo la escritura más bien demanda silencio. Solo en ese silencio se puede escribir lo nuevo y aprehender esas voces y que en vez de baches en el camino sean recursos, registros para que nuestra escritura tenga capas, niveles de expresión.
La escritura no es una máquina. No podría ser tan limitada. Tan moderna. La escritura es antigua y siempre se renueva, en tanto lenguaje hablado como escrito. Porque no separo la escritura de lo que se habla, ambas se alimentan para dar un engendro nuevo. Si fuese máquina no lidiara con las voces, simplemente se programaría y como un robot presentaría lo que se le pide. Aunque a primeras suena como algo práctico, no sería lo que es la escritura si fuésemos así de mecánicos. El texto es subjetividad pura y en ese sentido, porque tiene carne, humanidad, el titubeo propio de lo humano es lo que hace su experiencia, digamos, verosímil y en muchos casos, real. Porque es parte del discurso interno en constante hechura. Esa voz de la mente que todos tenemos y que diferencia a escritores de no escritores en la simple razón práctica de que algunos se toman el tiempo de transcribir y pasar por un programa estético sus disquisiciones internas y otros no. Todo el mundo escribe, sea en el aire o en la parte interna de su cabeza, en su memoria o sus ensoñaciones. La estructura misma del pensamiento es narrativa, ensayística, como en El burgués gentilhombre que escribía en prosa sin saberlo. El pensamiento siempre es libre y al mismo tiempo ha sido moldeado por el lenguaje escrito, a lo que se le considera como “ordenado”. Pero a todas estas ¿acaso todo no ha sido una creación humana, incluso lo considerado maquínico? Todas estas creaciones están llenas de humanidad pura, incluso cuando se escucha la voz de un robot es la voz que lo humano le ha asignado al robot como una voz; tal vez, entre las distinciones que podríamos hacer entre las máquinas, es que de acuerdo a sus funciones y fines, como en la escritura, es que hay cierta racionalidad, pero una racionalidad plural que contiene motivo y motivos por el cual fueron hechas, una orientación que contiene la impronta de la cultura en las que fueron fabricadas, digamos, con el propósito de determinar sus probables funciones e impacto sobre nuestras vidas. Qué diría Benjamin sobre esto, ay, el autómata, el ajedrez, todas las jugadas. Puro materialismo histórico haciendo de las suyas, detrás de cada mecanismo no hay sino una mano humana, una genealogía de lo faber.
Cuando se arma un rompecabezas no se arma sino el paisaje que fue diseñado previamente por otro. Algo así nos dice Perec en La vida instrucciones de uso. De modo que aquellas voces son humanas, tengan la estructura que tengan. Lo único que las diferencia son sus respectivos propósitos y esa carga orientada a tales fines. Pero eso no desdice todo lo que he dicho antes sino más bien problematiza nuestra escritura, el hacia donde va. Lo que es innegable es que hay una comunidad de escritura, un resultado, una extensión de dicho texto, un discurso, un relato, una constelación de textos que son los que le asignan al texto nuevo su lugar y con eso y contra eso y fuera de eso se escribe. Para conseguirle un lugar a lo que hacemos, en la lucha con aquello o en su inserción o en su incrustación en el lugar inédito, que en cuanto a la escritura creativa debiera ser el lugar al que aspiremos. Ojo, también se vale escribir para nada. Tal vez la escritura es aquella que no tiene mayores pretensiones sino ser escritura. Ruido. Ambigüedad. Caos. Garabato.Vacío. Silencio. No hay que olvidar que también la función de la escritura ha sido un lugar sobreestimado. Estamos en el tiempo, por fortuna, del cese de todo aquello, pero al mismo tiempo cargando con sus ripios y con los distintos dioses viviendo al unísono, por lo que la tarea escritural se parece un poco al devoto que trata de complacer a uno y a otro. El escritor, la escritora, son politeístas. Al decir de Roque Dalton asimilan críticamente la tradición cultural y literaria de la humanidad. Por lo que la vía, el camino a tomar no es más que el que la intuición dicte. No hay una forma una de escritura, “después de todo no hay un mundo uno”, dice Retamar en Calibán. No hay vía sino vías, proyectos. Poéticas. Y la tarea de cada escritura es inventarse una escritura, una poética propia sin limitaciones de géneros y voz. Y voces. Lo importante, tal vez, es pasar por esto, por el vaivén de preguntarse por qué se escribe, cuáles son las voces en las que lo hacemos y por supuesto, cuáles son las que se imponen, pero sobre todo, cuál es la voz, las voces a las que aspiramos.
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