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What Ever Happened to Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962)

  • Alejandro Fierro Alejandro Fierro

  • 17 noviembre, 2021

    El desván del mundo del espectáculo está lleno de juguetes rotos. Hollywood nunca tuvo pudor en hacer el inventario de las estrellas caídas. Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1951) es la obra canónica sobre la evanescencia de la fama. What Ever Happened to Baby Jane? –¿Qué fue de Baby Jane?, traducción aproximada– es una vuelta de tuerca a estas amargas historias. Esta vez, las perdedoras son dos, las hermanas Hudson. La mayor de ellas, Jane, fue niña prodigio del vodevil. La otra, Elsa, creció a la sombra de su hermana para superarla ya en la juventud, convirtiéndose en una diva del cine hasta que un oscuro accidente la dejó postrada en una silla de ruedas.

    Robert Aldrich, un director siempre a reivindicar (Vera Cruz, Kiss Me Deadly, Autumn Leaves, The Dirty Dozen), las encierra en una lóbrega mansión para someterlas a un tour de forcé preñado de sadismo, venganza, crueldad y paranoia. Probablemente no fue casual que recurriera a Bette Davis y Joan Crawford. La animadversión entre las dos actrices era legendaria (tanto que hasta fue convertida en una serie, la muy recomendable Feud, con Susan Sarandon y Jessica Lange). La toxicidad con la que se condujeron en el rodaje se reflejó en la pantalla. Joan Crawford pidió una doble para las escenas en las que Bette Davis la golpea, convencida de que iba a necesitar puntos de sutura si las protagonizaba ella misma. Un tanto hipócrita por parte de la Crawford el jugar a ser la víctima: en la secuencia en la que Bette Davis debía arrastrarla por la habitación, se llenó los bolsillos de pesas sin que nadie lo advirtiera, obligándola a un esfuerzo que terminó por lastimarle la espalda a su antagonista. Con semejantes mimbres, no es de extrañar que el resultado final rezumara el desprecio y el odio que ambos personajes se profesan.

    Aldrich conjura el evidente riesgo de caer en el teatro filmado –dos personajes, un escenario– cuidando al máximo cada plano. Con la complicidad de Ernest Haller –autor de la mágica cinematografía de Lo que el viento se llevó– dispone a las actrices según los requerimientos de la narración. La minuciosa puesta en escena es un festín para quienes creen que la cinemática es la verdadera identidad del cine, desplegando una variedad de enfoques sorprendente para una película que se mueve en registros tan minimalistas. Por su estructura formal, Baby Jane es una obra de transición entre un clasicismo formal que daba sus últimos estertores y la libérrima explosión de nuevos lenguajes que inauguraban los sesenta. En ese breve espacio entre lo que no acaba de morir y lo que está aún por nacer se encuentran algunos de los trabajos más originales de la historia, entre ellos esta película.

    El otro acierto del realizador fue convertir a la casa/prisión en un personaje más. El hecho de que la mansión perteneciera a Valentino, el mito por antonomasia del cine mudo, no es solo un guiño evidente a Sunset Boulevard. También establece la comparación entre un pasado esplendoroso –no hubo un Hollywood más floreciente que el del silente– y un presente claustrofóbico y decadente. El edificio alberga más dicotomías. El piso de arriba representa el confinamiento, mientras que la libertad espera en el de abajo, en ese teléfono promesa de contacto con el exterior. Y ese mismo exterior es filmado de forma luminosa, casi cegadora, frente a los claroscuros asfixiantes del interior de la vivienda.

    El público hizo largas colas para ver como las dos actrices trasladaban a la pantalla su enfrentamiento en la vida real. Una vez satisfecho el morbo, lo que Aldrich les proporcionó fue un sólido ejercicio cinematográfico a caballo entre el noir y el terror gótico. Bette Davis salió triunfante del duelo interpretativo, si bien es cierto que su personaje se presta más al lucimiento actoral. Como manda el reglamento del odio, omitió a Joan Crawford en todas las entrevistas que concedió. La Academia certificó su aparente triunfo: obtuvo su décima nominación. Pero al igual que en la película, nada se podía dar por definitivo en esa guerra abierta. Joan Crawford sabía que Anne Baxter, otra de las candidatas, no podría estar presente en la ceremonia al encontrarse en medio de un rodaje y se ofreció a recoger el Oscar en su nombre si ganaba. Baxter, que probablemente también albergaba algún resentimiento hacia la muy difícil Bette Davis, accedió. Cuando el presentador de la gala mencionó a Anne Baxter como ganadora, Joan Crawford subió a recoger el premio, haciendo gala de toda su indiferencia al pasar delante de su acérrima enemiga. Las fotos de la noche, estatuilla en mano, fueron para ella… Y también la victoria final de esa batalla campal que fue Baby Jane.

    Los productores trataron de repetir la jugada con Hush… Hush Sweet Charlotte, de nuevo con Robert Aldrich al frente. Las dos púgiles aceptaron el nuevo combate fílmico. A pocas semanas de empezar el rodaje, Joan Crawford se apeó del proyecto. Fue la decisión más sensata. Quién sabe hasta dónde podrían haber llegado… Fue sustituida por Olivia de Havilland y aunque el resultado final fue más que digno, no llegó a los niveles de Baby Jane. Probablemente la Davis y la Havilland no se odiaban con la suficiente intensidad…

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    Alejandro Fierro

    Alejandro Fierro

    Islas Canarias, 1968. Cinéfago impenitente desde la infancia y periodista cinematográfico a partir de la década de los 90, cree a ciegas en el mandamiento de Truffaut de que el cine para leer es tan importante como el cine para ver. Creció con solo un canal de televisión y paradójicamente eso le permitió ampliar su mirada: se veía lo que se emitía, ya fuera un clásico de Hollywood o un filme neorrealista italiano.

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