—¡Mierda de taller literario!
—¡No puedes escribir eso, Opa, es ofensivo y resulta contraproducente para obtener participantes que quieran inscribirse en tus cursos –me riñe, con solemnidad aleccionadora, la menor de mis nietas alemanas.
—¡Venga ya! Pon ahí: Taller de escritura en Fellbach para hispanoparlantes. Este curso dotará al participante de una completa caja de herramientas para narrar aquellas historias que quiera compartir, de manera fluida e interesante, con el lector…
He desempolvado mis archivos digitales del taller “Dinámicas urbanas” que dictaba en Caracas y las he remozado adaptándolas a lo que se me antoja que podría funcionar “ahora y aquí, en este lugar”, como diría aquella canción que no recuerdo de quién es ni me apetece googlear.
Se ha inscrito media docena de participantes. Frau Murnau es una rubicunda jubilada que disfruta ostentar sus inviernos germanos pasados en la vana (sic, no me vaya algún desaprensivo a querer enmendar erratas) Cuba “aprrrendiendo a bailarrr sssalsa”; un imberbe ingeniero de Teruel; una dama guatemalteca que no ha leído a Asturias, que no; una joven filipina sin lazos consanguíneos ni con Julio Iglesias ni con Isabel Preysler ni con Tamara Falcó y, finalmente, un matrimonio de cincuentones compatriotas: ella es merideña mientras que él es caraqueño (¡cuántas eñes, sí!) “nacido en Caño Amarillo”. ¡Parece un puto trabalenguas para la chica que luego hace las locuciones de los vídeos de estos transtextos!
Son sesiones sabatinas de un par de horas de duración, justo al final de la tarde. Sobredosis de cafeína me posibilitan atenuar el tedio y la desesperación que me produce escuchar los textos desgarrado(re)s de mis talleristas. Un nano-cosmos extraviado en la matrix de Keanu Reeves que me da justo para pagar 0,75 litros de Johnnie Walker Etiqueta Negra adquirido en la cadena de supermercados Rewe (equivalente al Central Madeirense creole).
Copio y pego, a continuación, uno de los relatos brevísimos emprendidos durante el writing workshop que dirían los gringos, desafiando al lector a que procure adivinar su autoría: “George se apea del submarino amarillo y se introduce, a último momento, en el ascensor, escurriéndose entre las puertas que se apresuran a abrazarse. No hay ningún otro personaje musical allí. En el tercer piso entra Max Stirner cargado con un embarazoso busto de Goethe que, como era de esperarse, se le resbala de las manos y astilla el suelo hundiéndose en el foso”.
Ah, se me olvidaba agregar el título del texto: “Secuencia onírica para un film de Ingmar Bergman”. En fin, a mí me suena más a película de Ken Russell. Con Roger Daltrey y Oliver Reed. De esas que se consiguen en netflix classic. Soundtrack del obeso Rick Wakeman enfundado en alguna de las batolas que consigue en el mismo tenderete del Mercado de Guaicaipuro donde compra también Soledad Bravo. “Hay que ser del Caribe, hay que ser; hay que ser del Caribe pa’entenderlo”.
Muy entretenido, evocador y sobretodo, caprichoso; lo que lo hace genial.🙏🏿